Evitar lo incómodo

Regatear las cuestiones políticas incómodas implica dejar a España en una grave situación y en manos del deterioro institucional

La crisis institucional generada por la salida de España de Juan Carlos I, el rey emérito, está provocando que todos los partidos se sientan incómodos a la hora de establecer su estrategia de ataque o defensa a La Corona.

Se vuelve a constatar con la crisis de la monarquía española que las fuerzas políticas españolas evitan afrontar un debate incómodo, suavizando el problema o simplemente no interviniendo. Las cuestiones incómodas en política son todos aquellos asuntos que entrañan un riesgo para el equilibrio de los partidos políticos y de sus líderes.

Incómoda es la propuesta de una serie de científicos para realizar una auditoría de cómo se ha gestionado la crisis de la Covid-19 en España. Incómoda es la crisis institucional abierta en la monarquía por las supuestas irregularidades económicas de Juan Carlos I.

Incómodo es el plan de reformas que la Unión Europea ha impuesto a España a cambio de recibir las ayudas económicas. Incómodo es abordar la reforma de la constitución, las pensiones o la reducción del gasto público.

Todos estos asuntos son incómodos porque, en el fondo y en el caso de afrontarlos, se descubriría una incómoda verdad: que España no solo necesita una auditoría sobre cómo se ha conducido la crisis sanitaria de la Covid-19 sino una auditoría sobre el funcionamiento de España.

Afrontar todas estas cuestiones incómodas exigiría afrontar también y poner el riesgo el prestigio de la política asociada al mantenimiento del status quo. El miedo a posicionarse sobre cuestiones que exigen abandonar las zonas plácidas de la política es uno de los motivos que impide afrontar los grandes retos que tiene actualmente España.

La crisis que vive España no es identitaria

La suma de la crisis institucional centrada en el conflicto territorial, el futuro de la monarquía, la corrupción, la recuperación económica, la reforma de las pensiones o las obligaciones contraídas con la Unión Europea sitúan a España ante la necesidad de evitar el juego partidista para lograr resultados.

Regatear las cuestiones políticas incómodas implica, en estos momentos, dejar a España en una grave situación y en manos del deterioro institucional. Hay momentos en la historia de un país en que lo que separa entre tener futuro y quedar atrapado en el pasado es la capacidad de sus políticos, los representantes de la ciudadanos, para asumir los problemas que arrastra el país desde los últimos veinte años.

La crisis que vive España no es identitaria, hasta el punto de poder decir que la cuestión independentista, un asunto pendiente, no puede ser excusa para no activar un plan de reformas que debería iniciarse con una sólida auditoría de país que permita a los ciudadanos saber qué cuestiones deben ser cambiadas.