Está en riesgo la Constitución y la democracia

España, tras décadas de grandes logros, ha iniciado su particular travesía hacia la decadencia política, económica y social

“España no es Venezuela”, afirman quienes tildan de exagerados a todos aquellos que advierten del enorme peligro que supone la deriva que ha emprendido el Gobierno de Pedro Sánchez, cuyos socios no creen en la Constitución ni en la democracia ni en la economía de mercado, como es el caso de Podemos, ERC o Bildu.

Sin embargo, “Venezuela no es Cuba” es lo que se escuchaba en las calles de Caracas meses antes de que el poder cayera en manos del comunismo chavista. Los pueblos avanzan y retroceden y España, tras décadas de grandes logros, ha iniciado su particular travesía hacia la decadencia política, económica y social.

Tras la crisis financiera de 2008, España tenía que elegir entre convertirse en una especie de Argentina o, por el contrario, imitar a Dinamarca.

Por el momento, se está imponiendo la primera opción y el problema es que su victoria será total e irreversible a medio y largo plazo si los promotores de este modelo, que no deja de ser una versión hispana del peronismo argentino o, en el peor de los casos, el chavismo venezolano, logran tumbar la Constitución y, con ella, el “régimen del 78” que tanto detestan.

La Constitución, en su peor momento

La Carta Magna acaba de cumplir 42 años y nunca antes ha estado tan cuestionada como ahora. La Constitución es un éxito, el gran legado que dejó en herencia toda una generación de españoles deseosos de abrazar la democracia y de integrarse en Europa, tras una cruenta Guerra Civil y una larga dictadura posterior que infligieron profundas heridas a la sociedad española.

Los frutos de la vigencia constitucional han sido, entre otros, la etapa de mayor estabilidad política e institucional de la historia reciente, un sustancial desarrollo económico, puesto que se ha duplicado la renta per cápita en términos reales -descontada la inflación-, con el consiguiente aumento de la calidad de vida, así como una gran estabilidad social y la puesta en marcha de un Estado de Derecho avanzado. Estos y otros muchos logros son los que hoy están en riesgo.

Todos los fundamentos en juego

La izquierda impulsa ya de forma clara y abierta la apertura de un proceso constituyente en España, cuyo resultado, siendo incierto, resultará trágico o, cuando menos, mucho peor que el actual marco constitucional.

Y no, no sólo es Podemos quien propugna tumbar la Constitución, sino el propio PSOE. La semana pasada, el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso y miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, Patxi López, avanzó que los socialistas quieren “modificar la Constitución para adaptarla a los nuevos tiempos»,  signifique esto lo que signifique, al tiempo que el secretario del PSC, Miquel Iceta, apostó por “adaptarla a la realidad” actual.

El problema es que, una vez abierto el melón de la reforma constitucional, todo será cuestionado, desde la forma política del Estado, la monarquía parlamentaria, hasta la soberanía nacional, el modelo territorial o el papel que ostenta el poder político en la economía y la vida de los individuos.

Los deseos de Pablo Iglesias

Y es aquí, precisamente, donde entrarán en juego las demandas de Podemos, cuyo fin no es otro que restaurar la II República, de Bildu y su “república vasca” o de ERC y su “república catalana”.

No es casualidad que comunistas y nacionalistas exijan a toda costa iniciar un nuevo proceso constituyente, dado que la Constitución del 78 es lo que garantiza el sistema de derechos y libertades que ha operado durante estos 40 años y, en última instancia, el funcionamiento y la solidez de la democracia.

Basta imaginar qué pasaría en España con una Constitución que cumpla los deseos de Pablo Iglesias, que, entre otros muchos despropósitos, considera que los partidos de la oposición, con el PP al frente, están “fuera de la democracia”.

El comunismo, una ideología totalitaria, ha llegado a las instituciones y lo único que lo frena sin ambages es la Constitución, de ahí la necesidad imperiosa de mantener intacta su vigencia.