El ‘trumpismo’ será la verdadera oposición a Joe Biden

Trump no es historia todavía, ni lo será en un futuro previsible, porque el 'trumpismo' entre en una nueva fase que durará hasta que su líder se canse

Joe Biden, Kamala Harris y las multitudes que el viernes se echaron a la calle en diferentes ciudades norteamericanas han tenido todo el fin de semana para celebrar la victoria del ‘ticket’ demócrata y proclamar jubilosamente “You’re fired!” (“¡Estás despedido!”).

El país –en realidad, la mitad del país– necesitaba esa ceremonia de liberación y catarsis tras cuatro años durante los que su institución más preciada ha estado colonizada por un personaje que será recordado como el presidente más destructivo de los 244 años de la historia de Estados Unidos desde la Declaración de Independencia de 1776.

Pero Trump no es historia todavía. Ni lo será en un futuro previsible.

Los 71 millones de votos que cosechó el pasado martes y sus 88,9 millones de seguidores en Twitter son el capital fundacional de una nueva fase del trumpismo que durará hasta que su figura central se canse, hasta que los conservadores más recalcitrantes le dejen financiar (Trump tiene por norma actuar siempre que pueda con el dinero de los demás) o hasta que compruebe que se ha desvanecido la “magia” con que ha conseguido dividir a la sociedad norteamericana hasta niveles inéditos desde la Guerra Civil de 1861 a 1865.

Esa eventualidad –el retorno de Estados Unidos al consenso constitucional sobre el que tradicionalmente se ha asentado su vida pública– es el reto más trascendental al que se enfrenta Joseph Robinette Biden Jr. Por esa razón, el que será el cuadragésimo sexto presidente de la Unión ha inaugurado una presidencia virtual que haga tangible su visión hasta que el próximo 20 de enero de produzca su acceso a la Casa Blanca.

Su primera materialización es atender al primer compromiso que ha adquirido el nuevo presidente: enfrentar eficaz y decididamente la pandemia del coronavirus, que suma cerca de un cuarto de millón de muertos desde que se desató.

La agenda de los primeros 100 días

Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris tienen una ventana de dos años para sentar las bases de la regeneración de la política y consolidar el proceso de sanación que necesita el país.

El verbo «to heal» (sanar, curar, cicatrizar) se declina insistentemente desde las 11.24 de viernes, hora de la costa Este, cuando el escrutinio del estado de Pennsylvania impulsó a la candidatura demócrata por encima del listón de los 270 votos electorales necesarios para la victoria.

La parte más práctica de la presidencia virtual consistirá en ejecutar el proceso de transición con la administración saliente. La maquinaria del estado facilitará lo fundamental del cambio de guardia, incluso si Trump continúa negándose a colaborar. Sin embargo, el elemento más político y emocional de esta primera etapa consistirá en crear expectativa para los pasos que Biden tomará por decreto ejecutivo en los 100 primeros días de su mandato.

Las más simbólicas serán el retorno de EEUU a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo de París sobre el Clima y una ofensiva para lograr el desbloqueo de un nuevo y billonario paquete de ayudas económicas para los más afectados por la Covid-19.

La etiqueta más temida por Trump es la que le acredita como «loser«

Es probable que se decrete también el levantamiento de las restricciones arbitrarias a la entrada de viajeros desde países musulmanes, gestos que apunten una nueva política inmigratoria y, en respuesta al espíritu del Black Lives Matter que tanto le ha contribuido a la victoria presidencial, medidas de lucha contra el racismo.

El electorado ha impuesto una nítida versión de los «checks & balances» (controles y equilibrios) sobre los que descansa la arquitectura constitucional norteamericana. Biden no ha conquistado la primera magistratura tanto por los méritos de su propuesta como por el rechazo de una escasa mayoría (50.6% del electorado frente al 48.7%) a la figura de Trump y la agitación permanente que suscita. 

De momento, los votantes han privado a la nueva administración de la mayoría en el Senado imprescindible para sacar adelante su programa legislativo. Y, además, han reducido en cinco escaños el dominio de la Cámara de Representantes que el Partido Demócrata consiguió en las elecciones mid term (de mitad de mandato) de 2018.

(El resultado final de la Cámara Alta, empatado provisionalmente a 48 escaños para cada partido, no se conocerá hasta el 5 de enero, cuando se repita los comicios para elegir a los dos senadores del estado de Georgia. Si los demócratas ganan esos dos escaños conseguirían la mayoría, incluso si los republicanos llegan a 50 gracias al voto de calidad de la presidencia del Senado que desempeñará la vicepresidenta Harris).

Guerra sucia

El reto más urgente de Biden es contrarrestar la ofensiva propagandista lanzada por Trump y el núcleo duro que le rodea, encabezada por el corrosivo Rudy Giuliani (una caricatura del que fuera “alcalde de América” tras el 11-S de 2001) y sus dos hijos mayores, Donald Jr. y Eric.

Es improbable que el aluvión de demandas judiciales presentadas contra el “robo de la votación” altere el resultado electoral. Su efecto inmediato (y el que realmente persiguen los incondicionales de Trump) es perturbar la atención mediática sobre el presidente-electo y mantener en estado de agitación a su base.

La premisa fundamental del trumpismo en su nueva encarnación es que un fraude masivo –una conspiración del ‘estado profundo’ al que el presidente derrotado ha achacado todos sus fracasos– es lo único que le ha hecho que perder la Casa Blanca

Esa afirmación es la que sustenta el #stopthesteal (“detén el robo”) con que se alimentan las manifestaciones de los partidarios de Trump a lo largo y ancho del país y el “dato” que le permite declarar la ilegitimidad de la nueva administración. La etiqueta más temida por Trump, la que su narcisismo patológico le impedirá siempre asumir, es la que le acredita como «loser» (perdedor).

El mito «birther«, según el cual Barack Obama no había nacido en Estados Unidos, fue alimentado por Trump para tachar de ilegítimo al primer presidente negro de la historia norteamericana. No solo fue un elemento central de su carrera presidencial de 2016, sino la justificación esencial con la que procedió a la demolición del legado de su predecesor.

De igual manera, no reconocer la legitimidad de Biden –aunque deba asumir el veredicto de las urnas– es lo que sustentará el movimiento cuya creación se auguran en los pasillos del poder de Washington.

La construcción de una maquinaria de agitación y movilización destinada a ejercer presión extramuros del Congreso y el Senado, se completaría con el lanzamiento de un canal de televisión impulsado por Trump, que contempla airado como Fox News comienza a abandonar (mediante pequeños pasos) el papel que ha tenido en la creación del trumpismo.

Es un viejo proyecto que el yernísmo, Jarred Kushner, reactivó en los últimos meses ante la eventualidad de que el coronavirus tumbara a su padre político.

El dilema del Partido Republicano

El presidente-electo y su equipo saben que el futuro de la nueva administración depende de que su relato positivo se imponga sobre la negatividad Trump. Se requiere para ello que una parte suficiente de quienes han votado a Trump accedan a dar una oportunidad al espíritu de colaboración al que Joe Biden se comprometió en su primer discurso.

De ello depende también que el Partido Republicano decida zafarse del control que hasta hoy ha ejercido ‘trumpismo’ y pueda iniciar la regeneración que necesitará para sobrevivir a medio plazo.

Las primeras señales emitidas por el establishment del partido –los reelegidos senadores Mitch McConnell y Lindsey Graham– indican todo lo contrario: prefieren no contemplar la zanahoria del «bipartisanship» (colaboración de los dos partidos en los grandes asuntos) mientras puedan disponer del palo enorme que representa la base de presidente saliente.

Comienza una etapa tan apasionante como incierta. Los próximos meses indicarán la dirección que el nuevo presidente y su “histórica” vicepresidenta (la primera mujer y persona de raza no blanca que alcanza la segunda magistratura del país) darán a su mandato.

Y determinarán también las posibilidades de éxito de lo la poco disimulada agenda oculta del Partido Demócrata: que Joe Biden no concurra a la reelección en 2024 para que Kamala Harris haga más historia todavía al lograr la presidencia.