El porqué del macro fraude de VW
Hasta ahora, nadie que se sepa, se ha preguntado todavía por qué ha podido suceder. Todos cuentan lo que ha pasado a medida que va fluyendo la información -menos lo que va a pasar a partir de ahora- pero no se dan explicaciones de cómo ha sido posible que una empresa de las más serias de un país de prestigio mundial, en una actividad regulada como es el medio ambiente, ha sido capaz de defraudar a más de 10 millones de clientes, y a toda la sociedad en general.
Es cierto que la industria alemana tiene muy buena fama pero, demasiadas veces, viene exhibiendo «episodios» muy criticables. De Siemens recordamos el soborno a gobiernos, al igual que Bayer. De DB la manipulación del líbor. Pero nada que ver con el caso que nos ocupa, por las amplísimas ramificaciones a escala global y el impacto económico y de reputación.
Intentemos analizar el por qué ha podido suceder, los posibles motivos en VW, o incluso me atrevería a extender el caso a otras multinacionales importantes.
1. Existe una fuerte competencia en el sector del automóvil en el mundo. Se considera que si una marca consigue una cuota de mercado del 15% en cada país donde compite es un gran éxito. En consecuencia se compite con todas las armas. Hay que diferenciarse de los demás competidores; por ejemplo en que se contamina menos. Se ha convertido en un factor de mucho peso porque el consumidor moderno aprecia los esfuerzos de las marcas por el respeto al medio ambiente. Al punto al que ha llegado la calidad de los productos de todas las marcas, no existen muchos elementos de diferenciación y se apuesta por ellos.
2. Muy posiblemente en las compañías multinacionales los incentivos a los directivos están mal dimensionados. Están muy sesgados hacia la obtención de resultados a corto plazo, los que se reflejan en la cotización de las acciones en Bolsa. Se incentiva el vender más -arañar cuota de mercado-, en la creencia de que así los costes por unidad serán menores, y en este viaje se puede sacrificar cualquier otra prioridad.
Toda la compañía, que da empleo a más de 600.000 personas en todo el mundo, se ha impregnado del orgullo de ser líder mundial (por encima de Toyota) y hace todo lo posible por no dejar de serlo. Se juegan no tan solo los incentivos económicos sino su prestigio profesional. En este entorno se puede entender mejor la utilización de vericuetos inaceptables.
3. La regulación medio ambiental es bastante distinta por países, sobre todo su control, pero la plataforma del automóvil (la parte básica) es mundial, por economías de escala. También el control que las autoridades ejercen sobre las emisiones es muy desigual. En definitiva grandes actores globales frente a reguladores, en muchos casos locales, sin capacidad ni técnica ni de personal para ejercer un buen control.
4. El Estado, a partir de la revolución neoconservadora, y en términos generales se ha vuelto más débil. Ya no ejerce de Leviatán como nos han relatado los libros de historia. La disparidad de recursos entre el regulador y el regulado va agrandándose a medida que el sistema va convirtiéndose en más global. Otra circunstancia favorable a que pueda darse un fraude a gran escala.
5. El sistema de «governance» de las empresas grandes deja mucho que desear. El autocontrol es muy deficiente, y las normas o no se cumplen o son muy laxas.
En el caso alemán es más preocupante porque, nos dicen, que el sistema de capitalismo renano es más «amable» (no se me ocurre otro calificativo), o más ponderado, debido a que los trabajadores tienen instrumentos de control (los famosos consejos de vigilancia), y el sector público (el Estado de Baja Sajonia) participa en la propiedad de la empresa. De ahí que el caso VW sea tan grave.
Las cinco «circunstancias» apuntadas no tienen entidad por sí solas, ni por separado, para dar una explicación total al fraude -seguro que existen elementos concretos de VW– pero no son circunstanciales.
La conclusión no puede ser otra que hay que revisar a fondo el funcionamiento de las empresas globales, «demasiado grandes». Las que tienen un poder de mercado que se sitúa por encima de las buenas prácticas, que infunde respeto a las autoridades reguladoras, y que, de facto, son más fuertes que la mayoría de los Estados.