El entierro de Spanair, un muerto que está muy vivo (y II)
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En general, para que un proyecto empresarial tenga futuro es necesario fijar claramente los objetivos que se pretenden alcanzar, obtener los recursos financieros mínimos necesarios, y un aspecto al que se presta poca atención: la estructura institucional de que se dota la compañía.
No se invierte lo suficiente en cómo se va a gobernar un proyecto empresarial. Ni en la composición de los órganos de gobierno, ni en el reclutamiento de los ejecutivos, y son especialmente llamativas las carencias que se aprecian cuando la estructura societaria es de naturaleza público-privada, en la cual el sector público quiere jugar un papel subordinado al privado –le cede la gestión– pero aporta, de una manera u otra, la mayor parte de la financiación.
Spanair era un proyecto privado que pivotaba en una infraestructura pública, gestionado por empresarios privados con financiación pública, suministrada por instituciones y entidades (no administrativas), participadas por fondos públicos.
Cuanto menos era un dibujo jurídicamente ambiguo, no habitual, difícil de explicar («es muy de aquí»), y mas difícil de comprender. Con este dibujo societario, era difícil asignar responsabilidades precisas y exigibles.
Este hecho sí merece, creo, una reflexión en profundidad. Porque en Catalunya somos muy propensos a diseñar modelos de gestión creativos.
No es responsable poner en marcha un proyecto del calado del de Spanair-El Prat, sin atender los aspectos que tienen que ver, no tanto con los objetivos –en los que llegamos a acuerdos–, sino con la manera con la que nos organizamos voluntariamente para conseguirlos.
Cuando se trata de explicar un fracaso se tiene la tendencia natural a dirigir las críticas hacia el «enemigo exterior». En el mundo empresarial el adversario existe y en este caso era muy poderoso. Iberia con la T4, había abandonado El Prat. Había cedido las operaciones de feeder a sus compañías filiales (punto a punto), salvo el Puente Aéreo, y se había concentrado en operaciones de largo radio con base en su terminal de Madrid, hecho empresarial que pone en desventaja competitiva el tejido empresarial catalán.
Los aproximadamente 300.000 latinoamericanos que viven en Catalunya representan un colectivo, suficientemente numeroso, como para llenar aviones con destino a sus países de origen con salida de Barcelona. Y sin embargo, los latinoamericanos, los turistas y los hombres de negocios, tenemos que hacer escala en Madrid y perder, aproximadamente, tres horas más.
El proyecto Spanair quería paliar este hándicap, pero los objetivos –absolutamente válidos– no se han visto acompañados por cómo se ha gestionado el proyecto.
De la experiencia deberíamos tomar nota y aprender. Porque, estoy seguro, vamos a tener que intentarlo otra vez. La necesidad nos empujara a ello.