¿El suicidio como índice de medición de la crisis?

Con motivo del asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Pablo Iglesias, líder de Podemos, agitaba la conciencia ciudadana al recordar que “en este país en el que estamos viviendo un drama social, nunca hemos visto a los partidos suspender actos cuando una desahuciada se tira por la ventana o cuando un parado despedido se quita la vida”. Iglesias, sin buscarlo, entronizaba el suicidio como índice económico que podría ser utilizado para medir el grado incidencia de la crisis económica en la sociedad española.

Lo hacía, pocos días después de que en una estación de cercanías, próxima a Madrid, se quitaran la vida, en el corto espacio de una semana, tres personas, aunque la escasa información existente sobre este problema en España, no permite ligar, como lo hizo Iglesias, suicidio con crisis económica.

Sí es cierto que parece existir un cierto consenso en que una de las consecuencias más dramática de los desahucios es el suicidio de quien va a ser desahuciado y durante los últimos años la prensa ha publicado numerosas noticias sobre muertes violentas relacionadas con desahucios, aunque la relación no siempre está clara ya que influyen, como en todos los suicidios, situaciones personales complejas y difíciles de determinar. En cualquier caso, cuando se comprueba el número de suicidios que se producen en España, resulta temerario encadenar ambas cuestiones, ni siquiera determinar ratios de influencia de uno sobre otro.

Quienes han estudiado el fenómeno, señalan que la tendencia al suicidio hay que entenderlo como un trastorno separado de otras enfermedades mentales. Hay investigar sobre sus mecanismos biológicos, y que resulta imprescindible poner en marcha programas de prevención basados en la evidencia, algo que en España no existe en tanto en cuanto el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad no tiene ningún plan específico para tratar de atajar este problema. Algo que no ha ocurrido con los accidentes de tráfico, pese a que los suicidados son casi tres veces más que los fallecidos en accidentes de tráfico.

Por el momento, pese a que los investigadores sugieren que las políticas activas para afrontar el problema pueden ayudar a reducirlo, mirar para otro lado es el resultado más frecuente en España cuando se trata del suicidio.
Abordar y estudiar el asunto del suicidio en España y sus causas, al igual que ocurre en otros países de nuestro entorno, es un ejercicio extraordinariamente complejo ya que ni el Instituto Nacional de Estadística (INE), ni ningún otro organismo oficial, considera que deba analizar o hacer públicos todos los factores que rodean a la drástica decisión de quitarse la vida.

De entrada, un dato estremecedor: el suicidio constituye la primera causa de muerte violenta en España, por delante, como ya se ha señalado, de los accidentes de tráfico y así lo atestigua el hecho de que en 2012 se quitaron la vida en España 3.539 personas –hombres en el 77% de los casos– frente a los 3.180 fallecidos por esta causa en 2011, cifra que, a su vez, superó en 40 a los contabilizados un año antes.

Desde 2008, año de referencia de la crisis económica, y debido al descenso de las muertes en carretera, el suicidio ha pasado a constituir la primera causa de muerte violenta -o externa- en España y hoy, de acuerdo con los datos publicados por el INE en enero de 2014, la cifra de suicidios en España creció en 2012 un 11,3% sobre la del año previo, siendo ésta la mayor registrada en el país desde 2004.

Aunque España ha presentado tradicionalmente una de las tasas de suicidio más bajas de los países de su entorno -en 2009, la tasa de suicidio en España se situaba en 6,3 por 100.000 habitantes,- desde mediados de la década de 1980, la tasa de suicidio en España ha aumentado un 17,2%, resaltando como dato curioso el hecho de que casi el 80% de las víctimas se producen en espacios ferroviarios (tren y metro), algo que las compañías interesadas guardan con un férreo celo.