Etnocinismo 

Yo soy un ciudadano catalán, nacido en Cataluña, hijo de una salmantina y de un andaluz y quiero que Cataluña siga unida al resto de España.

¿Por qué antepongo donde nací y explico mis orígenes paternos antes de manifestar mi opción personal en el debate que obscenamente secuestra la política catalana? Con sinceridad, no es porque donde nací y/o el origen de mis padres justifiquen ni dicha opción. Ni mi absoluta ausencia de adhesión emocional al mesiánico proceso; ni excusen que habite en mi un profundo hartazgo y cansancio intelectual ante la miseria ética, estética y argumental de este tóxico escenario político.

El motivo es porque aún resuena el eco de la diseñada polémica acerca del tinte «etnicista» de las palabras pronunciadas por Pablo Iglesias en un mitin de su formación en la ciudad de Rubí.

En ellas, Iglesias apelaba a las raíces de los descendientes de quienes en el pasado vinieron de otras partes de España a desarrollar sus vidas en Cataluña para animarles a votar el 27-S contra Artur Mas. Sus palabras textuales fueron: «Esa gente de barrio, esa gente de barrio que no vota tiene que sacar los dientes. Esa gente de barrio que no se avergüenza de tener abuelos andaluces o padres extremeños tiene que sacar los dientes. No podéis consentir que os hagan invisibles en Catalunya. Todos a votar el 27.

Inmediatamente, estas palabras originaron una politogénesis explosiva que tildaba la maniobra de «etnicismo» con el único objetivo de intentar fracturar la sociedad catalana por sus orígenes o por su lengua. Furor desatado en las redes; declaraciones de dirigentes políticos separatistas, que escenificaban un profundo dolor y ofensa, lideradas en primer lugar por  el diputado de las CUP, David Fernàndez, quien expresó airado que ya estaba bien de «dividir a los catalanes por su origen», que él venía de Zamora y era independentista.

A este le siguieron el candidato de las CUP, Antonio Baños, que las calificó de «paracaidismo étnico» y le recordó a Iglesias que pese a ser «de barrio» y tener «abuelos murcianos» se sentía independentista; y, finalmente el candidato tapado, Artur Mas, afirmó que «las apelaciones a intentar dividir por los orígenes y por el idioma son el mismo discurso de siempre. Si no le viera, podría pensar que es el discurso de Aznar y la ultraderecha, todo es lo mismo«. No podía faltar a la fiesta Aznar…

Finalmente, y como guinda, una acción de activismo político de miembros de las CUP que irrumpieron en un mitin posterior para reprocharle que pidiera el voto a descendientes de andaluces y extremeños, al grito de «Ésta es su democracia» y exhibiendo una pancarta que decía «Orgullosos de nuestros orígenes. Humilladas por tu etnicismo».

Humilladas por el «etnicismo» de Iglesias y abrazados al clasismo de Artur Mas. En fin.

Como explicaba ayer en el artículo De lobos y pastores, el mecanismo de acoso y derribo se puso en marcha con una estrategia perfectamente coordinada: activistas en las redes empezaron a señalar la víctima, los dirigentes políticos iniciaron la persecución, los sicarios mediáticos la acosaron, y finalmente la presa se rindió. Iglesias pidió disculpas: «Si a alguien he ofendido con mis palabras, lo siento mucho».

¿Eran las palabras de Iglesias etnicistas?. En absoluto.

¿Era una novedad esta voluntad de movilización de los ciudadanos con orígenes en otras partes de España? No, este es un discurso habitualmente empleado (con grados y acentos diferentes por C´s, PP y PSC)

¿Han habido declaraciones del entorno político separatista que podrían interpretarse como sospechosas de etnicismo bajo los mismos criterios? Si, y son innumerables.

Como ejemplo, Carme Forcadell, la misma que decía que C´s y el PP eran los enemigos «y el resto somos el pueblo catalán» dice ahora que conseguirá la independencia «gracias a los hijos de los andaluces». Oriol Junqueras, número cinco de la UTE del Junts Pel Sí, realizó unas extravagantes declaraciones donde sentenciaba que «los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses (que con los españoles)».

CiU (entonces aún unidas) hizo una campaña con el lema «La España subsidiada vive a costa de la Catalunya productiva'», al estilo de la Liga Norte, el partido de extrema derecha que reivindica la independencia de la Padania.

Los objetivos de la asociación Súmate, formada por «catalanes de lengua y cultura castellana/española» (sic) que, por cuestiones familiares y/o de origen, han mantenido este patrimonio sin renunciar por ello a ser y formar parte activa de la comunidad nacional catalana», de «promover el voto independentista entre aquellos catalanes que tienen la lengua y cultura española como propias».

Sin embargo, a diferencia de las que nos ocupan en este artículo, estas afirmaciones, mensajes o estrategias políticas no fueron criticadas, ni denunciadas, ni calificadas como etnicistas, xenófobas, genetista o racistas por las formaciones políticas separatistas (obviamente), ni los medios de comunicación del Régimen o concertados, ni por coro de ofendidos habituales que nutren las tertulias del ecosistema nacionalista. Porque como todo el mundo sabe, los buenos catalanes procesistas pueden decir lo que les venga en gana. Les sale gratis. Un buen ejercicio de etnocinismo.

Entonces, y más allá de la asimetría moral del separatismo, su hemiplejia ética y su burda doble vara de medir, ¿cuál es la verdadera razón por la que se ha agitado, magnificado y manipulado la polémica sobre las declaraciones de Iglesias? ¿Por qué esta reacción tan virulenta?

La respuesta es de manual: es una amenaza a la estrategia de las formaciones separatistas de desmovilización del voto no nacionalista en Cataluña, a través de un discurso que tiene el potencial de activar a una parte de la sociedad catalana que tradicionalmente se abstiene en las elecciones autonómicas y que mayoritariamente es contraria al separatismo. Un votante que se concentra en el área metropolitana de Barcelona, que es generalmente abstencionista en las elecciones autonómicas y que se define por patrones socioeconómicos, por sus orígenes y que emplea el español como lengua habitual.

De este modo, a un discurso que parecía patrimonio de C´s, PP y PSC, se sumaba ahora una formación nueva que, con un mensaje radical, podía ampliar la base de votantes que acudiese a las urnas limitando las opciones de victoria de los separatistas..

Porque el separatismo tiene pánico a que se identifique el verdadero problema en Cataluña: las diferencias económicas y de oportunidades de los ciudadanos. Un etnoclasismo del nacionalismo conservador que ha tenido a la izquierda nacionalista como cómplice necesaria. Una izquierda que dejó de hablar de ciudadanos para hablar de pueblo, y olvidó que el único derecho a decidir que hay que defender es el derecho de todo ciudadano a decidir su futuro y desarrollar su vida con igualdad de oportunidades en una sociedad libre y abierta.  

El separatismo tiene miedo al voto. Tiene miedo a la alta participación. Tiene miedo a que la mayoría de ciudadanos se comprometan con su futuro. Y sobre todo tienen miedo a que esa gente de barrio saque los dientes y deje de consentir que les hagan invisibles en Cataluña. Ya son demasiados años de ser tratados como ciudadanos de segunda. De sufrir los mayores índices de fracaso y abandono escolar, las tasas más altas de desempleo, los índices más elevados de desahucios y de disponer de peores servicios públicos. 

El ascensor social que los nacionalistas, reconvertidos ahora en separatistas, han ofrecido a una buena parte de los ciudadanos catalanes, especialmente a aquellos que tienen sus orígenes en el resto de España, ha sido la escalera de servicio. Unos nacionalistas que han creído que el edificio donde habitamos todos era suyo y que a ellos les pertenecía. Pero están confundidos.

Para que esto cambie de una vez y para siempre, hay que perder los complejos y reclamar lo que es de todos. Que la Cataluña de algunos debe dejar paso a la Cataluña de todos y para todos.

Retomando el inicio del artículo y a la luz de esta polémica, muchos hacen alarde de sus orígenes a la hora de justificar proponer levantar fronteras entre compatriotas, separando familias y amigos. Muchos separatistas apelan y recuerdan constantemente sus orígenes «españoles» (sic) para reafirmar su compromiso con la independencia. Postura muy respetable.

Pero yo tengo la mía: un compromiso político con mis conciudadanos. Una obligación con mis padres, que vinieron de otras partes de España a otra parte de su país llamada Cataluña, de trabajar sin descanso para que nunca sean extranjeros en su propio país. Y una deuda con mis abuelos, originarios de Jaén. Aquí están enterrados, en tierra catalana y española. Y así seguirán.