El Churchill futurista: ¿un mundo de energía limpia y barata? 

La escasez de electricidad limpia nos impide hoy dar rienda suelta a algunas de nuestras tecnologías más prometedoras

Winston Churchill, además de luchar contra el nazismo, tenía muchos pasatiempos. El primer ministro británico escribió más de una docena de volúmenes de historia, pintó más de quinientos cuadros y completó una novela para “liberar ansiedades”. También probó suerte con el paisajismo y la albañilería, y era célebre por ser un jugador de polo de campeonato. Su faceta menos conocida, sin embargo, es la de futurista.  

Así lo demuestra su ensayo Dentro de cincuenta años, publicado en 1931 en The Strand Magazine, en el que el estadista británico ya describía la fusión nuclear: «Si pudiéramos hacer que los átomos de hidrógeno de una libra de agua se combinaran para formar helio, la energía generada bastaría para alimentar una máquina de mil caballos un año entero». El libro no solo mencionaba la energía nuclear, también anticipaba el devenir de los robots, los teléfonos móviles, los televisores por control remoto y el cultivo de carne de laboratorio. 

Churchill era un apasionado de la divulgación científica. A los 22 años, de servicio en el ejército británico en la India, leyó El origen de las especies de Darwin y se inició en la física. Posteriormente escribió diversos artículos divulgativos sobre evolución y biología celular.  Ya como primer ministro, fue el primero en contratar a un asesor científico, el físico Frederick Alexander Lindemann, al principio de la guerra, y departía con frecuencia con investigadores como Bernard Lovell, pionero de la radioastronomía.  

Sólo tres meses después de la publicación del ensayo de Churchill, un equipo de investigadores de la Universidad de Cambridge daría con la cerilla subatómica que había pronosticado el mandatario: el físico británico James Chadwick y su grupo descubrían los neutrones en un experimento realizado en el Laboratorio Cavendish. 

Casi un siglo después, la startup Helion, anunciaba recientemente una ronda de financiación de varios miles de millones de dólares, para desarrollar el primer reactor de fusión nuclear comercial. Es demasiado pronto para confirmar si sus promesas darán resultado, pero esta nueva fuente de energía parece estar más cerca que nunca, gracias al avance en la ciencia de nuevos materiales.  

¿Cómo cambiaría nuestro mundo si las fuentes de energía baratas y libres de emisiones fueran realmente abundantes?  

La posibilidad de generar, en un futuro no muy lejano, energía mediante fusión nuclear, plantea una pregunta que rara vez se discute: ¿cómo cambiaría nuestro mundo si las fuentes de energía baratas y libres de emisiones fueran realmente abundantes?  

Lo cierto, y por extraño que suene en un contexto económico como el actual, es que ya vivimos en una era de abundancia material. La mayoría de los recursos ha sufrido una caída de precio de más del 50% desde comienzos del siglo XX y sólo la carne de ternera y de cordero han incrementado su precio respecto a la inflación (Our Word in Data, 2022). El precio de los metales más utilizados por la industria también ha experimentado caídas en precios reales, con la excepción del manganeso y el cromo. Al contrario de lo que vaticina el decrecentismo neo-malthusiano, por cada 1% de incremento de la población, los precios de los recursos caen un 1,014% (Tupy & Pooley, 2022). El recurso más importante es la creatividad humana, la innovación tecnológica.  

Pero es la disponibilidad de energía limpia y barata lo que realmente desencadenaría un futuro de “superabundancia”. Tal vez la fusión nuclear no se pueda utilizar para volar en un avión a reacción, pero sí para producir combustible de hidrógeno relativamente limpio que lo permita. Una reacción en cadena, que eventualmente traerá energía limpia y barata a toda la economía.  

Como viajero empedernido, lo primero que se me pasa por la cabeza es la posibilidad de llegar a cualquier rincón del planeta en pocos minutos. ¿Qué os parecería un vuelo supersónico o suborbital de Barcelona a Tokio? Un viaje a la Antártida ya no parece tan desalentador. Muchos lugares remotos se transformarían, uno espera, a mejor. 

Sin embargo, con la abundancia relativa de energía y bienes materiales, es probable que la gente invirtiese más recursos en la búsqueda de estatus. Bienes como un Picasso original, la membresía de un club de literatura, un máster universitario o un café latte en Manhattan podrían volverse relativamente más costosos. 

Y combatir el cambio climático no sería tan sencillo como podría parecer a primera vista. Sí, la fusión nuclear podría reemplazar a las centrales térmicas. Pero las consecuencias no se detienen ahí. A medida que se extiende la desalinización del agua, por ejemplo – hoy demasiado cara en términos energéticos –, el riego sería también menos costoso. Israel, por ejemplo, ya es pionero en esta transformación y ha conseguido, gracias a las tecnologías de desalinización, que el agua corriente que consumen sus ciudadanos sea un 48% más barata que el precio que pagan los habitantes de la mayoría de las capitales occidentales. Muchos territorios serán más verdes y la gente podrá criar más vacas y comer más carne de ganado. Pero estas vacas, a su vez, liberarán mucho más metano a la atmósfera, empeorando algunos de los problemas relacionados con el clima. 

¡Pero no todo está perdido! Debido al abaratamiento de la energía, es probable que las tecnologías de mitigación y adaptación al cambio climático, como, por ejemplo, las tecnologías de captura de metano y carbono, también sean más asequibles. Es la escasez de electricidad limpia lo que nos impide hoy dar rienda suelta a algunas de nuestras tecnologías más prometedoras.  

La cuestión de fondo es cómo nos orientamos hacia este cambio de paradigma, hacia un mundo de energía limpia y abundante. La carrera entre el poder destructivo y civilizatorio de la tecnología que vaticinaba Churchill será más importante que nunca.