El riesgo de acabar mechado

La confrontación política encierra el riesgo de una subversión de los actuales valores constitucionales y, por ende, de un cambio de régimen político

Aceptémoslo: con la aparición y posterior propagación del Covid-19, el gobierno de España y los gobiernos autonómicos, todos ellos sin excepción alguna, han transferido parte de la responsabilidad de la salud pública a los ciudadanos.

Para quienes siempre han estado bajo el paraguas del “papá Estado”, les ha llegado cual lluvia glaciar. Protestan con su ideología indecente de no arrimar el hombro y de preguntar constantemente qué hay de lo mío. Un pensamiento, una actitud y una práctica insolidaria y faltada de razón, pues rechaza la autonomía de la persona y su responsabilidad ante sí mismo y ante los demás.

Allí donde se ha ejercido a fondo (la URSS, por ejemplo) o se está llevando a cabo (Corea del Norte, China, Venezuela…) o bien ha fracasado estrepitosamente o bien está en camino de hacerlo, llevándose por delante al mismísimo pueblo.  

Para quienes se han ganado el pan con el sudor de la frente en un entorno de libertad, es decir, de derechos y de deberes, asumiendo a fondo su cometido, ni les sorprende ni les desagrada ser alícuotamente responsables de la sanidad pública.

La generación de la desobediencia

De hecho, lo han sido siempre respecto de la propia, y con ello han contribuido a la general. Sin embargo, en la España de las libertades, al igual que en todos los países democráticos, ha surgido la “generación de la desobediencia”, la del altivo ¿“por qué no”? Es transversal respecto de edades biológicas, efectivamente, pero ha nacido para quedarse gracias al populismo de todo tipo y condición. Y a quienes les hacen de mayordomo mayor y de ayudantes de cámara, como son los medios que les son cercanos. Véanse los escritos y los libros de mi compañero Miquel Porta Perales.

La confrontación política existente en España, entre oposición y gobierno, y entre gobierno central y gobiernos autonómicos, cada uno por su lado, no ayuda a sellar la fuga de madurez, sensatez y juicio, y, a la postre, reconducir esa cultura de la rebeldía, que se ha ido implantando en nuestra sociedad de manera tan ciega como bien dirigida, y que, además, como bien apuntaba mi amigo Félix Riera en su último artículo, puede llevarnos, sin apenas enterarnos, a una subversión de los actuales valores constitucionales y, por ende, a un cambio de régimen político.

Las advertencias de la Guardia Civil y del propio Ejército sobre algaradas subidas de tono en los meses venideros lo serán de puntas de icebergs. Un servidor les habla de todo el iceberg.

Cuidado porque el enemigo más acérrimo del sistema que los españoles nos hemos dado, se halla en el mismísimo Consejo de Ministros – véase su influencia en toda la normativa sacada con motivo del coronavirus, especialmente la que no incumbe propiamente a la pandemia – y, por lo que hace a todo Occidente, también se sientan en presidencias y gobiernos. O nos ponemos todos o acabaremos mechados.

No en las aceptaciones que la RAE hace del término “mechado”, obviamente, pero sí respecto a su dúctil aplicación al comportamiento ciudadano en las fases de desconfinamiento – que deja imágenes impensables para un país que se halla en el grupo de cabecera en la OCDE– y a las corrientes subterráneas – y a menudo, no tanto- de culto chavista por excelencia.

Una cuestión de principios

Como a la mayoría de nuestros lectores, a mí, me educaron en la responsabilidad y en el esfuerzo. No niego que, ante ciertas encrucijadas en las que te pone la vida, pueda haberme desviado algo de estas dos virtudes, pero no tanto como para no poder regresar al cauce que señalaron mis padres. Estos dos principios me han acompañado siempre.

Guiaron mis tiempos políticos, que lo fueron de concordia, de acercarse al otro, acaso de complementarlo, y siempre en beneficio del interés general de todos los españoles sin distinción de fueros ni menos de adscripción política. Trasladé estas dos notas a mis discípulos en mi docencia universitaria. Y por ahí sigo o eso intento.

Existe el intento de socavar los cimientos de nuestra cultura democrática con la crisis económica

Sin embargo, ahora que para más de la mitad (58%) de los ciudadanos de este país y muchísimo más en otros (68% en Italia y el 60% en Inglaterra) lo prioritario es la economía y no la salud, se impone la autodisciplina en la prevención para evitar nuevas oleadas del virus que de China partió.

Por un lado, esto, y, algo más allá, no mucho más, estar vigilantes ante el intento – que existe –  de socavar los cimientos de nuestra cultura democrática y, por ende, liberal, aprovechando la factura económica que nos está llenado y el cabreo social correspondiente.