El Gobierno certifica que la economía española está en coma

Los expertos –si es que hay expertos en esta materia– habían enfatizado que el Gobierno de Rajoy debía aprovechar el entorno de mejora que se había producido en las últimas semanas para presentar un programa de estabilidad y un plan de reformas que permitieran mejorar la confianza en la economía y que diera argumentos sólidos a la Comisión para relajar la senda del ajuste fiscal.

La respuesta del Gobierno, lejos de lo esperado y deseado, fue rotunda. El pasado viernes anunciaba una contundente revisión a la baja del PIB hasta el -1,3%; unas previsiones de paro demoledoras para los próximos tres años; el mantenimiento de un déficit público del 6,3%; un aumento de la deuda hasta superar el 91% del PIB y el correspondiente ajuste tributario sobre una serie de impuestos que, ni siquiera, definieron con exactitud.

Las esperanzas sobre las que se fundamentaban las expectativas de los analistas no eran ficción y se resumían fundamentalmente en la notable mejoría de las condiciones financieras que se habían experimentado en España en las últimas semanas; en la mejora de las perspectivas económicas mundiales o, mejor dicho, en una reducción de los riesgos; en un aumento de la liquidez global derivada de las políticas monetarias expansivas; en el reconocimiento de que existe un limite en las políticas de austeridad; en el cierre de los desequilibrios de las balanzas por cuenta corriente, y en la mayor disposición o mayor presión que hace prever una rebaja en los tipos de interés en la próxima reunión del BCE.

Nada de eso fue suficiente para que el Gobierno desistiera de enviar a la economía española a la UCI para que pase un largo periodo de atención asistida o de hibernación, aún a costa de introducir a la sociedad en un profundo y peligroso período de depresión.

El cuadro clínico que cabe colegir de la decisión del Ejecutivo, es más que preocupante en un momento en que –aunque el ritmo de deterioro del mercado laboral cede levemente– el empleo sigue cayendo, el paro creciendo y la población activa se reduce. Como resumía un alto funcionario de la Eurozona, la economía española no tiene pulso, aunque ello no signifique que ya no tenga vida, aunque esta vaya a estar mermada durante unos cuantos años más.

La prensa española y los partidos políticos, exceptuando el PP, han sido unánimes a la hora de criticar la senda emprendida por el Gobierno, dedicando el mayor grado de acidez a la subida de impuestos –tras ser negada esta posibilidad por el propio Rajoy días antes– y a la revisión del cuadro macroeconómico, como si esta modificación no tuviera parangón en la historia de España. Nada más lejos de la realidad y no hay que alejarse mucho en el tiempo para encontrar algo que suele ser una constante en los gobiernos españoles. Así y a título de ejemplo, recordar que en 2008 el Ejecutivo se veía obligado a corregir a la baja sus propias estimaciones desde el 3% al 1,6%, mientras que para 2009 las estimaciones del PIB se revisaban igualmente a la baja en 1,3 puntos.

Entonces, la explicación dada por el presidente del Gobierno achacaba la revisión bajista de las previsiones a la crisis financiera y al aumento de los precios del petróleo insistiendo, en mayo de 2008, que España está «más preparada» que otros países y que en ocasiones anteriores para afrontar la desaceleración, lo que no impediría cumplir con los compromisos de gasto social del Ejecutivo.