¡Fuera de ahí!, la amenaza a la democracia

Siempre me ha hecho mucha gracia la frase «es muy amigo de sus amigos» normalmente referida a alguien a quien se pretende elogiar. Ser muy amigo de tus amigos, de entrada, no se antoja demasiado complicado porque suele ser fácil sentirnos cómodos con aquellos que congeniamos y sentimos cercanos. Lo realmente difícil es tener una relación correcta con aquellas personas que sentimos como muy diferentes ya sea por una cuestión de ideología, de simpatía o de simple química.

Aun así, es evidente que debemos convivir de forma más o menos civilizada con todas esas personas que la vida nos pone en nuestro camino. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, parecen estar proliferando aquellos a los que les gustaría apartar de un manotazo a todo el que se le ponga por delante y no sea de su agrado.

Estamos hablando de grupos de personas que se organizan para hacer todo lo posible para que no ocupen el espacio público los que no les gustan. Estas personas, o bien se esconden en el anonimato o bien actúan diluidos en la manada. El anonimato puede ser en acciones nocturnas o a cara tapada o bajo nicks en las redes sociales. Podemos ver, pues, que la valentía, como la tolerancia, no se cuenta entre las virtudes de estas personas.

En las últimas semanas se han producido ataques a las sedes de varios partidos políticos catalanes como PP, PDEcat, ERC y, sobre todo, Ciudadanos. Este es, sin duda, el caso más grave pues han sido cuatro ataques en un mes y los dos últimos no se han conformado con pintadas o rotura de cristales sino que se han lanzado una gran cantidad de excrementos dejando toda la calle con un olor insoportable incluso en el interior de las casas del vecindario.

Una se pregunta qué habrá en la cabecita de algunas personas para desplazarse y conseguir purines con tal de lanzarlos contra un local sólo porque no les gusta la ideología política de las personas que lo ocupan. Si tenemos en cuenta que, afortunadamente, tenemos muchos partidos políticos que representan ideas políticas diferentes, ¿cómo serían nuestras ciudades si los seguidores de cada uno de los partidos se dedicaran a lanzar piedras o excrementos sobre las sedes del resto de partidos que no les gustan?

Afortunadamente para todos, la mayoría de personas no somos como esos que no pueden soportar al que piensa diferente y deciden dedicar gran parte de su energía a intentar expulsarlo de la esfera pública. Pero, a pesar de que es evidente de que son una minoría, son demasiados en una democracia. Y, sobre todo, alarma ver que cada vez son más los que se creen legitimados para utilizar todos los recursos para quitar de su vista a los que no piensan como ellos.

Uno de los casos más tristes para mí es el de la Universidad Autónoma de Barcelona porque he estado vinculada a ella desde 1991 como estudiante y profesora. En esa misma universidad a la que debo gran parte de mi formación intelectual y como persona, se sacó un arma blanca en abril para amenazar a los jóvenes de Societat Civil Catalana que participaban en la Feria de Entidades. En cualquier país normal, algo así hubiera supuesto la condena unánime de la comunidad educativa, algo que no ha sucedido ni de lejos.

Si una parte importante del alumnado y del profesorado hubiera condenado los hechos y afeado la conducta a los agresores, la cosa seguramente hubiera acabado ahí. Pero como no fue así, los que se creen con derecho a decidir quienes pueden tener presencia pública en el campus y quienes no, llevan meses acosando a esos jóvenes que no pueden ni repartir folletos para anunciar un cine-club sin tener seguridad cerca. Como sociedad deberíamos plantearnos muy seriamente si es aceptable que eso esté pasando en una universidad pública catalana.

Hemos visto muestras de esa intolerancia también el día de la Constitución. El Ayuntamiento de Rubí decidió en un pleno celebrarla institucionalmente y unos cuantos, obviando el mandato democrático que una decisión plenaria supone hicieron todo lo posible por boicotear el acto: gritos, insultos y todo tipo de ruido que impidiera la lectura de artículos de la Constitución.

A uno puede no gustarle un acto así, faltaría más, y con no asistir, todo solucionado. Pero no, ese grupito minoritario decidió que no debía celebrarse y que iban a hacer todo lo posible para que aquellos que quisieran disfrutar de él no pudieran hacerlo. Por cierto, son los mismos que después se llenan la boca con lo que ellos llaman la «soberanía municipal». Y, por si aún nos quedaba alguna duda de su intolerancia, quemaron un ejemplar de la Constitución. Hay muchos ejemplos a lo largo de la Historia de quemas de libros y me temo que ninguno de ellos es bueno.

Parece que, además de malos tiempos para la lírica, tampoco son demasiado buenos para los valores cívicos y el respeto a los que piensan diferente. Por eso, debemos poner todo nuestro empeño en que la libertad, la igualdad y la fraternidad sean valores de todos y para todos. Y si, de paso, nos queda tiempo para la lírica, mejor que mejor.