De Ifni al covid

La crisis de España tiene trazos comunes con la de la mayoría de países de la UE. La diferencia está en que políticamente tenemos los pies de barro

Ifni era un pequeño territorio de nuestras reducidas colonias africanas que, en 1958, fue elevado a la categoría de provincia, a resultas de un conflicto armado que había estallado a finales de 1957.

Irregulares marroquíes invadieron el territorio con la aquiescencia de la Casa Real, en especial del príncipe heredero —después Hassan II— que, como todos sabemos, trataba de “hermano” a nuestro rey emérito.

Como ocurrió en otros muchos casos, el régimen franquista ocultó el conflicto a la ciudadanía durante bastantes semanas, aunque las noticias correspondientes llegaban a través de los medios de comunicación extranjeros. Yo mismo supe de la situación por medio de un compañero de escuela, cuyo padre había sintonizado la noche anterior Radio París.

La ocultación generó una serie de especulaciones sobre las bajas que estaba sufriendo el ejército español, de forma que empezó a circular un chiste que decía: ¿En qué se diferencia el parchís de Ifni? En que en el parchís matas uno y cuentas veinte; y en Ifni matan veinte y cuentan uno.

El caos de las cifras

Todo lo dicho estaba perdido entre mis recuerdos de niñez, hasta que la situación reinante, por lo que hace a la pandemia, me produjo una asociación de ideas. ¿La razón? El desbarajuste estadístico que arrastramos desde hace seis meses.

No voy a decir que una vez más “mueren veinte y cuentan uno”, pero que las cifras no cuadran, es más que evidente.

El pasado lunes, el Ministerio de Sanidad comunicó que en los últimos días se habían producido 628 fallecimientos por coronavirus, mientras que si se sumaban los datos facilitados por las comunidades autónomas, la cifra se elevaba a 1.142.

Días antes, el presidente del Gobierno había declarado que la cifra oficial de fallecidos de un millón, podría multiplicarse en realidad por tres. Y se quedó tan ancho.

La situación ha llegado a extremos tan preocupantes, que se habla de un manifiesto de estadísticos facultativos, pidiendo que el Instituto Nacional de Estadística asuma los datos de la pandemia. El director del citado Instituto se ha mostrado dispuesto a ello.

Quizá yo sea algo puntilloso, pero considero muy grave que seis meses después del comienzo del mayor problema sanitario que ha tenido España en décadas, se tenga que pedir que el organismo oficial del Estado encargado de la estadística, se ocupe de la labor que le corresponde.

¿La gestión descentralizada, eficaz?

En realidad nos podríamos dar por satisfechos si los problemas de la lucha contra la covid se redujeran al citado aspecto estadístico. En un intento de separar el grano de la paja, estoy dispuesto a admitir que nos enfrentamos a un temible desafío, que está dejando “exhausta”, como titulaba este lunes un rotativo, Europa entera.

Ahora bien, una cosa es el titubeo ante lo desconocido y otra los fallos estructurales o las decisiones no razonadas.

Por ejemplo, mientras en la primera declaración de estado de alarma se decidió centralizar las medidas para combatir la epidemia (cosa que me pareció, y me parece, acertada), en la segunda ola se ha optado por dejar gran parte de la gestión de dicho estado de alarma en manos de las comunidades autónomas.

La verdad es que como ciudadano de a pie me gustaría que se me explicara qué circunstancias se han producido para que se lleve a cabo un cambio tan radical de táctica. ¿Hay razones para pensar que de esta forma la gestión será más eficaz? Tengo mis dudas.

Un reino de taifas

De entrada, el taifato resultante ha permitido que las diferentes regiones establezcan confinamientos perimetrales. Entre paréntesis, por lo que respecta a Cataluña, la plasmación del sueño de Torra la pasada primavera.

Ahora bien, resulta que la pandemia no sabe de límites autonómicos y en una misma comunidad se pueden dar situaciones muy diferentes. Un ejemplo: la crisis de los temporeros de este pasado verano enseñó, a quien no sabía geografía, lo lejos que está Lérida de Barcelona y su proximidad a Aragón.

En definitiva, me da que el confinamiento perimetral no va a ayudar a actuar con celeridad en áreas geográficas interregionales con problemas sanitarios agudos. La interdigitación de límites geográficos entre la Rioja y Navarra o el País Vasco y Cantabria, podría ser otro ejemplo de zonas potencialmente complicadas.

Por supuesto que la pregunta formulada y la reflexión consiguiente no implican grandes conocimientos de planificación sanitaria, de tal manera que, sin duda, todo ello se habrá discutido hasta la saciedad en las altas instancias del país.

La mayoría parlamentaria Frankenstein

La única explicación que se me ocurre pues es que, una vez más, hayan prevalecidos los criterios puramente políticos sobre los de cualquier otro orden. Se ha hecho ya un lugar común hablar del “gobierno Frankenstein”.

Pues bien, yo conservo el adjetivo, pero sustituyo el sustantivo. El principal problema de este país es que ese gobierno, como quizá les pudiera ocurrir a otros futuros, se sostiene en una mayoría parlamentaria “Frankenstein”, resultante del taifato.

Todo apunta a que Sánchez se las ve y se las desea para poder contentar a ese variopinto colectivo; situación agravada porque el partido coaligado ha dado muestras de cualquier cosa, menos de lealtad. Y los presupuestos están en el aire.

España se está precipitando en una situación sanitaria y económica caótica que, justo es reconocerlo, tiene trazos comunes con la de la mayoría de países de la UE. La diferencia está en que políticamente tenemos los pies de barro.


Adrià Casinos es autor de Con los idus de marzo. Diario de una cuarentena (Ediciones del Genal)