Cuando una campaña entra en barrena…

El factor humano es determinante para lograr una victoria o para que un candidato se hunda de forma absolutamente imprevista

Al igual que pasa en el fútbol, en el baloncesto o en el baseball y a pesar de lo que opinen los demóscopos a los que desde aquí mando un afectuoso saludo, una campaña electoral no cabe en una tabla de excel.

Afortunadamente, y como en todo lo importante, el factor humano es determinante para lograr una victoria o para que un candidato se hunda de forma absolutamente imprevista, de tal forma que campañas se han visto en las que, a base de encadenar errores no forzados, ha habido candidatos que a pesar de haber llegado a la última semana de campaña con una diferencia de dos dígitos sobre su competidor, ha terminado hundiéndose y perdiendo la elección.

Cualquier avatar de la campaña dejado al azar, insuficientemente meditado o mal ejecutado puede ser determinante para que un rival a quien todo el mundo consideraba derrotado consiga el impulso suficiente como para iniciar una remontada que puede llevarle a ganar una elección in extremis.

Un problema mal resuelto en un mitin, una entrevista en la que el candidato es pillado en un renuncio o en una mentira, una cabreo del candidato con su pareja, una digestión pesada, dos copas a deshora … O una mala intervención en un debate -especialmente esto último- puede tener consecuencias dramáticas para el resultado final de una elección.

Y en estos casos lo importante no es realmente el hecho, sino el proceso que se dispara tras él y me voy a tratar de explicar:

Pongamos el hipotético caso de un candidato que en un país inventado al que llamaremos, no sé, Hispannia por ejemplo, pierde dramáticamente un debate ante 10 millones de espectadores, un debate que además le da como derrotado por KO incluso la prensa más afín, un debate -como ven me lo estoy inventando- en el que además todo el mundo le daba como ganador fácil y en el que además muestra una imagen y unas formas horrorosas, unas maneras políticas casi incompatibles con la alta magistratura a la que aspira.

Ese partido y ese candidato van a entrar automáticamente en barrena

El candidato monta en cólera y culpa a su equipo de campaña desde el momento en el que se monta en el coche al salir de la televisión donde se había desarrollado y al llegar a la sede de su partido, tras una rueda de prensa en la que trata de mantener el tipo, abronca a voz en grito a todos sus colaboradores a los que deja a los pies de los caballos. Sí, tengo una gran imaginación, como ven.

A la mañana siguiente ese equipo de campaña no va a pegar una a derechas- o a izquierdas si lo prefieren- y los que no sean capaces de inhibirse, van a encadenar error tras error hasta comprometer el resultado final de la elección.

Entregar la elección a los rivales

A partir de ese punto, si no son capaces de pararse a analizar lo que ha pasado y ponerse en modo crisis, ese partido y ese candidato van a entrar automáticamente en barrena:

No se van a atrever a tomar decisiones ejecutivas, van a ofuscarse ante el más mínimo problema, y van a irse hundiendo poco a poco hasta entregar sin querer la elección a los rivales sin siquiera plantear batalla.

Un proceso cuyo última etapa, cuando todo ya está perdido, finaliza con la peor decisión de todas, ponerse en manos del departamento de ideas geniales -todos los partidos tienen uno- que comenzará lanzar spots horrorosos, banners y carteles marcianos y discursos tan extravagantes que solo contribuirá a profundizar la crisis, confundir a los votantes y acelerar el fin.

Y ahí es cuando la inexorable ley de Murphy comenzará a actuar haciendo, no sé, que tu autobús de campaña se atasque en un arco romano patrimonio de la humanidad, que tu candidato por Albacete sea pillado apuñalando un gatito o que tu candidato a ministro de economía confiese ante uno una periodista al que quiere ligarse que posee 200 millones de euros robados en un banco suizo.

Y sí, estas cosas pasan.