La revolución verde según Gates: el clima no se salva con miedo, sino con eficiencia
Su lectura es incómoda para una Europa que ha hecho de la regulación y las metas climáticas su bandera
Bill Gates ha vuelto a meter el dedo en la llaga del debate climático. En su último ensayo, Three Tough Truths About Climate, el fundador de Microsoft lanza un mensaje incómodo para el ecologismo más apocalíptico: el cambio climático no destruirá la humanidad, pero puede condenar a millones de personas a una vida más pobre y más corta si no se cambia la estrategia. Su texto no es un canto a la complacencia, sino una llamada a la eficacia: gastar mejor, innovar más y medir el impacto humano, no solo los grados centígrados.
Gates plantea tres verdades “duras”, casi de ingeniero. La primera: el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 °C ya es inalcanzable. Con suerte, acabaremos el siglo entre 2 y 3 °C por encima del nivel preindustrial. Pero eso —dice— no significa el fin del mundo, sino la necesidad de adaptar el discurso y las políticas a la realidad física y económica. La segunda: la innovación está funcionando mejor de lo que se reconoce. En la última década, las previsiones de emisiones futuras se han reducido en más de un 40 % gracias a los avances en renovables, baterías, eficiencia industrial o nuevas formas de energía. Y la tercera: el bienestar humano debe estar en el centro de la lucha climática.
Su tesis es simple, pero radical en su pragmatismo: no toda inversión verde tiene el mismo valor moral ni económico. Gates recuerda que los países ricos destinan menos del 1 % de su presupuesto a ayudar a los más vulnerables a adaptarse al calor extremo, las sequías o la pérdida de cultivos. Mientras tanto, se gastan cientos de miles de millones en subsidios para tecnologías limpias que apenas benefician a quienes más sufrirán los efectos del cambio climático. “No podemos permitirnos una agenda verde que sea buena para las emisiones y mala para las personas”, escribe.

Esa idea entronca con una corriente que Gates conoce bien: el altruismo eficaz, el principio de que las buenas intenciones no bastan, hay que medir los resultados. En el ámbito climático, esto implica analizar el retorno de cada dólar invertido no sólo en términos de CO₂ evitado, sino de vidas salvadas, productividad futura o resiliencia económica. Si una vacuna cuesta 5.000 dólares por vida salvada y un proyecto de compensación de carbono cuesta millones por resultados inciertos, la elección racional —y ética— parece clara.
El punto de inflexión, según Gates, está en el Green Premium, el sobrecoste que encarece las tecnologías limpias frente a las fósiles. Reducirlo a cero es, para él, la prioridad global. En la electricidad —responsable del 28 % de las emisiones—, en la industria pesada (30 %), en la agricultura (19 %) o en el transporte (16 %), el reto es hacer que lo verde sea también rentable. La ecuación es de manual: innovación → escala → reducción de costes → adopción masiva → descarbonización real. Sin ese ciclo, las políticas climáticas seguirán siendo un lujo de países ricos.
Su lectura es incómoda para una Europa que ha hecho de la regulación y las metas climáticas su bandera. Gates no ataca el Pacto Verde, pero lanza una advertencia: si lo limpio sigue siendo caro, la transición se estancará. Y con ello, la competitividad. “Mientras las alternativas limpias sigan costando más, la mayoría de los países elegirá la energía sucia”, repite. Por eso insiste en que la innovación —no la culpa ni la retórica— será el motor de la descarbonización.
«Gates no ataca el Pacto Verde, pero lanza una advertencia: si lo limpio sigue siendo caro, la transición se estancará»
El mensaje tiene implicaciones políticas y financieras. Para los gobiernos, sugiere priorizar las inversiones con mayor retorno humano y económico. Para las empresas y los fondos de inversión, es una invitación a mirar más allá de las métricas ESG y preguntarse qué tecnologías están realmente bajando los costes globales de la transición. Gates no propone abandonar la mitigación, sino equilibrarla con la adaptación: invertir en salud, agricultura resistente, redes eléctricas fiables o infraestructuras que soporten el calor.
En última instancia, su visión rescata la racionalidad del debate climático. Frente al fatalismo o la parálisis moral, Gates ofrece una hoja de ruta casi empresarial: diagnosticar con datos, fijar prioridades, optimizar recursos y medir resultados.
La conclusión no podría ser más clara: el cambio climático no acabará con la humanidad, pero podría agravar las injusticias si seguimos gastando mal. El reto, como en toda empresa compleja, no es sólo técnico, sino de gestión: asignar capital —público y privado— a lo que salva vidas hoy y garantiza prosperidad mañana. Menos épica, más eficacia. Y una invitación a pensar el clima con la cabeza fría, aunque el planeta se caliente.