Grecia saca a pasear a la soberanía nacional como defensa ante la UE

La crisis de la deuda griega y el triunfo de Syriza, han hecho patente un nacionalismo, que muchos se atreven a calificar de rancio. Queda perfectamente plasmado en el compromiso del presidente del gobierno de Grecia, Tsipras, de «construir una nueva Grecia económicamente independiente y soberana». Esto parece un contrasentido que va en la dirección contraria a los principios de la Unión que evolucionan inequívocamente hacia un Estado europeo común en un planeta cada vez más globalizado e interdependiente.

El concepto de soberanía ha sido desde siempre un concepto generador de debate y que puede entenderse de muy diferentes maneras según el enfoque que se quiera dar.

En principio, la soberanía está asociada al hecho de ejercer la autoridad en un cierto territorio, autoridad que recae en el pueblo, aunque el ciudadano no realiza un ejercicio directo de la misma, sino que delega dicho poder en sus representantes. Eso es precisamente la Unión Europea y la «soberanía nacional» es la herramienta usada hoy por quienes tratan de dinamitar un proceso que se inició el 25 de marzo de 1957 con la firma del Tratado de Roma.

La crisis económica pasa factura y cada vez son más los ciudadanos europeos y partidos políticos que exigen no seguir cediendo soberanía a Europa como si ellos no formaran parte del proyecto común que supone la Unión Europea.

Se olvidan que la UE es una comunidad que tiene numerosas instituciones con sus  altos cargos dirigiéndolas, a las que se vienen cediendo competencias nacionales para que se hagan políticas a nivel comunitario, como por ejemplo la –para muchos dañina– política agraria (PAC), la pesquera, la monetaria, la unión bancaria o la unificación de legislaciones en distintos ámbitos a través de la transposición de directivas comunitarias al ordenamiento jurídico de los países miembros.

En síntesis, la historia de la Unión es la historia de una cesión de soberanía permanente que se convierte en soberanía compartida y como diría Javier Solana, «la soberanía nacional, llevada a su máxima expresión requeriría de un total aislamiento físico y social de los Estados. Y a mi entender, un excesivo énfasis en la soberanía nacional conlleva graves problemas».

La Unión Europea nada tiene que ver con Mercosur, ASEAN  o la alianza del Pacifico, que se basan en la cooperación entre países soberanos y el que fuera varias veces ministro de España, secretario general de la OTAN o Alto representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común, lo tiene razonablemente claro cuando afirma que «cualquier acuerdo internacional supone alguna cesión de soberanía. El caso de la ayuda europea a Grecia es un ejemplo de un acuerdo cooperativo donde las distintas partes negocian y tienen en cuenta los intereses de los otros. Grecia ha pedido ayuda a sus socios de la UE, que le proveerán una ayuda enorme, créditos por valor de 130.000 millones de euros (más del 40% del PIB griego, que se suman a los 110.000 millones prestados a Grecia en 2010), además de haber forzado una quita superior al 50% de los acreedores privados y la renuncia del Banco Central Europeo a los beneficios esperados por la tenencia de bonos griegos».

A eso se llega por «perder» soberanía y en ello incidió Merkel hace unos meses al enfatizar «la Comisión Europea será un día el Gobierno y el Parlamento Europeo el legislativo». Y, en ese escenario, el concepto de soberanía nacional, tal y como lo utiliza Tsipras, cada vez tendrá menos sentido en la medida en que el concepto, sinónimo de soberbia o de orgullo, no tendrá razón de ser el utilizarlo como arma arrojadiza cada vez que se quiera provocar un proceso de desestabilización.

Algunos politólogos señalan que la Unión Europea avanza, cada vez más veloz, hacia su transformación en la que los países miembros perderían lo que les queda de soberanía política y económica, aunque estos terminen siendo sustituidos por las «euroregiones», cuyas estructuras estarán formadas por territorios de distintos países y que contarán con programas de desarrollo separados y con un alto grado de autonomía de los gobiernos nacionales.