Europa, el fin de un ideal
Estos tiempos son muy duros para aquellos que hemos creído en la idea de una Europa en línea con el pensamiento de sus padres fundadores. Una Europa que, para huir de los enfrentamientos entre naciones, pensó en la necesidad de crear un espacio común, también en lo económico. Una Europa modelo de un estado de bienestar como base para crear sociedades cohesionadas socialmente.
En los últimos días, con la crisis griega, hemos despertado del sueño europeo. Hemos comprobado que ya no se trata de esa vieja discusión entre la Europa de los mercaderes y la de los pueblos, sino la de los poderes financieros (que excluye y entierra la de los ciudadanos).
Ya hace tiempo que la UE inició el camino para convertirse, básicamente, en un amplio mercado y poca cosa más. La caída del muro de Berlín y la rápida apertura hacia los antiguos países del Este ha comportado un cambio radical del proyecto. El inicio de la unión económica se basaba en un eje franco-alemán, donde Alemania ejercía el liderazgo económico y Francia el político.
Todo eso se ha acabado: hoy Alemania impone su poder económico al resto de socios mientras el papel de las instituciones comunitaria se devalúa. La propia moneda única, el euro, se realizó a la medida de los deseos y necesidades germanas. Los mercados, como base indiscutible de la nueva Europa alemana.
Con todo, quizás el caso que da la dimensión de esta crisis monumental es el de Grecia. En primer lugar, hay que decir que el rescate a Grecia ha sido fundamentalmente el de los bancos europeos –alemanes y franceses, en especial—y no el de una población a la que se ha castigado con profundos recortes en las políticas sociales, llevando al país al empobrecimiento y a una situación de una deuda externa impagable.
Es evidente que los gobernantes de Grecia tienen responsabilidad en la situación. Hay que recordar que Grecia entró al euro en 2002 de forma fraudulenta, mediante la falsificación de sus cuentas por parte del gobierno de Kostas Karamanlis. Éste fue asesorado por Goldman Sachs, firma de la que entonces era vicepresidente Mario Draghi, actual presidente del BCE.
Es poco creíble que desde la UE nadie analizara a fondo las cuentas de los países candidatos al euro, lo cual lleva a la constatación de un error, como mínimo de omisión, de las instituciones europeas. Hay que decir, también, que la UE nunca controló los fondos europeos destinados a Grecia, utilizados por los gobiernos tanto de Nueva Democracia como del Pasok para fomentar el clientelismo electoral.
Desde el primer rescate en Grecia la voluntad democrática de su población ha sido vulnerada de forma reiterada por los poderes de la UE. Obligaron a dimitir a Papandreu y lo sustituyeron por un gobierno tecnocrático. Después, aceptaron el gobierno de Nueva Democracia, en coalición con el Pasok, a pesar de ser el responsable del fraude de las cuentas y de no llevar a cabo ninguna de las reformas acordadas, sólo recortes.
Cuando la situación se tornó insostenible y apareció la alternativa de Syriza, los poderes europeos se conjuraron al apoyar a las fuerzas de ND y Pasok, a pesar de ser las responsables de la situación creada.
La actuación comunitaria con Grecia cuestiona su raíz democrática. Al margen de las cuestiones económicas, siempre ha sido un problema político, incluso ideológico, podríamos decir. Los poderes políticos y económicos no consienten que haya quienes se salgan del pensamiento único de la austeridad y del castigo a la ciudadanía.
Sólo hay que ver cómo todos los poderes políticos y mediáticos fomentaron el ‘sí’ en el referéndum y hacer dimitir así a Tsipras. A pesar de ello, el pueblo griego dio un apoyo masivo al ‘no’, una nueva insubordinación a ojos de Merkel y los poderes de la UE. La consecuencia: la negociación posterior no ha sido para tratar de buscar un acuerdo entre los acreedores y el gobierno griego, sino para castigar y humillar al gobierno de Tsipras y al pueblo heleno.
Es evidente que todo esto tendrá consecuencias. La pérdida de credibilidad democrática de la UE es irreversible. La ruptura del sueño europeo traerá de nuevo el nacionalismo excluyente y egoísta, como ya se está dando en gran parte de los países europeos, desde Francia u Holanda hasta los países del norte. La ruptura de su sueño democrático, puede significar para Europa el regreso al negro pasado del nacionalismo.