El poder de los bancos centrales

La pasada semana, los mercados no dejaban de sorprenderse ante la decisión del Banco Central de Suecia de mantener los tipos en -0,25% frente al -0,35% pronosticado por el consenso de analistas. Si bien el Riksbank decidía aumentar las compras de deuda soberana en 40-50.000 millones de coronas suecas (SEK), dejando el total acordado hasta la fecha en 80-90.000 millones.

No sorprendía tanto al consenso de mercado la decisión del Banco Central de Brasil (Bacen) de elevar en 50 puntos básicos la tasa Selic, hasta el 13,25%, manteniendo el sesgo alcista y dejando abierta la puerta a subidas adicionales.

La tasa Selic acumula una subida de 225 puntos básicos desde octubre de 2014, cuando Bacen retomó el proceso de tensionamiento monetario interrumpido en abril de ese mismo año con objeto de aplacar las tensiones inflacionistas

Ambas decisiones vienen a sumarse a otras adoptadas recientemente, entre otros, por países como Rusia o China. Además del hecho de que la Reserva Federal de EEUU, tras siete años de estímulos financieros masivos, esté dilatando en el tiempo la «normalización»de su política monetaria, o lo que es lo mismo el final de los tipos de interés cero.

Todas ellas reflejan de forma contundente el papel que están jugando en la actual crisis económica los bancos centrales y sus políticas monetarias de las que los tipos de interés son un herramienta más.

Nadie pone en duda los beneficios que otorga «jugar» –subir o bajar– con los tipos ya que con ellos se puede apreciar la moneda local, reactivar el crédito y el crecimiento de una economía en contracción o estabilizar los niveles de inflación.

Pero, también, menores tipos de interés como los que se gozan en Europa y Estados Unidos, suponen, entre otras cosas, mayores precios de los activos. Es decir, mayor riqueza financier y subidas de las bolsas y de los mercados de deuda, lo que inevitablemente gusta al sector financiero.

Y se deja al margen el hecho de que las políticas monetarias expansivas como la que representa la QE del BCE es una bendición para los gobiernos endeudados, ya que consiguen financiación gratuita a través del sistema financiero y, a la postre, la monetización del déficit. Esto ha llevado a algunos economistas malpensados a concluir con la idea de que la deuda pública no hay que pagarla, dado que un gran paquete de esta deuda acabará en la cartera del BCE.