El aeropuerto y su culebrón

El debate sobre la ampliación del Prat se ha ideologizado a tal extremo, que puede causar un serio deterioro en las coaliciones que rigen las tres administraciones afectadas

Teóricamente el debate sobre la ampliación del aeropuerto de Barcelona está cerrado, después del pacto alcanzado entre el Gobierno central y el autonómico. Solo queda pendiente que la UE apruebe o no la solución medioambiental que propone AENA. La verdad es que no se conocen demasiados detalles sobre en qué consiste dicha solución, más allá de la oferta de ampliar la reserva ecológica del delta del Llobregat, como compensación a la posible desaparición o afectación de la Ricarda.

Sin embargo la cosa globalmente no es tan sencilla. El debate, que considero natural que lo haya, se ha ideologizado a tal extremo, que puede causar un serio deterioro en las coaliciones que rigen las tres administraciones afectadas, la barcelonesa, la catalana y la nacional. Crujen las cuadernas. 

Todo debate implica siempre una carga ideológica, pero si no va más allá, entonces la irracionalidad se apodera de él y se hace imposible el diálogo. Es de ese modo que el universo podemita, desde el grupo municipal barcelonés hasta los ministros, está utilizando argumentos absolutamente tramposos. Nos están presentado la cuestión como si la opción estuviera entre una ampliación a cualquier precio o su bloqueo que, como quien dice, sería un hito en la lucha contra el cambio climático y la salvación del planeta. 

Vamos por partes. Es innegable el valor ecológico del Delta del Llobregat como perteneciente a la red de humedales del sur de Europa, cuyo valor no solo es per se, sino como etapa para la migración de la avifauna. Desde ese punto de vista centrarlo todo el debate en la Ricarda es falsear la cuestión. Se trata solo de un digamos “charco” (sin que dicho término tenga un sentido despectivo; simplemente lo utilizo en términos dimensionales) en el gran conjunto del humedal (900 Ha. de zona de especial protección, de las que 500 Ha. son una reserva natural parcial) y es ese conjunto el que debe preocuparnos primordialmente dado que, además, tiene un alto valor pedagógico por su proximidad a la ciudad. No solo permite llevar a cabo interesantes observaciones ornitológicas a los estudiantes de Biología de nuestras universidades, sino a cualquier ciudadano aficionado al tema.

Pero precisamente en esa particularidad reside la grandeza y miseria del Delta, ya que la expansión urbanística, siempre de difícil control en una gran ciudad, es una constante amenaza. Podría decirse también que la elección del lugar para construir tal tipo de equipamiento no fue demasiado afortunada, pero ¿Quién se imaginaba, hace casi un siglo, el desarrollo que adquiriría la aviación? La situación es la que es. No podemos retroceder 100 años y hay que esforzarse por hacer compatible las necesidades logísticas de una urbe como Barcelona, con la máxima garantía para el entorno natural. Otras ciudades lo han conseguido. Por ejemplo, Buenos Aires, donde cohabita el gran desarrollo urbanístico de Puerto Madero con la Reserva Ecológica Costanera Sur.

Un avión despega del aeropuerto del Prat en Barcelona, envuelto por la polémica ampliación. EFE

Y esa compatibilidad no solo debería salvar el humedal en su conjunto, sino el parque agrario, testimonio de un pasado agrícola autosuficiente de la ciudad o, a nivel ya más micro, esa joya arquitectónica racionalista que es la Casa Gomis de Antonio Bonet. 

Con todo eso no estoy diciendo que no se tenga que hacer todo lo posible para, como mínimo, minimizar los efectos sobre la Ricarda o cualquier otro paraje deltaico. De hecho bastaría reorientar la pista proyectada en sentido diagonal, pero eso daría lugar a otra batalla por parte de los propietarios de las viviendas vecinas. Pregunta: ¿de verdad no sabían sus compradores a lo que se exponían radicándose en las cercanías de un aeropuerto? 

Eso sí, encontrar esa solución excluye toda la demagogia de la señora Colau y los suyos. La ampliación no es un pelotazo. Responde a una necesidad. El Josep Tarradellas se está acercándose al límite y no tiene ninguna base la afirmación de que esa situación se va a revertir porque vamos a retroceder décadas, a momentos en que las clases populares, la mayoría de la población, se quedaban en el terruño y no viajaban.

La popularización del turismo es una conquista social y cultural irreversible (recuerdo que la libre circulación constituye uno de los derechos universales) y sugerir que se eliminen los vuelos de bajo coste, como he oído en más de una ocasión, constituye en sí una propuesta reaccionaria y elitista de la peor especie, por mucho que sus defensores se disfracen de izquierdistas. Un aspecto parcial de uno mucho mayor. El coste de la transición ecológica, que lo habrá, se ha de repartir equitativamente y no recaer en los bolsillos más débiles. ¿Alguien se ha peguntado a qué precio se pondría el megavatio hora si se eliminaran de un plumazo las centrales nucleares? 

Por supuesto que lo dicho con respecto a la movilidad no tiene nada que ver con lo que está sucediendo en Barcelona, que se ha convertido en el destino de la chusma de beodos de media Europa, gracias a la inoperancia, cuando no tolerancia, de la administración colauista. Conozco muchas ciudades que son destino turístico y en las que no existe un barrio como la Barceloneta, convertido en un infierno para sus habitantes. Paralelamente se boicotea cualquier iniciativa cultural o logística capaz de atraer un turismo que, simplemente, no sea deficitario para la ciudad. 

Varios pasajeros en el aeropuerto de El Prat de Barcelona el 31 de octubre de 2020 | EFE/AG/Archivo

En idéntico sentido constituye una falacia asociar necesariamente la ampliación con al incremento de emisiones de CO2, por la sencilla razón que los vuelos que no vengan a Barcelona, de no haber ampliación, buscarán otro destino, pero no desaparecerán. En estos casos la demanda es independiente de que un hub esté en tal o cual lugar. El problema de las emisiones es global y solo se puede resolver, en el tema que se trata, impulsando tecnología aeronáutica menos contaminante. Evidentemente todo lo dicho es perfectamente compatible con hacer todo lo posible por sustituir los vuelos de corta distancia con una rápida y eficiente red de ferrocarril. Pero ¿Qué pasa cuando se quiere, o se tiene, que ir a otro continente o, simplemente, a Palma de Mallorca? 

Ciudades como Londres, París o Berlín han resuelto gran parte del problema que afecta a Barcelona con más de un aeropuerto, pero eso no es siempre posible, como ocurre en Ámsterdam, o en nuestra ciudad, dada la saturación demográfica del área metropolitana. Pensar que Gerona o Reus pueden operar como equipamientos complementarios del Tarradellas, es un disparate. Y no solo por la distancia, sino también por la manera chapucera en que se ha diseñado la red de alta velocidad, no planteando la posibilidad de adecuar las estaciones a los diferentes aeródromos. Se me dirá que habría que pedir responsabilidades y estoy de acuerdo, pero eso no arregla el problema generado. 

En definitiva, supongo que no queda otras que esperar que, una vez más, la UE nos saque las castañas del fuego, dada la irracionalidad con la que se ha planteado y se desarrolla el debate.