El gran servicio de Susana Díaz al PSOE: perder

La buena noticia para el PSOE es que no ha elegido a Susana Díaz. La mala es que ha recuperado Pedro Sánchez. Y está vez con un mandato incontestable

Susana Díaz abandonó anoche la sede del PSOE en la calle Ferraz poco después hacer las dos cosas más duras de su vida pública: reconocer que ha perdido y darse la mano ante las cámaras con quien estaba segura que iba a derrotar. Para quien hasta ahora la política ha sido un paseo triunfal, la humillación del domingo debió ser dolorosa y personal; muy personal.

En los próximos días circularán multitud de opiniones sobre la humillante derrota de la candidata oficialista. Pero, más allá de quién votó a quién, dónde y por qué, el resultado es, aunque aún no lo sepan los socialistas, una gran noticia para su partido. Se ha desvanecido una creencia que era casi una superstición: que el PSOE solo es relevante en España si lo es su federación andaluza.

Se ha roto una superstición, que el PSOE sólo es relevante si lo es su federación andaluza

Los que han elegido a Pedro Sánchez y buena parte de los que se inclinaron por Patxi López quieren un PSOE diferente a la versión actual. No sienten que su partido sea realmente oposición a Mariano Rajoy y menos aún sienten que pueda ser alternativa al PP. Han votado cambio y, por tanto, han votado contra contra Susana Díaz.

La líder andaluza representa todo lo que un partido de izquierda no debe ser, aunque se ampare tras la etiqueta de socialdemócrata: una fuerza que se dedica más a hablar del pasado que a inspirar el futuro; que exhibe líderes de caducidad expirada que viajan ahora en jet privado; que tiene barones en sus reinos de taifas que rinden indisimulada y servil pleitesía a la lideresa extraoficial.

Susana Díaz ha perdido por exceso de confianza: anunció tarde su candidatura después de mucho hacerse de rogar; basó su campaña en repetir “yo sé ganar” y tuvo que improvisar a última hora un programa político y sin más oferta económica que lo que acostumbra dar: subvenciones públicas. Mostró que detrás de su retórica –versión rebajada en contenido pero aumentada en decibelios de su maestro Felipe González— no hay más que una funcionaria de la política que habla en consignas con “el toque común”.

Su derrota del domingo ha ahorrado al Partido Socialista Obrero Español tener que vivir una definitiva humillación la próxima vez que acuda a las urnas. Si cerca de dos terceras partes de su propia militancia –incluso una cifra notable en su propio feudo andaluz— no le quiere, mucho menos le iba a querer el conjunto del electorado español. Pero este hecho, si lo interpretan así las mentes más sensatas del partido, es sólo el principio de un largo y complejo proceso de reconversión.

El carácter de las personas se mide en la adversidad. El de Susana Díaz quedó retratado el domingo por la noche. En su discurso de concesión no mencionó por nombre a Pedro Sánchez y habló de “arrimar el hombro al partido”. La última vez que lo hizo, el pasado mes de octubre, fue para enseñarle la puerta a Sánchez y poner luego el hombro para que no volviera a entrar.

Susana Díaz no nombró a Pedro Sánchez, dijo que iba a arrimar el hombro, el que utiizó para enseñarle la puerta

La actitud y el gesto tenso con que se fotografió la andaluza con Sánchez y López antes de abandonar Ferraz con toda la celeridad que era capaz de dar un Peugeot gris, contrasta con el buenismo un tanto monjil con que se manifestaba a los periodistas doce horas antes, al subirse al Ave en Sevilla rumbo a Madrid: “si gano, pediré a Pedro y a Patxi que me ayuden con generosidad”.

Si sigue creyendo que la generosidad es importante, deberá impedir por todos los medios que la fractura existente en el PSOE entre el susanismo –es decir, el viejo aparato del partido y el establishmet socio-económico y mediático que lo sostiene— provoque una ruptura letal, una escisión cuyo peligro no han conjurado las primarias.

La buena noticia para el PSOE es que no ha elegido a Susana Díaz. Pero la mala es que ha recuperado Pedro Sánchez. Y está vez con un mandato incontestable. Si la presidenta andaluza es una intérprete poco imaginativa de una suerte de social-conservadurismo populista, Sánchez es una multi-herramienta política capaz de ser martillo de izquierdas, serrucho federal, destornillador neoliberal o llave allen para armar coaliciones más complejas que un mueble de Ikea.

Sánchez es una multi-herramienta, capaz de ser martillo de izquierdas o destornillador neoliberal

Cabe esperar que los siete meses de travesía del desierto de Sánchez le hayan servido para reflexionar: Que la militancia socialista haya dicho ‘no’ al susanismo, no le faculta para seguir cambiando regularmente de objetivos, promesas y lenguaje. En el debate pre-electoral se demostró que el modelo de estado –“Pedro: ¿tú sabes lo que es una nación?”—seguirá siendo a la vez el gran tema irresuelto y la potencial línea de fractura del PSOE en los próximos meses.

Cualquier explosión –y las primarias, ya se sabe, las carga el diablo— produce daños colaterales. Los de la voladura del proyecto susanista son variados. Desde insuflar nuevo ánimo a la creciente contestación interna en la propia federación andaluza, al mensaje a sus barones aliados –García-Page, Vara, Puig— de parte de sus propios militantes; del varapalo a los grupos mediáticos abiertamente hostiles a Sánchez –principalmente PRISA y su buque insignia, El País, que el lunes le recibía con un durísimo editorial— al gobierno del PP, que a partir de ahora contará con un PSOE mucho menos proclive a abstenerse ante legislación con coste social.

Sánchez tendrá que esforzarse rápidamente en realinear esas fuerzas y obtener, al menos, un pacto inicial de no agresión. Pero si Susana Díaz, animada quizá por alguno de los veteranos “jarrones chinos” del socialismo español, se empeña en torpedear cualquier intento de que el PSOE encuentre de nuevo el espacio de alternativa progresista al Partido Popular que le arrebató Podemos, no sólo seguirá fracasando en cualquier próxima elección sino que puede acabar como en 1974 escindido en un PSOE ‘Histórico’ –olvidado poco después— y uno ‘renovado’: el que ahora puede morir.