El ecologismo nos persigue ahora con el plástico    

Hace unos años había quien tenía la costumbre de dar un paseo por el Montseny y pescar en la Costa Brava. También, de perderse por Collserola en algunas ocasiones. Se acabó.

También se acabaron las bolsas gratuitas de plástico del súper y las pajitas de plástico. Ahora, los tapones de las botellas de agua natural han sufrido un cambio –incómodo para el consumidor- con el objeto de facilitar el reciclaje. Y ya están en marcha –en algunas ciudades- las bolsas de la basura que llevan un chip personalizado que nos localiza. Por si fuera poco, cada día, el hombre del tiempo, o la mujer del tiempo, con el pin de colorines en el pecho, nos alecciona sobre la Agenda 20/30.   

El ecologismo nos persigue. No confundan esa ciencia que es la ecología con esa ideología que es el ecologismo. Ese ecologismo que, en manos de algunos iluminados, se empeña en erigirse como la teoría post capaz de prevenir, solucionar y gestionar todos los males de la Humanidad.

Un auténtico smog que ya resulta asfixiante. Un ecologismo, en definitiva, que deviene una ideología substitutoria -una nueva mística- que ocupa la vacante dejada por la quiebra de las llamadas ideologías emancipatorias que no son otras que el comunismo y el socialismo.  

Después de los incendios que han arrasado España este verano, convendría dar un serio toque de atención a los excesos fundamentalistas de un ecologismo que llega a creer que los árboles son sujetos de unos supuestos derechos parecidos o iguales a los del hombre. Incluso, hay quien sostiene que los derechos del hombre deben supeditarse a los de los árboles y los animales.

Defendamos el planeta, pero sin caer en el despropósito y el ridículo. Y hagámoslo también desconfiando de esos profetas fracasados –me refiero a las falacias del ecologismo- que son los ecologistas.  

A lo dicho en las líneas anteriores, conviene añadir ahora la penúltima persecución de que somos víctimas los seres humanos gracias al ecologismo. El ecologismo nos persigue de nuevo. Volvamos al plástico.  

Es cierto que el 15 de agosto de este año, fracasó la reunión de la ONU en Ginebra con el objeto de firmar un documento sobre la limitación de la contaminación del plástico. Los responsables de la agencia de medioambiente de la ONU culpan del fracaso a las “complejidades geopolíticas, desafíos económicos y tensiones multilaterales”. En cualquier caso, los países petroleros que bloquearon el acuerdo (Arabia Saudí, Rusia e India en cabeza) se comprometieron a seguir trabajando contra la contaminación del plástico.

Un detalle que retener: la Unión Europea –que votó a favor de la limitación del plástico- lo hizo a contrapié consciente de que la derecha que gobierna en Europa –así como los Estados Unidos después de la llegada de Donald Trump- no está por la labor antiplástico en toda su amplitud. Quienes sí estuvieron radicalmente a favor fueron los miembros de la sociedad civil que acudieron al encuentro: pueblos indígenas, ONG, ecologistas, artistas y científicos.         

«En la cultura liberal del sí todo es debatible y discutible. Y ello, entiéndase bien, en la convicción de que, efectivamente, hay que proteger y conservar razonablemente el medio ambiente. «

El quid de la cuestión es el siguiente: los países petroleros y las compañías petroleras en toda su amplitud temen la reducción del consumo de combustibles fósiles por el crecimiento de la energía eléctrica y otras energías renovables. Así las cosas, ¿qué hacer con el petróleo? Respuesta: convertirlo en plástico.

Ahí está la propuesta de los países y empresas petroleras: controlar la contaminación que generan los plásticos con la condición de no reducir su producción. ¿Cómo resolver esa cuadratura del círculo que consiste en fabricar un plástico que contamine y satisfaga la máxima de la ONU de “proteger el medio ambiente y salvaguardar la salud de las personas”? Respuesta: reciclando el plástico. La realidad: todavía no se ha conseguido un reciclado aceptable.         

Si el ecologismo –entre otras prohibiciones– no nos permite caminar por el bosque, pescar en la playa o limpiar el campo; ahora, quiere retirar del mercado el plástico.  Cierto, contamina. Pero, no se puede retirar a la brava el plástico sin antes experimentar seriamente el reciclaje.

El ecologismo –también, la ONU- debería cultivar la cultura liberal del sí que admite en su seno el debate y la discusión. Contrariamente a la cultura del no que practica el ecologismo. En la cultura liberal del sí todo es debatible y discutible. Y ello, entiéndase bien, en la convicción de que, efectivamente, hay que proteger y conservar razonablemente el medio ambiente. 

Uno acaba pensando que lo que más molesta al ecologismo no es el plástico en sí, sino el hecho de que ese plástico sea obtenido y comercializado por las grandes multinacionales. No es la primera vez que ocurre. Ni será la última. Pero, eso es otro debate.       

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