Herodes está en los detalles

Hay demasiados fallos en la cadena de decisiones institucionales que afectan a los menores. Los niños que se suicidan no son niños perdidos, son seres confiados a la sociedad, a los que la sociedad falló

A menudo pienso que si la mayoría de la gente supiera por qué ocurren la mayoría de las cosas que ocurren, habría un terremoto humano. Una conmoción de horror. Sobrecoge pensar en la cantidad de desgracias que podrían evitarse y no se evitan. Desde la crisis mundial de las hipotecas subprime en 2008 hasta el suicidio de una niña de 15 años en Barcelona en mayo de 2021.

Kira López saltó al vacío desde la azotea de su casa un día de colegio, para no ir al colegio. Esto puso en marcha determinados automatismos, que no protocolos.

Muchas veces los padres de un niño que de repente se suicida, rotos por el dolor y hasta por la culpa (¿por qué no lo vi venir?…), se dejan tragar por el pantano de silencio en el que casi todo el mundo les invita a hundirse. El colegio, que no quiere mala publicidad. Las autoridades, que no quieren problemas. La sociedad, que no quiere pensar que el infierno existe. Y que le puede tocar a cualquiera.

Está claro que no se puede acusar al primero que pasa de una cosa así. Pero no está menos claro que tampoco podemos dejarlo correr. El acoso escolar existe, ha existido siempre, y con la pésima gestión de la pandemia y el confinamiento -a Kira López la separaron de sus amigas en clase y no podía verlas en la calle…- ha empezado a adquirir proporciones potencialmente catastróficas.

Ya no hace falta ser un niño raro, una niña rara. Le puede tocar a cualquiera, insisto. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Para nada: consuelo de ninguno. Pero contra el estigma, cura de humildad. Entre estar loco y estar perfectamente “normal” -si es que alguien es “normal” del todo…- discurre una tupida gama de grises que incluye a una buena tajada de la población.

Nos enfrentamos a una epidemia mental tras la epidemia física, a una zona cero del dolor que no se ve. Si somos capaces de admitirlo y de aparcar tabúes, si somos capaces de mirar al problema a la cara, habremos dado un gran paso hacia la solución.

Los padres de Kira López dieron y siguen dando pasos al frente con ejemplar coraje sobrecogedor. Para no darnos tregua, no se dan ellos paz. Vuelven a arrancarse cada día la venda de la herida, cada día vuelven a sangrar como el primero, rechazando pactar con ningún olvido. “Yo ya no tengo nada más que hacer el resto de mi vida que luchar por mi hija”, me dice José Manuel López, con una voz que para el tiempo y el corazón.

Yo ya no tengo nada más que hacer el resto de mi vida que luchar por mi hija

Los Mossos investigan el caso. El colegio Pare Manyanet está siendo auditado por orden de la Conselleria d’Educació*. La Asociación NACE (No al Acoso Escolar) insiste en que este centro debió ser auditado hace tiempo.

Es más: ni así, ni ahora, se está aplicando el protocolo antibullying impulsado por esta asociación y parcialmente recogido en una moción instada la pasada legislatura por Ciutadans, aprobada por unanimidad con no poco esfuerzo. ¿Para qué? ¿Para que duerma el sueño de los justos en un cajón? Igual ha llegado el momento de sacarla del cajón y de volver a empezar desde el principio.

Es terrible que haya tenido que morir Kira para que estemos hablando de esto. Lo hizo Inés Arrimadas en el Congreso, después de ella lo hice yo misma en el Parlament. La idea es abrir brecha en el estigma y no dejar que se vuelva a cerrar. Los niños que se suicidan no son niños perdidos. Son niños en peligro. Seres confiados a la sociedad, a los que la sociedad falló. Permitiendo la existencia de vacíos de vigilancia, de burbujas de impunidad, de pozos de silencio. Herodes está en los detalles.

Inés Arrimadas en el Congreso de los Diputados. EFE

La misma semana que recordamos el caso de Kira López ante el ple del Parlament, la periodista Pilar Pérez del diario El Mundo nos cortaba el aliento con otra noticia tremenda: el caso de Matilda, una niña con un tumor cerebral que se está tratando en una clínica suiza a pesar de que el tratamiento que recibe -protonterapia- ya está disponible en dos centros de Madrid.

Por lo que sea, la Sanidad catalana decidió ignorar este hecho y derivar a Matilda al extranjero. Lo denuncia la familia y también la Fundación Columbus, creada para apoyar a niños en esta situación, pero que no puede asumir los gastos de las familias fuera del país, habiendo centros perfectamente disponibles dentro del territorio nacional.

¿Quién decide estas cosas? Según la periodista autora de la información, en la Conselleria de Salut la remiten al ministerio, y en el ministerio insisten en que esta competencia está transferida a las comunidades autónomas. Los padres de Matilda decidieron levantar la voz al enterarse de que finalmente otro niño catalán (uno solo…) sí había sido transferido a Madrid. ¿Por qué no su hija?

Muchas, demasiadas preguntas sin respuesta, muchos, demasiados fallos en la cadena de decisiones institucionales que afectan a los menores. A nuestros niños. Lo más vulnerable. Lo más sagrado.

No quiero ni pensar en la cantidad de energías, dinero, recursos, etc, que se nos van cada día en temas mucho menos importantes, mucho menos prioritarios. Una sociedad a la que se le mueren los niños y nadie puede, quiere o sabe explicar por qué, es una sociedad fracasada. Crece la sospecha de estar sometidos a un desgobierno fatídico. A algo infinitamente peor que la anarquía: a una silenciosa matanza de la responsabilidad. Y de la inocencia.

*Tras el archivo de las dos autos por parte de la Audiencia Provincial de Barcelona, el juez determinó que no existieron indicios de acoso en el suicidio de Kira López y que se exculpó al centro escolar Pare Manyanet del terrible suceso. Ni la escuela ni ninguno de los integrantes fueron jamás objeto de investigación».