Benemérita crisis, augusto error

El Gobierno ha abandonado toda traza de prudencia y se ha lanzado a tumba abierta por el barranco de la soberbia de un ministro

En este país patria de Durruti, somos como somos, tenemos pocas instituciones que cuenten con el apoyo y la simpatía de la ciudadanía, y menos aún que resistan el paso del tiempo y aparezcan entre las más valoradas independientemente del color del gobierno o de las circunstancias sociales y políticas.

Pues bien, una de esas que sale siempre en las primeras posiciones, es la Guardia Civil, acompañada habitualmente por el Ejército, la Policía Nacional y últimamente por el personal sanitario.

La Corona, la Judicatura o el Gobierno suelen correr suertes dispares en esta competición, alternando momentos de cierta popularidad con otros de oprobio público, pero Guardia civil, Policía y Ejército, oigan, no se apartan de los primeros lugares en las preferencias ciudadanas nunca. 

Además es un apoyo casi transversal, ya que proviene (con ligeras diferencias en el grado de afinación) de toda la sociedad independientemente de sus ingresos, nivel de estudios, ideología, CCAA de residencia ( aquí se producen algunas notables excepciones) o gustos musicales.

Tanto es esto así, que en el libro básico del consultor político y en una de sus primeras lecciones aparece en negrita que antes de comenzar una campaña electoral e independientemente de la ideología del partido/candidato, hay que clarificar: “Qué temas podemos tocar, cuáles no, y con quién no hay que meterse nunca si no queremos perder la elección antes de que comience”.

«Barranco de la soberbia»

Curiosamente, o no tanto, los funcionarios públicos, cuya misión es mantener el orden tanto dentro como fuera de nuestras fronteras son también los mejor valorados en la mayoría de países democráticos de nuestro entorno con algunos matices como la pasión de los holandeses por sus monarcas y la obsesión británica por sus bomberos, algo que ya no sorprende dada su querencia por la cerveza caliente y los sandwiches de pepino.

Pues sin tener en cuenta nada de esto ni encomendarse a ninguna deidad conocida y como si de un batallón de Lemmings suicidas se tratase, el gobierno de nuestro país ha abandonado toda traza de prudencia y se ha lanzado a tumba abierta por el barranco de la soberbia de un ministro que no conoce la palabra “seducción” ni el vocablo “consenso”, y que declina todo el diccionario de la RAE con el verbo “ordenar”, olvidando que ya no está en el pequeño reino de su juzgado, sino en la arena pública, y  que las reglas son muy otras.

«Llama poderosamente la atención que la oposición no haya aprovechado este error dramático y se empeñe en poner los focos mediáticos sobre otras cuestiones»

Y sí, amigos y amigas, sin saber muy bien como, nos encontramos en medio de una batalla entre un ministro que no cae demasiado bien y una de las instituciones más valoradas de nuestro país. El resultado ya lo pueden adivinar…

Pero más allá de este augusto error, llama poderosamente la atención que la oposición no haya aprovechado este error dramático y se empeñe en poner los focos mediáticos sobre otras cuestiones que no le benefician en absoluto.

Así, la benemérita crisis ha pasado por unas horas de ser el primer tema de la agenda, a ser superado por varios discursos excesivos por parte de la oposición que en lugar de enfocar a la ceja partida del gobierno, pegaban puñetazos en el aire como si de cazar moscas se tratase este negocio.

Por suerte para ellos, la contumacia del ministro no tiene medida, y ha recuperado los focos gracias a otro manotazo encima de la mesa. En política, aunque les parezca un contrasentido, muchas veces la mejor acción es quedarse quieto y dejar todo el espacio mediático para un rival que se está equivocando gravemente y entra en barrena.

Pues eso, claqueta, focos, cámara, y acción. es la hora de Marlaska.