El Baile de San Vito
En julio de 1518 ocurrió en la ciudad de Estraburgo un sorprendente fenómeno de comportamiento colectivo. Una mujer, conocida como Frau Troffea, comenzó, sin motivo aparente, a bailar sin parar por las calles de la localidad. Y lo que empezó como algo estrambótico, que era observado con sorpresa por sus vecinos, continuó sin descanso durante varios días contagiando a decenas de personas que se sumaban a ella, en ese baile cada vez más grotesco y frenético.
Así, inexplicablemente, durante la primera semana, la epidemia se había extendido por toda la ciudad afectando a más de treinta personas, número que aumentó a centenares de danzantes que bailaban enfervorizados al cabo de un mes. Un baile endemoniado, de un extraño furor magnético, capaz de atraer a los ciudadanos de todas condiciones que caían presos en un extraño y fatal éxtasis colectivo.
Evidentemente, la preocupación sumió a los dirigentes de la ciudad en un mar de dudas sobre que hacer para frenar una epidemia que empeoraba por momentos y que podía llevar a la ciudad al caos y la anarquía. Para buscar una solución pidieron consejo a los médicos más preeminentes de la localidad, quienes a pesar de no acertar en el diagnóstico del origen del mal recomendaron, siguiendo el método curativo habitual, realizar sangrías a los bailarines.
Sin embargo, en vez de seguir las prescripciones médicas, las autoridades decidieron que la gente continuara bailando, llegando incluso a construir un escenario en la plaza mayor para ello, confiando en que si las personas bailaban día y noche se mejorarían. Para incrementar la efectividad de la cura, incluso contrataron a músicos para mantener a los enfermos bailando sin cesar en su enfervorizado trance.
Las causas de este extraño suceso han hecho correr ríos de tinta, siendo la explicación más extendida la que señala al ergotismo (una enfermedad muy extendida durante la Edad Media) como el responsable del comportamiento. Llamado coloquialmente como «fiebre de San Antonio» o «fuego del infierno», es una enfermedad causada por la ingesta de alimentos contaminados por toxinas producidas por el ergot o cornezuelo, especialmente el centeno, la avena, el trigo y la cebada. De una de las sustancias producidas por el hongo deriva el ácido lisérgico, los efectos de cuyo envenenamiento pueden traducirse en alucinaciones y severas convulsiones, lo que podría explicar las danzas frenéticas y enloquecidas que sumieron a la población de Estrasburgo en el desconcierto.
Sin embargo, una de las explicaciones más curiosas del origen de este extraño comportamiento colectivo fue la que dio el médico y alquimista Paracelso quien en su escrito sobre el arte de la medicina se refiere así a este suceso: «Existía en cierta ocasión una mujer llamada Trofea de tan singular carácter, tal orgullo y tan empecinada obstinación en contra de su marido que cada vez que éste le ordenaba cualquier cosa o la importunaba de cualquier manera comenzaba a bailar, achacando que estaba impelida de una fuerza sobrenatural. Gestos y actitudes, saltos, gritos, contorsiones y cantinelas asustaban al marido, que inmediatamente la dejaba en paz. Y como tal estratagema no fallaba nunca, fue adoptada por otras mujeres, siempre con el mismo éxito. Entonces el fervor popular achacó tan estupendos resultados a San Vito, pero parece que un día el Santo se enfadó y todas acabaron bailando a la fuerza».
La memoria y el análisis de lo presente generan extrañas conexiones. Así, tras tres días de campaña dominados por concentraciones, éxtasis, fervor, sonrisas y algún que otro baile, y ante la vacuidad intelectual del discurso político, siempre queda la metáfora.