Chateaubriand, la monarquía y Podemos

Chateaubriand avisó que el futuro de las monarquías dependía de ellas: si sabían ceder parte de su poder a instituciones representativa se mantendrían

Desde que el gran François-René de Chateaubriand, en su lúcida y profunda obra juvenil Ensayo sobre las revoluciones, dejara establecido el principio general sobre el futuro de las monarquías, el tiempo no ha hecho más que darle la razón. Su profecía es de las pocas que se han cumplido al 100/%. Sólo han sobrevivido las monarquías representativas.

Yendo incluso más allá, el vizconde aseguró que el futuro de las monarquías dependía en exclusiva de ellas, de modo que si sabían ceder buena parte de su poder a instituciones representativas se mantendrían. De lo contrario perecerían.

Para llegar a tan incontrovertibles conclusiones, este admirador de los enciclopedistas y en especial de Jean-Jacques Rousseau, se empapó de historia universal. De ahí el título de su extensa primera obra que defiende a ultranza los regímenes mixtos de gobierno y achaca las revoluciones, todas, a la no observación de reglas para el reparto del poder, o sea a los abusos del absolutismo.

A la vista de la extrema similitud entre las repúblicas y las monarquías de la Europa más avanzada, es del todo imposible atribuir a uno de los dos sistemas ventajas sobre el otro. Los jefes de estado de Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica o el Reino Unido lucen cabezas coronadas, pero eso no los vuelve peores ni mejores que Francia, Alemania o Suiza.

En el plano teórico pues, el debate sobre monarquía o república en el presente es totalmente inútil y falso. A pesar de que no hay familia real que no lleve hectólitros de sangre derramada en sus genes y pocas pueden negar que unos cuantos de sus antepasados fueron decapitados, algunos por robar en exceso. La atrocidad forma parte de una historia de la cual es probable que el presente no sea más que un remanso.

Por otro lado, sorprenderá a mas de un lector saber que el actual rey de Noruega, es solamente el tercero. Cuando el país accedió a la independencia, en 1905, no dudó en buscarse un monarca, tal es el prestigio real en los países nórdicos.

¿Caerá Felipe VI? No, o no por el momento

Ello a pesar de que el rey actual de Suecia es el jefe de la dinastía Bernadotte, cuyo fundador fue un general nombrado por Napoleón Bonaparte cuando se le acabaron los parientes. Si el primer Bernadotte sobrevivió a la caída del emperador fue porque le traicionó y se pasó al bando vencedor de Waterloo, algo que los suecos admiten con una sonrisa irónica dedicada al pasado, no al presente.

A diferencia de las demás monarquías europeas, la española es la única que arrastra hasta tiempos recientes una historia de convulsiones que muchos creían enterrada. Si embargo el exilio, fuga o destierro de Juan Carlos I la ha prolongado hasta el siglo XXI. La única campeona en reyes depuestos, impuestos, o exiliados a partir de la revolución de las revoluciones, es la francesa.

Todo ello, y mucho más que se podría decir, no tendría la menor importancia si no pesaran sobre el rey emérito tantos cargos y un tan absoluto desprestigio que han obligado a su hijo a mandarle lejos, a ver si así, alejando una vergüenza de la que el mundo se hace bochornoso eco, logra salvar el trono para sí y para su hija.

¿Caerá Felipe VI? No, o no por el momento, o por lo menos hasta que se cumpla una de las dos siguiente condiciones, una interna y la otra externa. Una, que el llamado régimen del 78 salte por los aires y el actual rey pague sin haberlo merecido el precio de un nuevo pacto constitucional republicano (que no llevaría mejoras sustanciales a España, dicho sea de paso).

Y dos, que los jueces de Suiza o de otras partes del mundo, por supuesto que no los de España, demuestren que, además de beneficiario, está implicado en los tejemanejes para el enriquecimiento ilícito de su padre. Mientras una de las dos no se cumpla, la labor de zapa bajo el trono incrementada en los últimos tiempos no atravesará el bloque de hormigón sobre el que se sostiene. Incluso al revés.

Además del deshonor por el currículum de su padre, que jamás le abandonará, Felipe VI cuenta con dos cuestionadores principales. Veamos hasta donde alcanzan y el resultado de sus embestidas. El primero, buena parte del independentismo, no hace más que respaldarle, ya que subraya la ecuación según la cual todo lo que es bueno para el independentismo es malo para España.

Si se sintiera amenazado, el rey actual daría explicaciones que ni siquiera se digna ofrecer al pueblo

Sobre el segundo, Podemos está en horas bajas, pero incluso si no lo estuviera, la coherencia de su republicanismo es equiparable a la profundidad de los cambios que prometía a sus votantes y luego se abstiene de exigir.

En términos de revolución, o siquiera de revolcón, Podemos no es más que un torrente donde acuden las aguas bravas del enfado social para luego calmarse y dar en el embalse institucional español, que de este modo contribuyen, no a resquebrajar como prometía Pablo Iglesias sino a reforzar.

¿Una prueba? Las acusaciones que pesan sobre sus dirigentes contribuyen a confirmar que Podemos es un partido más del régimen, no uno que va contra el régimen; un cosechador de votos descontentos que luego usa en beneficio propio y acomodo en el sistema.

Por el momento, no hay más, porque si se sintiera amenazado, el rey actual daría explicaciones que ni siquiera se digna ofrecer al pueblo, supongamos que por altivez o tal para reservarse un posible cartucho salvador hasta una hora crítica que, si se acerca o llega, no será de la mano de Quim Torra ni de Iglesias.