Dudas y más dudas sobre la alquimia monetarista de Draghi
Dicen los defensores de las medidas recientemente adoptadas por el BCE que el objetivo fundamental que persigue Draghi es la depreciación del euro hasta niveles que no pongan en riesgo la recuperación de la eurozona. Así como la estabilización del IPC en niveles superiores a los actuales y más próximos a su objetivo de medio plazo (2% anual). Otra cosa, son las segundas derivadas.
Analistas y observadores mantienen un cierto consenso sobre lo limitado del impacto de las nuevas medidas del BCE: han ido más allá de lo previsto, pero no suponen un cambio radical; si después del verano se producen nuevas sorpresas a la baja en los precios se plantearía un QE, que sí supondría un escenario monetario diferente.
El BCE compra tiempo, pero no resuelve los problemas estructurales que dificultan que la eurozona alcance tasas de crecimiento más satisfactorias y exigen reformas que son competencia de los gobiernos. En todo caso, el activismo del BCE puede tener un impacto favorable sobre la confianza. Flaco resultado de unas medidas largamente esperadas y que hace que sean muchos los que afirmen que puede que las medidas del BCE fueran necesarias, pero no son suficientes.
El monetarismo al que nos tienen acostumbrados los bancos centrales más importantes del mundo, es pasto de críticas de quienes mantienen serias reservas hacia un sistema que no ha demostrado grandes cosas y que ha inyectado millones de millones de dólares, de euros o de yenes a la economía global.
Todo para conseguir una endeble recuperación, no siendo conscientes de que ese drenaje de dinero con tipos de interés movidos a la baja, cada día tiene menores efectos. Un reputado analista señalaría que como un enfermo adicto, las economía de Europa, Estados Unidos y el mundo necesitan cada vez más estímulos o muletas, aunque sienten cada vez menos su impacto.
Son muchos los que opinan que el plan Draghi intenta levantar la economía de Europa con recetas que se ha probado escasamente operativas desde 2008. No han demostrado nada especialmente digno de alabar, sino todo lo contrario, ya que las teorías de que aumentar el gasto público, bajar las tasas de interés e imprimir dinero son suficientes para impulsar el crecimiento económico sostenido se han demostrado que son además de falsas, destructivas.
También hay analistas que mantienen su fe en el monetarismo de los bancos centrales y que recuerdan que el BCE ha inyectado liquidez en torno a un 25% del PIB de la eurozona, mientras que la Reserva Federal lo ha hecho en torno a un 22% de su PIB. Y, para iniciar un despegue en el crecimiento económico, deberíamos estar más cerca de Japón, es decir, acometer un programa de compras de activos públicos y privados de un tamaño tal que, en términos del PIB, acercara la expansión del balance del BCE a un 30-40% del PIB.
No faltan analistas que enfatizan que Europa tiene un problema de solvencia y un problema de crecimiento que se retroalimentan. Y es consecuencia de un problema de diagnóstico que hasta ahora ha impedido a Draghi implementar medidas de estímulo fiscal con eurobonos “para compensar los ajustes fiscales de los países y con un plan para reestructurar las deudas que por mucho que se empeñen en Europa no se podrán pagar. Cuanto antes se haga, antes empezaremos a resolver la lacra del desempleo y menor será el coste para los contribuyentes”.
Pero quienes tienen su mirada crítica puesta en el BCE y su política monetaria, alzan su voz contra el papel jugado, tanto por Trichet como por Draghi. Recuerdan que, en un momento determinado, las autoridades monetarias se preocuparon por el aumento del crédito bancario debido a sus posibles repercusiones en la solvencia del sistema financiero y después de unas moderadas subidas de los tipos de interés oficiales, empezaron a endurecer el régimen de funcionamiento de los bancos, aumentando las provisiones y el coeficiente de solvencia.
“El efecto conjunto de estas dos medidas produjo que los bancos tuvieran que cerrar el grifo del crédito, lo que provocó que los precios de los activos muy vinculados a la financiación ajena se desplomasen”. A su vez, los agentes económicos dependientes del crédito empezaron a suspender pagos, con lo que aumentó la morosidad, deteriorándose aún más la solvencia de los bancos. Posteriormente, las autoridades monetarias se empeñaron en impedir que se volviera a reproducir la crisis financiera, endureciendo aún más las condiciones para la concesión de crédito por la banca.
Así las cosas, los tipos oficiales bajaron a niveles próximos a cero y dejaron de ser significativos ya que, ante la escasez de crédito, causada por las dificultades impuestas por las autoridades monetarias, los diferenciales a los que se conceden los créditos no hicieron sino subir. La receta final de los críticos es que si las autoridades monetarias hubiesen simplemente moderado el crecimiento de la oferta monetaria, se habría seguido por un camino de crecimiento y la economía –sector público, familias y empresas– tendría financiación. Hoy, la reactivación del crédito bancario sigue siendo la asignatura pendiente, pero para que los bancos presten dinero hace falta también una cierta demanda de calidad, con empresarios que quieran arriesgarse a endeudarse. Y eso, hoy por hoy, esa es una tendencia escasa.
A partir de ahí el desiderátum de medidas y reformas que el BCE deja en manos de los distintos gobiernos comunitarios y cuya lista en España, pese a lo que se ha hecho, es prolija y se fundamenta en el hecho de que no existe un modelo económico alternativo, ya que se ha pasado del “ladrillo” a la nada sin solución de continuidad, obviando que la austeridad no funciona y que las exportaciones no son el elemento tractor de nuestra economía.
Desde ese punto y coma, la lista de reformas pendientes sigue ahí. Unas en vías de presentación en sociedad como la fiscal o la de las administraciones públicas, aunque con un sesgo que no asegura su éxito. Otras como la reforma del modelo productivo con reindustrialización incluida, la del modelo universitario o la de la Justicia por citar solo algunas de ellas, están en lista de espera.
Post-it
El monetarismo se caracteriza por pedir que la política económica se limite a garantizar un aumento estable y moderado de la cantidad de dinero, lo que traerá consigo crecimiento económico y baja inflación.