Fin wagneriano para la ‘Ley del más espabilado’

La muerte de Miguel Blesa provoca el recuerdo de toda su gestión al frente de Caja Madrid, marcada por la irresponsabilidad, la incompetencia y la complacencia

Los años del exceso se podrían relatar con títulos de zarzuela: La Parranda para fiesta; La Canción del Olvido para la factura. Pero el genero chico resulta inapropiado en la muerte de Miguel Blesa, destacado tenor de esa gran opereta. Su final es un drama wagneriano; un Götterdämmerung social, político y ético que, mientras permanezca sin afrontar plenamente, impedirá que España, y sus partes componentes, escapen de la mediocridad.

El que fuera presidente de Caja Madrid se merece el escarnio que recibió desde la implosión de la entidad, convertida ya en Bankia. Pero no se lo merece a solas. No fue el único protagonista de la codicia, la incompetencia y la rapacidad que han costado el patrimonio a miles de ahorradores, una fortuna a los contribuyentes y un baldón para la credibilidad internacional del país. Había –y sigue habiendo— muchos a los que no se señalado suficientemente. Los que le jalearon, los que le adularon; los que le nombraron “banquero del año”…

El primero y principal –al que habrá que preguntar si se siente responsable— es quien le regaló el cargo por amiguismo y no por competencia: José María Aznar. Luego, quienes no velaron por que cumpliera su labor con probidad: sus consejeros y directivos; quienes le usaron para fines políticos: Gallardón, Esperanza Aguirre, el propio Rajoy; o para enriquecerse, como Gerardo Díaz Ferrán, que llegó –¡testimonio de una época!— a presidente de todos los empresarios.

La muerte extingue la responsabilidad de Blesa en los tribunales. Y, por lo que se ve, la que se debatía con violencia en su interior. Pero siguen vivos y libres otros. Los ya mencionados; los integrantes de los órganos gobernanza de Caja Madrid –controlados por partidos y sindicatos— que aceptaron privilegios a cambio de mirar a otro lado, el Banco de España… Y, en general, los “protagonistas de la sociedad sociedad civil”: periodistas, empresarios, grandes empresas. Sabían que se disparaba con la pólvora del rey, pero callaban y otorgaban. Por interés, por prudencia, porque “entre bomberos, no nos pisemos la manguera”.

Blesa no fue el único protagonista de la codicia que ha costado el patrimonio a miles de ahorradores

Miguel Blesa fue irresponsable, incompetente y complaciente con su señor. Puso a Caja Madrid al servicio del poder. Por ejemplo, impidiendo la OPA de Gas Natural sobre Endesa. Pero, por citar solo a tres miembros del PP en los órganos de la entidad con credenciales para ser competentes, ni Estanislao Rodríguez Ponga, ex Secretario de Estado de Hacienda; ni Miguel Corsini, ex presidente de RENFE, ni el ubicuo José Manuel Fernández Norniella, veterano de multitud de empresas e instituciones (ABB, Ebro-Puleva, Iberia, Endesa, Banco Mundial) y, también, secretario de estado de Comercio, objetaron nada.  

La Caja no era partidista; le tout Madrid político e institucional tenía allí un asiento: el ugetista Gonzalo Marín Pascual; el ex ministro socialista Virgilo Zapataero; el jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno; el atildado dirigente de Izquierda Unida José Antonio Moral Santín, célebre por su discurso marxista y por el record de gasto (456.500€) en su tarjeta black. Su función era velar por el buen gobierno, controlar el riesgo y evitar el uso torticero –y no digamos ilegal— de los recursos de la entidad.

Pero no controlaron mucho; menos que nada, su propia prodigalidad: entre todos evaporaron 15 millones de euros en viajes, en cenas, en bares de copas, en compras… Los más sibaritas en Hermés o en la Joyería Suárez; los más prácticos, en Carrefour o en El Corte Inglés.

Nada de lo anterior justifica que un hombre se quite la vida. Para eso –para juzgar y para sentenciar— están los jueces y los tribunales. Y para indagar en la dimensión política de esa mezcla de expolio, instrumentalización e ineptitud que fue Cajamadrid-Bankia, está el Congreso de los Diputados. Blesa acudió ante la Comisión de Economía en noviembre de 2012 para asegurar que pudo haber errores, pero que los indujo la borrachera de la época; que los jubilados y pequeños ahorradores atrapados en las preferentes “no se quejaban mientras cobraban” y que un BMW blindado de medio millón de euros era “lo normal” y, además, no se vayan a creer, “no tan cómodo…”

Miguel Blesa se enfrentaba al cumplimiento de la sentencia firme de seis años por las tarjetas black

Cuatro años después de ser el primer banquero en pisar brevemente la cárcel por la compra –sin justificación estratégica y con resultado ruinoso—de un banco en Florida, Miguel Blesa se enfrentaba al cumplimiento de la sentencia firme de seis años por las tarjetas black. ¿Fue la perspectiva de volver a prisión la que le llevó a colocarse una de sus armas de caza en el pecho y matarse? Por buen comportamiento, redención de penas y en virtud del régimen semi-abierto, lo probable es que no hubiera cumplido más de dos.

Por esta razón, y porque resulta más difícil para uno mismo pegarse un tiro certero en el corazón con un fusil cuando lo más efectivo es colocarse el cañón en la boca, han surgido las dos inevitables reacciones inmediatas del suicidio. La primera, que no fue tal sino un «trabajo» profesional destinado a evitar que tirara de la manta a cambio de mitigar sus problemas legales pendientes. Para añadir pábulo a la teoría, el exbanquero apareció muerto apenas 10 horas después de que TV3 (y las plataformas digitales en las que se puede ver en toda España) emitieran un documental de Mediapro sobre “Las Cloacas del Estado”.

La otra consecuencia es la segunda muerte del difunto, en esta ocasión a manos de la marabunta twitera y de las redes sociales. El anonimato ha liberado un chorro malevolente que va desde la ironía a la inquina más grosera. El trágico final de la vida de Blesa nos recuerda cuán viva está aún indignación por la corrupción política y económica y la rapacidad del llamado capitalismo de casino. Y revela también que seguimos siendo el país sádico y salvaje que retrató Goya con Caín blandiendo la quijada del burro contra Abel.

La muerte de Miguel Blesa ha sido un suicidio, según la hipótesis más plausible. Pero incluso si hubiera sido otra cosa, debiera servir de punto de inflexión; de momento para que todos –políticos, líderes con influencia en la sociedad civil y ciudadanos de toda condición—paremos un instante y reflexionemos sobre lo que las noticias de cada día (que son sólo una parte de lo que realmente ocurre) nos dicen.

La muerte de Miguel Blesa ha sido un suicidio, según la hipótesis más plausible

La corrupción no es de un partido o de dos: es sistémica. Una septicemia convertida en modo de vida que ni siquiera se considera corrupción sino, una manera de espabilarse, de tomar atajos. Lo fue durante los años del enajenamiento general y lo sigue siendo ahora. Sea para enriquecerse, para ganar ventaja la actividad económica, para competir en política o para eludir obligaciones tan esenciales como pagar impuestos y cumplir la ley.

Solo una profunda carencia de ética personal y cívica explica que Caja Madrid o cualquiera de las otras cajas gallegas, catalanas, manchegas o andaluzas arruinadas (el expolio, por usar el término de moda, fue plurinacional) pudieran actuar de forma tan voraz con el consentimiento gentes ‘de orden’ y ‘de bien’. Lo que ocurría era ilegítimo y e ilegal. Y se sabía.  

Se sabía en el Madrid de entre 1997 y 2008 –en cenáculos, en redacciones, entre los que están en la pomada” —que Caja Madrid era un instrumento. Algo parecido se sabía en cada capital de provincia sobre la mayor parte de las cajas… ¿Por la misma razón, durante cuántos años , de los 30 que estuvo al frente del fútbol español, no se ha sabido –en cenáculos, palcos, vestuarios y sedes de empresas— que lo de Ángel María Villar y su hijo era lo más parecido a un negocio familiar y una red clientelar. Se sabía y no se hizo nada.

Para los de mi generación, origen y tinte político, la Guardia Civil del franquismo causaba pavor. Con la democracia, ese temor se tornó en un cauto respeto, a menudo mezclado de escepticismo causa de los mandos políticos. ¿A dónde hemos llegado en la España de hoy para que la UCO de la Guardia Civil aparezca como la mano más limpia e imparcial del Estado –más que la Fiscalía, más que muchos jueces— en la lucha contra la corrupción, el abuso de poder y “la ley del más espabilado”.