El problema que resuelve el bitcoin

Para espolear el debate escribió: “los gobiernos, ocasionalmente, han abusado del privilegio de crear dinero, pero en su mayor parte los países y sus bancos centrales lo han gestionado con moderación”. Agregó que, a diferencia del bitcoin, “las monedas tradicionales tienen un valor subyacente porque, históricamente, los militares se lo han dado (porque lo han necesitado para la guerra). Ello significa que su valor no es una burbuja que pueda colapsar si las personas pier-den la fe”. Caso cerrado, al parecer.

Lo que omitió mencionar fue que el bitcoin opera con éxito desde hace casi diez años, sin que se detectara, una sola vez, transacción fraudulenta alguna. Todos los días, sus volúmenes negocia-dos ascienden a miles de millones de dólares. De hecho, la creciente reputación del bitcoin, dada la seguridad y el crecimiento sobrealimentado que todavía está experimentando, sugiere que no está a punto de desaparecer.

¿El mercado y los bancos centrales saben algo sobre el bitcoin que Krugman desconoce? Una mirada más cercana a la trayectoria del dinero tradicional ofrece una perspectiva algo diferente a la aproximación que defiende Krugman. Mientras escribo, Zimbabwe y Venezuela están sufriendo los estragos de un colapso de su moneda; Argentina, Irán y Turquía están al borde del abismo.

Doscientos cincuenta millones de seres humanos viven en estas economías fallidas, pero no son suficientes, evidentemente, para disuadir a Krugman. Y ni siquiera lo que sucede en estos países es un fenómeno nuevo. La hiperinflación se ha contado 57 veces desde el final de la Primera Guerra Mundial, afectando a miles de millones de personas. En todos los casos, ha sido precisamente el tipo de dinero cuyo valor está supuestamente avalado por los militares y sus guerras el que se ha convertido, bueno, en inútil.

De hecho, la hiperinflación es un tipo de desastre económico exclusivo del dinero creado por los gobiernos. Nunca hubo un caso de hiperinflación cuando las economías operaban un estándar de oro o plata. El dinero es relativamente barato de producir, lo que significa que los gobiernos en crisis, por ejemplo durante una guerra, lo fabrican alegremente.

De esta manera, como hemos visto con demasiada frecuencia, es posible que una sociedad pierda todos sus ahorros en el espacio de pocos meses o, incluso, semanas. Esto es lo que sucede cuando las personas equivoca-das obtienen el control de las palan-cas financieras. Cualesquiera que sean los supuestos beneficios que pueda tener el dinero administrado por el gobierno se esfuman con creces con un solo episodio de hiperinflación.

Si bien la mayoría de los países no han experimentado la hiperinflación, casi todos han sufrido una devaluación significativa de la moneda durante períodos sostenidos. Entre 1960 y 2015, la oferta monetaria promedio creció en torno al 32% anual. Ninguna divisa, ni las que se cuentan entre la élite de la reserva global, vale hoy más del 3% de su precio de canje con el oro en 1971.

Krugman no parece creer que el valor del dinero deba justificarse intelectualmente. En cambio, militares y gobiernos bastan como argumento. La buena noticia para él es que las justificaciones intelectuales en última instancia no importan, no cuando se comparan con las realidades del mercado.

El poder del Estado suele ser suficiente para proteger los monopolios económicos que defiende. Sin embargo, la mala noticia es que el flujo del bitcoin, que es descentralizado, digital y protegido criptográficamente, es mucho más difícil de detener con armas. Krugman cita el costo relativamente alto de las transacciones del bitcoin como una razón por la cual las criptomonedas no pueden competir a largo plazo con las monedas fiduciarias. Parece, erróneamente, asumir que el bitcoin compite con redes de pagos de consumidores, como Visa o Paypal. Pero como sostengo en mi libro The bitcoin standard, no es esa función la que mejor se adapta ni justifica al bitcoin.

Más bien, el bitcoin es una red de liquidez internacional, que compite con los sistemas de los bancos centrales (que constituyen la base de la que dependen las redes de Visa o Paypal y servicios similares). También debe decirse que los costos de transacción del bitcoin son relativamente baratos en comparación con los de los sistemas tradicionales de liquidez.

Y ello por no mencionar que el bitcoin ofrece operatividad internacional en una hora, mientras que el sistema bancario actual, generalmente, necesita días, y, algunas veces, semanas. Ciertamente, hay apetito por una alternativa creíble a las monedas tradicionales controladas por los gobiernos. En los nueve años que lleva operando, el bitcoin se ha apreciado el 700.000.000% frente al dólar, a pesar de los detractores y las advertencias de su inminente colapso.

Quizá el argumento más convincente a favor del bitcoin es la política monetaria completamente apolítica y pre-decible en la que opera. El bitcoin no se puede utilizar para la flexibilización cuantitativa, por ejemplo. No puedes simplemente imprimir más cuando tengas un capricho como gobierno.

Si el crecimiento continuo del bitcoin priva, por ejemplo, a los bancos centrales de la capacidad de finan ciar guerras catastróficas mediante la impresión de dinero, o si evita incluso una incidencia más trágica de la hiperinflación, será el mejor negocio que la humanidad haya hecho.

¿Podría colapsar el bitcoin? Por supuesto que podría. Cualquier inversor que inyecte una gran cantidad de dinero en el bitcoin debe saber que está asumiendo un riesgo significativo, o probablemente lo aprenderá de la manera más traumática. Pero el precio del bitcoin cae hoy en día a precios mucho más altos que hace unos años. ¿Pueden las monedas y los bonos gubernamentales colapsar, o perder valor significativamente, a pesar de los resortes que los avalan? La puesta, después de cien años y más hiperinflaciones, represión financiera e incumplimientos soberanos, que en conjunto han afectado a miles de millones de personas, es un rotundo sí.

No es de extrañar que tantas personas no compartan el descarado entusiasmo del profesor Krugman por el experimento del siglo pasado con dinero controlado por el gobierno. Y aquí radica el problema que resuelve el bitcoin. Ofrece a cualquiera en el mundo una vía

de escape a ser controlado por economistas, que creen que son inmunes a las lecciones de la historia.