El cambio en Europa, «plan B» y la solidaridad de clase
La deriva de la Unión Europea empieza a ser sumamente preocupante para quién defiende el sueño de una Europa unida basada en la solidaridad, la libertad y la democracia. Una Europa que una los pueblos en la fraternidad y aleje por siempre jamás el fantasma de los enfrentamientos provocados por los nacionalismos intolerantes.
La crisis griega y posteriormente la actuación de la UE en el tema de los refugiados, con un acuerdo que ataca los principios de la propia UE en cuanto al derecho de asilo, junto con el acuerdo para impedir el «Brexit«, y el recorte del derecho a la libre circulación y las suspensiones parciales del espacio «Schengen» son manifestaciones de un rumbo erróneo por parte de unas instituciones europeas que cada vez son más intergubernamentales y menos comunitarias.
Hay cada vez más sectores de rechazo al actual modelo de UE. Pero este se da dos sentidos totalmente contradictorios. Por un lado hay el peligro del crecimiento de los fenómenos nacionalistas frente a un ideal de unidad europea, el regreso al pasado, a los viejos nacionalismos. Es la opción de la xenofobia y el rechazo a los otros, el regreso a un viejo modelo que causó enfrentamientos, guerras y dolor en siglos pasados.
Frente a ellos y frente a la errónea dirección de los actuales mandatarios de la UE hay quien defiende un cambio en la evolución de la actual UE, en una refundación de la misma que vaya en la dirección del origen fundacional de la propia UE. Se trata de crear un fuerte movimiento a favor de una profundización en la democratización de las instituciones europeas que comporte un giro radical en su funcionamiento y sus objetivos.
Pretenden poner fin a una UE al servicio de los grandes intereses económicos y financieros. Gobernada tecnocráticamente por unas instituciones cada vez más faltas de legitimidad democrática. Una UE cerrada en sí misma, aislada como una fortaleza que excluye y expulsa todo el que sea diferente, como demuestra el último acuerdo UE con Turquía.
Una UE que trata de eliminar todas las vallas al comercio internacional, a la vez que se recortan los derechos y normas que protegen a los ciudadanos europeos, a las clases trabajadoras y a sus condiciones sociales, laborales y ambientales de vida. Una UE que está liquidando el «modelo social europeo» que había sido un modelo de referencia de modelo productivo con derechos.
Esta es la Unión Europa a la que estamos llegando bajo el dominio político de los conservadores del PPE y los liberales europeos, con el silencio y la aquiescencia de unos socialistas carentes de proyecto propio.
Ya hace tiempo Oscar Lafontaine viene planteando la necesidad de construir una conciencia europea de cambio. Lafontaine ya antes del triunfo de Syriza en Grecia planteaba la imposibilidad de cambio en un solo país dentro de la UE. Y defendía que si se quería un cambio con posibilidad real de hacer frente a los mercados era preciso que fuera un cambio a escala del conjunto de la UE o como mínimo de la zona Euro.
Lo ocurrido en Grecia deja claro que el actual modelo autoritario de la UE del euro no permite la democracia en un solo país, la moneda única fomenta un espacio de «soberanía limitada».
Varoufakis y la otra gente que como él defienden el «Plan B» para Europa, o como «Diem25», u organizaciones de la Izquierda Unitaria Europa, o gran parte de los Verdes Europeos, o la Confederación Europea de Sindicatos (CES), luchar por otra Europa. Y eso no es posible sin un fuerte movimiento político y social unitario.
Puede ser un sueño irrealizable pero es la única opción para evitar que el desastre a que nos aboca el actual funcionamiento antisocial de la UE acabe con el triunfo de las fuerzas nacionalistas autárquicas y de extrema derecha.
Hay que evitar el enfrentamiento entre los pueblos. No son los alemanes los enemigos de los griegos ni de la gente del sur, ni al revés. Los obreros alemanes han perdido durante el actual proceso y los trabajadores y el pueblo griego también. Pero las grandes fortunas de todas partes han salido beneficiadas. No es un problema entre pueblos es un problema entre clases.
Las clases trabajadoras y la ciudadanía de los varios países europeos tienen que entender que sus enemigos, los que los empobrecen a todos no son los ciudadanos del resto de países, ni los emigrantes de dentro o de fuera de la UE, sino la clase dominante del conjunto de Europa, este 1% más rico que se está beneficiando de la austeridad que se aplica al conjunto de la ciudadanía europea, en mayor o menor proporción, para incrementar más que nunca sus beneficios particulares.
Hace falta de nuevo recuperar y adaptar conceptos como el de la «conciencia» o la «solidaridad de clase», por unir y hermanar a las diferentes clases trabajadoras y a la ciudadanía de países diversos y plurales. Sin duda se trata de una lucha «de una pulga contra un gigante», pero sin duda es un batalla que hay que dar para evitar el desastre de todos.
Hay que aglutinar a todos aquellos que quieran una amplia confluencia en torno a unos principios y unos objetivos y proyectos comunes que quieran conseguir un cambio en profundidad de las actuales instituciones para conseguir una democratización y la representatividad ciudadana real en las Instituciones Europeas.
Se trata de llevar a cabo una «refundación» del Movimiento Europeo creado a mitades del siglo XX y que permitió crear la idea de la Unión Europea. Ahora hay que crear un nuevo Movimiento Europeo para crear la nueva Europa democrática y social del siglo XXI.