Coronavirus, tarde es fatal

Cuando las barbas del vecino italiano se veían cortar, lo prudente, lo sensato, era cortar las propias de inmediato, no ponerlas a remojar

Cuando el coronavirus se instaló en España, había ya suficiente experiencia en otros países como para no reaccionar al ralentí, pero en vez de avanzarse a la expansión de los contagios, el gobierno ha ido siempre reaccionando, a la zaga, en vez de atajarla de entrada. Las consecuencias son nefastas y más que lo van a ser.

Sólo hay un modo eficaz de enfrentarse al virus, que es el que estamos a punto, esperemos, de adoptar: el confinamiento total de la población a fin de detener su propagación. Un modo pero dos sistemas.

El primero, el bueno, consisten en adoptar las medidas mas drásticas desde el primer momento. Cuanto antes mejor. Cuanto menos focos, cuantos menos infectados mejor. Este sistema se está aplicando en países de nuestro entorno con muchos menos casos.

El segundo, el italiano y también español, consisten en ir por detrás en vez avanzarse al virus y cerrarle el paso del único modo posible, que es evitar o reducir al mínimo el contacto entre humanos y el movimiento de las personas. No entre los infectados y sus contactos sino en general.

Las experiencias primero de China y después de Corea son cruciales. Deberíamos haber aprendido por lo menos dos cosas de estos y otros países del disciplinado Oriente. La primera, que tras unos inicios lentos, el coronavirus progresa a una enorme velocidad. La segunda, que puede atajarse su expansión.

Ya sabemos cómo. La cuestión es el cuándo. Y ahí está el error del Gobierno español, que ha consistido en tomar como pauta el número oficial de infectados, cuando todos los especialistas saben o deberían saber, que a las pocas semanas del inició de la epidemia, el número real de infectados puede ser de hasta cien veces superior.

Hoy puede oscilar entre las decenas y los centenares de miles tanto en Madrid como en París. Así como suena. El último y más grave error ha consistido en permitir la estampida desde los principales focos, desde Milán, París o Madrid hacia el sur o a las periferias, o incluso alentarla anunciando cierres pero dejando la puerta abierta unas horas.

Se ha aplicado el dicho de poner las barbas propias en remojo cuando las del vecino son cortadas

De esta manera, decenas de miles de infectados, la inmensa mayoría ignorantes de su condición porque todavía no presentan síntomas, han contribuido en sembrar el virus por doquier.

Más contaminados en los lugares de destino que se habrían salvado. Y sobretodo, mayor saturación y probablemente colapso en unos días de unos sistemas sanitarios mucho menos potentes que los de las grandes aglomeraciones.

De este modo, los que han salido de Madrid con el virus a cuestas y desarrollen la enfermedad con síntomas preocupantes, se van a encontrar con una capacidad de atención sanitaria muy inferior a la que les habría acogido si se hubieran quedado en casa. Mal cálculo pues.

Error sobre error, ya que el primero, el más nocivo, consistió como hemos visto en cruzarse de brazos, esperar y confiar no se sabe si en la suerte o en la providencia, aún a sabiendas del resultado.

Se ha aplicado el dicho de poner las barbas propias en remojo cuando las del vecino son cortadas. Mal. Muy mal. En este caso, cuando las barbas del vecino italiano se veían cortar, lo prudente, lo sensato, era cortar las propias de inmediato, no ponerlas a remojar.

En términos incluso más gráficos la progresión de este virus puede compararse a la mecha y el barril de pólvora. Primero se expande gradualmente y luego repentinamente. La manera de evitar la fase ‘explosiva’ consiste en pisar la mecha antes de que llegue al barril, mejor cuanto más cerca del inicio donde se ha prendido. Es lo que no se ha hecho por negligencia y miedo en el Gobierno.

Cuanto antes se toman las medias, menos muertos

Ahora, con casi toda probabilidad, ya es tarde. Cuando Ángela Merkel, única entre los dirigentes europeos, anunció que aproximadamente tres de cada cuatro alemanes iba a estar en contacto con el Covid-19, se basaba en cálculos certeros que el paso de los días no ha hecho más que confirmar.

Hay que tener plena conciencia de la distancia entre los datos oficiales y los reales. Una cosa son los casos oficiales y otra muy superior los infectados de verdad. En enero, en un solo día se detectaron 100 casos en el primer foco chino. Cundió la alarma, si bien aún no en proporción al número real de contagios en este mismo día, quince veces superior como se supo al cabo de muy poco.

China resolvió corregir la opacidad inicial y adoptar una total transparencia. Por lo tanto, esto lo sabían ya en Italia a principios de febrero. Lo sabían en España, y con más razón, al constatar el grave error de Italia, pero tampoco hicieron caso.

Siendo culpable el Gobierno italiano, lo es más el español. Y más lo serán, aunque no sirva de consuelo, el británico y el norteamericano. La consecuencia, ya inevitable, es que vamos a sufrir mucho más que otros países que, disponiendo de la misma información, se han apresurado a pisar la mecha en las primeras fases, las lentas, de la progresión.

La diferencia está en el valor y el carácter de los dirigentes políticos. Mientras otros son valientes, los nuestros se han mostrado timoratos, o sea con miedo a tomar medidas imprescindibles, ocultada, eso sí bajo una máscara de aparente firmeza.

Aquí y allá el resultado responderá a tres principios básicos y muy simples. Cuanto antes se toman las medias, menos muertos. Cuanto más drásticas, menos muertos. Cuanto más tardan y menos drásticas, más muertos.