Chipre, banco de pruebas

No ha sido una decisión improvisada. Llevaba diseñada desde hacía varias semanas. Por eso se ha desplegado con un colchón de tres días y con un país de economía razonablemente pequeña que, en teoría, no puede llegar a generar una situación inmanejable para la Eurozona. Sólo representa el 0,2% del PIB europeo.

Con Chipre, los ministros de Economía de la Eurozona –Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y España, incluidos- junto con la directora gerente del FMI, han optado por medidas quirúrgicas invasivas. Suponen un serio aviso a navegantes y el anuncio de que la construcción de Europa pasa por una disciplina germánica.

Como suele pasar en estos casos, el pequeño es el que paga las consecuencias del desaguisado. En este caso, el pequeño tenía un sistema financiero cuyo volumen equivale a más de siete veces su PIB. Alcanza la modesta cifra de algo más de 17.000 millones de euros.

Por tanto, la banca chipriota tiene un volumen de negocio de 120.000 millones de euros, lo que como diría un moderno es un “cante”. Especialmente cuando entre las entidades financieras chipriotas la internacionalización no es un fenómeno especialmente extendido.

Complejo problema donde los haya. El riesgo sistémico que subyace en el seno de un buen número de entidades financieras del mundo, preocupa y mucho al poder político y los grandes organismos internacionales encargados de velar por una cierta estabilidad y fiabilidad del sistema.

Hace tiempo que anunciaron su disposición a adoptar medidas al respecto. Le ha tocado a Chipre ser el conejillo de Indias, pero la realidad indica que no se compadece un futuro sano con una economía y una banca como la chipriota.

Los modelos islandés, irlandés o luxemburgués, son parte del juego.

Carlos Díaz Güell es editor de ‘Tendencias del Dinero’, publicación ‘on line’ económico-financiera de circulación restringida