Análisis | España y la Europa de Juego de Tronos

Pedro Sánchez: “Estamos en el momento más crítico de la Unión Europea desde su fundación, necesitamos decisiones valientes y contundentes"

El requerimiento del presidente refleja la decepción de quienes creían que la UE no era solo el acrónimo de un mercado único sino una comunidad de valores. La decepción no viene de ahora, pero ahora es cuando se impone. La Unión va camino de parecerse a los Siete Reinos de Juego de Tronos: aliados en coaliciones subregionales de interés, recelosos unos de otros e incapaces, o directamente opuestos, a enfrentarse unidos al dragón del coronavirus.

La lenta y vacilante reacción de la UE se reforzó en la cumbre europea del jueves pasado. La división entre los miembros reflejó la inoperancia mostrada hasta ahora. ¿Asumir solidariamente –mutualizar—la financiación que requerirán los estados para afrontar lo que se les viene encima? Nein!; ni hablar de ‘coronabonos’. O ‘nee!’, como se dice en holandés.

Alemania, secundada sobretodo por Países Bajos, Austria y Finlandia, se niega a avalar mancomunadamente a los países del Sur cuando inevitablemente acudan a endeudarse en los mercados internacionales. Los justos –ellos— no quieren pagar por los pecadores del Sur.

Evitar el regreso de los hombres de negro

Nueve países habían llegado a la sesión virtual del Consejo Europeo con un frente común. Francia (el segundo PIB de la UE), las cumplidoras Irlanda y Portugal, entre otros, se sumaban a Italia y España, para darle músculo a esta alianza. Pero la respuesta obtenida fue la anticipada. No se va a diluir entre todos los estados miembros la capacidad de crédito de cada uno.

¿Sálvese quien pueda? No del todo. Habrá un mecanismo europeo para acudir a los mercados en busca fondos para afrontar los costes de la crisis. Se tardará10 días, por lo menos, hasta que el Eurogrupo fragüe un acuerdo. Ni siquiera la pandemia acelera el ritmo parsimonioso de la UE. Lo que se decida se basará, con toda probabilidad, en el MEDE, el mecanismo de estabilidad creado a raíz de la crisis del euro de 2010.

Alemania se niega a avalar a los países del Sur cuando acudan a endeudarse en los mercados internacionales

Lo que el Sur quiere evitar es que esa cobertura, imprescindible para países que acumulan una deuda cercana o superior a su PIB (España, 97,60%; Francia, 98,40%; Portugal, 122,20%; e Italia, 134,80%; Grecia, 181,20%…), lleve aparejada otra intervención como la de la última crisis: el retorno de los hombres de negro. Este shock afecta a todos; no es una implosión financiera ni la consecuencia del incumplimiento de obligaciones fiscales. Es un evento biológico que no discrimina fronteras, aunque golpea con más dureza a los que, durante la Gran Recesión, tuvieron que aplicar drásticos recortes a su sanidad.  

La versión de lo discutido en las cumbres europeas raramente excede los confines la versión oficial. Esta vez, esa información se ha conocido con un detalle inusitado. El sábado, el diario El País publicaba un detallado relato, con abundantes entrecomillados, de la tensa reunión. Otros medios europeos han hecho algo similar. Todos coinciden en lo esencial: el gobierno alemán encabeza la negativa a la mutualización, mientras que el neerlandés asume, con indisimulado entusiasmo, el trabajo sucio que requiere esa posición.

“No, Charles; Es inaceptable”

No se precisa mucha sagacidad para aventurar que la fuente de la información era La Moncloa. El Gobierno de Madrid, asediado por las críticas al manejo de la crisis sanitaria, necesita mostrar que actúa agresivamente y con efectividad en alguno de los frentes. Pedro Sánchez ha asumido un papel muy asertivo en el escenario europeo del Covid. Francia e Italia, hacen algo parecido, especialmente Emmanuel Macron. Junto con España, recuerdan a sus socios que son tres de los cinco estados (léase mercados) más grandes de la Unión. Lo que pasa es que Alemania es el primero y Holanda el quinto.

La alocución sabatina de Pedro Sánchez prescindió del lenguaje diplomático habitual. Ya lo había hecho durante la cumbre, según la reconstrucción periodística. El presidente español, al alimón con el italiano Giuseppe Conte, se plantó ante el ambiguo texto con que el presidente del Consejo pretendía cerrar la reunión: “No, Charles [Michel]; es inaceptable. No puedo admitir un lenguaje vago y hablar de varias semanas cuando mi país tiene la emergencia sanitaria que tiene”

El Gobierno de Madrid necesita mostrar que actúa agresivamente y con efectividad en alguno de los frentes

Los políticos holandeses tienden hacia la arrogancia y hacia un paternalismo condescendiente y estricto a la vez. Evocan el riesgo moral. Hay que cumplir las reglas o afrontar las consecuencias. Son como el pastor luterano de ‘La Cinta Blanca’ (Michael Haneke, 2009).

Recuerden al entonces ministro de finanzas y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem en 2017: “No puedo gastarme todo mi dinero en licor y mujeres y a continuación pedir ayuda”. Su homólogo actual, Wopke Hoekstra, no le va a la zaga. Para él, la emisión de deuda conjunta representa es un riesgo pecaminoso porque disuade las reformas necesarias en los estados del Sur. 

“Repugnante”, dijo luego el ‘premier’ portugués, Antonio Costa, al calificar la “mezquindad recurrente” de La Haya. Un lenguaje sorprendentemente duro dentro del edificio Berlaymont. Hasta el Financial Times, nada sospechoso de tibieza liberal, escribía que «la obsesión de Holanda por historias morales durante una crisis de salud mortífera e indiscriminada no hace ningún favor”.

Una nueva liga hanseática 

¿Se trata solo de una obsesión o es mas bien una estrategia holandesa de largo recorrido? Su primer ministro, Mark Rutte, ya decía en 2013 que quería una Europa “más pequeña, más delgada y más tacaña”. En aquella época lo afirmaba como un eco de la voz más ultra-liberal de la UE: el Reino Unido. Desde el Brexit, Holanda tenido que decidir en qué liga quería jugar.

Rutte, se ha asumido el liderazgo del Norte europeo: la nueva Liga Hanseática. Formada por los países del Mar del Norte, Dinamarca, Suecia y Finlandia y las repúblicas bálticas, agrupa a esos países para sumar peso ante las instituciones europeas. Algo así como la alianza entre ‘Invernalia’ y las ‘Islas de Hierro’.

La Liga y el Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) son ‘clusters’ de interés que se han dotado de cierta estructura organizativa y celebran reuniones regulares para fijar posición común ante el conjunto de la UE.

El nacional-populismo que campa por Europa es el mayor condicionante de la política actual de la Unión

La alianza del Sur –el caluroso y hedonista reino de ‘Dorne’— ha logrado atraer el apoyo de Paris, algo crucial cuando se ha agarrotado el eje franco-alemán. Incluso el de los gobiernos de Bélgica y Luxemburgo (¿quién se acuerda ya del Benelux?) y el de Irlanda, hasta ahora alineada con los hanseáticos.

Pero ‘El Trono de Hierro’ sigue estando en Alemania, juez y árbitro de la Unión. Angela Merkel está condicionada por la presión de los nacional-populistas del AfD: “el Bundestag nunca aceptará la mutualización”, dijo en la larga sesión del Consejo. La coalición gobernante de Rutte nota también el frío aliento del ultraderechista y antieuropeo PVV de Geert Wilders, segunda fuerza en su parlamento.

El nacional-populismo que campa por Europa es el mayor condicionante de la política actual de la Unión; el acelerante de la división de los Siete Reinos. La crisis de Covid, como el dragón de Danaerys, determinará su futuro. (FIN)