De verdad, ¿cómo está la economía española?

Depende de a quién se lo preguntemos. Si es al Gobierno nos dirá que España es el país que más crece de la zona euro, que estamos disminuyendo el paro, que nuestras exportaciones van mejor que nunca y que vamos a cumplir con los objetivos de déficit.

Si se lo preguntamos a todos los demás –FMI, OCDE, Comisión Europea, BBVA, Funcas y analistas independientes– nos dirán que las cosas se han torcido, e incluso van a ir a peor. En cómo se formula la pregunta la precisión estadística es relevante. Porque si se habla en tasa interanual la tesis gubernamental se sostiene más que si se analizan los acontecimientos de después del verano.

Veamos algunos datos. Sobre el déficit: el gobierno sostiene que va a terminar el año con el 4,2% sobre el PIB. La Comisión estima que será del 4.5% y el FMI del 4.4%. Podrán objetarme: «No es para tanto, están muy cerca». A simple vista es cierto, pero la diferencia son unos 3.000 millones de euros. Lo peor será en 2016. El Gobierno ha anunciado que se situaría en el 2,8% (por debajo del Pacto de Estabilidad que fija el objetivo en el 3%), pero la Comisión cree que es más probable un 3,5% y el FMI un 3,2%. La diferencia ya son unos 7.000 millones, y los incumplimientos continuos no gustan. Hacen perder credibilidad.

Mucha gente puede pensar que esta batalla de cifras y porcentajes está muy alejada de su mejor o peor bienestar. Lleva razón, pero hay que tener presente que la economía se mueve básicamente por expectativas y éstas, ahora, son mucho peores que antes del verano.

Aunque no queramos verlo, la deuda de España todavía pesa como una losa. Sin entrar en detalles, en 2016 el país deberá refinanciar 300.000 millones de euros, con la casi total seguridad de que la Reserva Federal va a subir tipos. España no dejará de ser uno de los países más endeudados de Europa. El sector privado, las empresas y las familias han rebajado su endeudamiento, pero el Estado continúa rozando el 100% sobre el PIB.

En un análisis de trazo grueso, las condiciones del entorno económico, con petróleo barato, un euro depreciado y los tipos por los suelos han dado fuerza al crecimiento español. Estas ventajas se van diluyendo.

Por un lado, el menor crecimiento de China ha repercutido muy negativamente en los países exportadores de materias primas, que es precisamente donde nuestras empresas estan más implantadas –Brasil, México…–. Por otro, las curvas de tipos ya no van a ayudar, y el comercio mundial se va a relantizar. Incluso Alemania ha anunciado la caída de sus exportaciones. Todo ello no puede hacernos olvidar el efecto de Volkswagen en España y el mundo.

Esta semana, la Comisión ha criticado el Proyecto de Presupuestos Generales del Estado enviado a Bruselas para su revisión. Los técnicos ven un riesgo de incumplimiento del déficit, al que acusan de optimista y de no haber tenido en cuenta el cambio de las circunstancias económicas mundiales. Lo más relevante es que el Ejecutivo español se lance a rebajas de impuestos cuando no ha conseguido que los ingresos públicos superen el 37% del PIB. Critican que España lo cifre todo en el crecimiento y que haya olvidado realizar las reformas para que, entre otras cosas, el paro baje del 23%, la temporalidad del 25% y la población activa aumente.

En otras palabras: España está creciendo por encima de sus homólogos pero no está aprovechando para reformar el mercado de trabajo, al que los jóvenes no pueden acceder y los nuevos empleados lo hacen con salarios bajos (hay que leer el libro de Miquel Puig, Un bon país no es un país ‘low cost’) y una gran precariedad laboral.

En estas condiciones, no hay que esperar ni que tengamos una industria potente –que no entiende de salarios bajos ni de precariedad–, ni que podamos ser considerados una potencia económica.

Si a este escenario, con amenazas reales, le añadimos más incertidumbre, como las moratorias, la inversión prevista de 3.300 millones de Volkswagen o, si me apuran, la inestabilidad política en Cataluña no es de extrañar que la inversión se retraiga y el crecimiento caiga a medio plazo. Sin embargo, las agencias de calificación, que continúan llegando tarde, suben un peldaño la nota del Reino de España.

Nos hemos acostumbrado a un discurso del tipo siguiente: lo fundamental, lo básico, es que la economía crezca. Luego los mercados irán asignando, con mayor o peor fortuna, los recursos. Del crecimiento se deducirá la ocupación, la productividad, etc. Se trataría, pues, de poner la máquina en marcha.

Es indudable que el motor ya está en marcha, pero también parece que pronto el motor se va a parar, porque las bases por las que discurre la economía española no dependen de nosotros. Hemos estado viviendo del viento que nos empujaba, pero el sistema no ha cambiado. Empieza a contemplarse que la economía española continúa siendo vulnerable.