Escandalera esconde escándalo

Tomar decisiones sin tener en cuenta las consecuencias debería circunscribirse únicamente a la infancia, pero ahí tenemos a Sánchez perdonando a los sediciosos y liberando a los violadores

El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, siendo la ley del solo sí es sí una de esas piedras. Es una chapuza jurídica monumental que solo conseguirá rebajar penas e, incluso, liberar a agresores sexuales y violadores. Es una mala ley elaborada por malos políticos y malos asesores. Malos y engreídos. El Consejo de Ministros y los diputados que la votaron estaban advertidos del error que iban a cometer, pero, embelesados por el resplandor de su propia bondad, no alcanzaron a escuchar sabios consejos. Entre el rigor jurídico de quienes saben y las supuestas buenas intenciones de la ministra Irene Montero, optaron por la peor opción, la segunda.

Estará manido o manoseado, pero es aquí imposible no aludir a un clásico, al politólogo alemán Max Weber, y su distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Estas no son excluyentes. De hecho, la política requiere la pasión de las convicciones. Sin embargo, sin responsabilidad nadie debería llegar nunca a gobernante. Tomar decisiones sin tener en cuenta las consecuencias debería circunscribirse únicamente a la infancia. Pero ahí tenemos a Pedro Sánchez y compañía, castigando a los contribuyentes, perdonando a los sediciosos y liberando a los violadores.

Otra izquierda es posible. Miremos a Europa. A la vecina Portugal o a las socialdemocracias escandinavas que, por ejemplo, evalúan la implementación de sus políticas públicas y las cambian si estas no alcanzan los resultados esperados, sin apriorismos ideológicos, ni excusas buenrollistas. Les preocupa el bien común. Aquí, no. Aquí, la izquierda gobernante crea enemigos imaginarios para sacarse de encima cualquier responsabilidad. Hablan desde la bancada del gobierno, pero, si cierras los ojos, los escuchas gritar tras la pancarta. Tildar a los jueces de “fascistas” por aplicar la ley es un doble salto mortal retórico en el arte del sostenella y no enmendalla.

La ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE/ Chema Moya

Sánchez y sus aliados solo miden los resultados en términos de poder personal, no de prosperidad o de bienestar para la sociedad que gobiernan. Si para mantener el poder han que legislar a favor de los delincuentes y en contra de sus propias promesas, lo hacen sin titubeos. Son implacables con la palabra dada. Ya encontrarán una cortina de humo, aunque este sea tóxico. U ofendidos ante cualquier amonestación chillarán tan fuerte que así taparán cualquier error, incluso el más grave. Escandalera esconde escándalo.

La izquierda sanchista es la que miente siempre, en cualquier circunstancia, si así se consigue permanecer una semana más en La Moncloa

Así, el comentario zafio de la diputada de VOX hacia la ministra Montero solo ha servido para reunificar a toda la izquierda en plena semana triunfal de Bildu y Esquerra Republicana. La derecha populista siempre sale al rescate de la izquierda populista. No obstante, la sobreactuada respuesta gubernamental destila la más fina hipocresía. Nunca vimos esos lloros y gritos, ni esas vestiduras rasgadas, cuando se atacaba con mayor violencia aún a mujeres del Partido Popular como Isabel Díaz Ayuso, Cristina Cifuentes, Andrea Levy o Ana Botella.

Contra ellas todo valía, porque siniestros portavoces nos aseguraban que “lo personal es político”. Pero -oh, wait!- ahora resulta que tal aseveración solo es válida cuando afecta a la vida de los otros. Contra ellas todo valía, porque Pablo Iglesias pregonaba que “hay que naturalizar que, en una democracia avanzada, cualquiera que tenga presencia pública esté sometido a la crítica y al insulto”. Pero -oh, wait!- ellos no son cualquiera. Son los marqueses de Galapagar, aristócratas de la moralina.

Así pues, los españoles gozamos -es un decir- de un gobierno de coalición entre las mentiras y las hipocresías. La izquierda sanchista es la que miente siempre, en cualquier circunstancia y ante cualquier interlocutor si así se consigue permanecer una semana más en La Moncloa. Y la izquierda podemita es la que exagera los problemas cuando está en la oposición, y exagera los insultos recibidos cuando está en el gobierno. Es la de la doble vara de medir, el doble rasero o, en definitiva, la de la pura doblez. En todo caso, mala combinación.

Mentiras e hipérboles. Demagogia y sentimentalismo. Es el gobierno de la hipocresía, de una hipocresía elevada como gracia autoconcendida. No acabará bien para los españoles. No va nada bien. No podía ir bien. La falsa superioridad moral les hace gobernar mal, ya que desprecian la complejidad de la realidad y las consecuencias de sus actos. Ojalá viniera otra izquierda; ojalá ninguna derecha les imitara.