Amnesia, memoria selectiva y secreto profesional

No deja de resultar llamativo que quienes llevan años exigiendo recordar lo ocurrido hace más de medio siglo con la traída ley de “memoria histórica” sean los mismos que hoy no recuerdan ni quién les pasó un documento hace unos meses, ni de qué medio venían, ni en qué contexto lo recibieron.

Se excava el pasado con pasión militante mientras se entierra el presente con una pala de olvido selectivo. Es lo que le ha pasado a Pilar Sánchez Acera, política socialista y exasesora de la Moncloa, incapaz de retener ni en su memoria ni en la de su teléfono un nombre que, cachis, tanto le gustaría a ella recordar, pero no le viene a la cabeza.

En el juicio contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, se ha producido algo digno de estudio psicológico. Porque lo que tenemos no es una causa judicial, es la evidencia de que este país depende, por un lado, de desmemoriados y, por otro, de quienes se ven envueltos en un dilema que les impide hablar como a ellos les gustaría porque, cachis otra vez, el secreto profesional los obliga. Así que la verdad no asoma ni por asomo. Y queda oculta más, parece, por decreto presidencial que por secreto de confesión.

No es que no quieran hablar —entiéndanlos—, es que o bien no recuerdan nada o simplemente no pueden. ¡No puedooor, señor juez! —diría el inolvidable Chiquito de la Calzada—, apelando también al secreto profesional por el que nunca se ha revelado al público la autoría de un chiste malo.

No recuerdan quién filtró un documento confidencial sobre el novio de Isabel Díaz Ayuso, ni recuerdan a qué periodista se lo contaron, ni recuerdan de qué medio era. Y el que recuerda y lo sabe se limita a decir que no fue García Ortiz. Y que le crean, ¡por la gloria de mi madrrrre!

El caso por el que se juzga al fiscal general del Estado ha vuelto a poner en evidencia la sincronización del equipo de opinión que patrocina la Moncloa para salir con una sola voz a gritar: ¡Fuenteovejuna! Da igual lo que haya ocurrido, da igual que haya habido filtraciones, da igual que los protagonistas borren los mensajes de sus teléfonos.

Lo importante es mantener la unidad frente a los jueces, bien recurriendo a la desmemoria, bien al “secreto profesional”: todos en los medios sincronizados saben ahora quién fue el filtrador, pero nunca lo dirán. Son muy solidarios. Así que se limitarán a decir “Fuenteovejuna”. Porque, en estos momentos, al contrario de lo que narra la obra de Lope de Vega, ser progresista en España es defender al poder frente al agraviado.

El problema no es que defiendan al presunto inocente, sino que con su silencio y su amnesia están protegiendo al verdadero culpable. A ese alguien, con nombre y cargo, que filtró un documento reservado para dañar políticamente a una adversaria del Gobierno. Y no hace falta ser muy perspicaz para sospechar que la pista no lleva precisamente a un becario, porque, de haberlo sido, a buen seguro que todos se acordarían de su nombre.

Vivimos en un país de memoria selectiva que ya no sabe a dónde va. Porque la brújula de quienes nos gobiernan y los rodean se averió hace tiempo. Tenían la obligación de proteger las instituciones —empezando por la Fiscalía General del Estado—, pero se han dedicado a borrar nombres, mensajes y recuerdos.

La democracia, que presume de memoria, se ha quedado sin disco duro. Y lo más grave es que muchos de los amnésicos de ahora son los mismos que, con gesto solemne, invocan constantemente la necesidad de recordar lo que ocurrió en 1936 para que las nuevas generaciones no olviden “de dónde venimos”.

Así que tienen a la chavalería entretenida con el franquismo, como en un museo de cera, recordando la amenaza permanente del riesgo de vivir sin libertades, mientras tienen a toda una generación sin opciones reales de acceder a una vivienda en condiciones, con trabajos precarios y sueldos que no los sacan de la pobreza.

Mucho insisten en decir de dónde venimos, del riesgo de la ultraderecha, pero son incapaces de mostrar el camino por el que debe ir el país, por el que debería avanzar la maltratada generación de jóvenes que son el futuro de España

Para poder salir de esta, los españoles más jóvenes van a tener que hacer como el fiscal general del Estado: borrar también de sus memorias ocho años de “sanchismo”.

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