Javier Solana vs. Julio Rodríguez

La "soberbia occidental" de Europa llevó a una interpretación cuestionable de una "primavera árabe" que supuso la intervención de Libia y su destrucción

El pasado 21 de agosto Javier Solana publicaba un artículo en la sección “Opinión” de El País con el título Líbano ansía un nuevo comienzo. Se trata de un texto muy equilibrado en el que hace un repaso de la tragedia a la que ha estado sometida la otrora conocida como la Suiza del Oriente Medio (no por el chocolate, sino como refugio de capitales).

Desde la década de 1970 el país parece en caída libre. Falto de una conciencia nacional clara, reflejada en un muy rígido reparto de poder entre las confesiones musulmanas y las cristianas, cada vez se asemeja más a un estado frustrado. La presencia de un elevado número de refugiados palestinos (protegidos por los musulmanes, odiados por los cristianos; véase la reciente película emitida por TV2 “El insulto”) no ha ayudado precisamente a conseguir una hipotética unidad ciudadana.

Sin embargo debo decir que, a mi parecer, hay algunas cosas que el articulista se dejó en el tintero. Por ejemplo, la razón de la existencia del Líbano, como estado diferenciado respecto al sirio, que no se debe a otro motivo que al deseo de Francia de seguir teniendo un peón con el que ejercer su influencia en la región; geopolítica que el país galo ha venido practicando desde antiguo.

Durante centurias se ha alimentado el mito de los caballeros cruzados y de los estados cristianos del Levante. Ya en el siglo XVIII Volney, autor del famoso libro Las ruinas de Palmira, desarrolló, por encargo, un minucioso trabajo sobre las posibilidades de arrebatar la región al Imperio otomano, cosa que se consiguió al final de la Primera Guerra Mundial. Después de la reciente catástrofe, a Macron le faltó tiempo para trasladarse a Beirut y mostrar su solidaridad. Hasta ahí, no obstante, nada reprobable.

Cuestionamiento de la «primavera árabe»

Con todo el acertado análisis que Solana dedica al pequeño país, lo que me interesó más en el momento de su lectura fue el cuestionamiento implícito que se hace (si se quiere, con la boca pequeña) de la interpretación que Europa hizo de la llamada “primavera árabe” y, ya con palabras textuales, del efecto más desastroso de dicha lectura, que fue la intervención en Libia y la destrucción de su estructura estatal. A Solana no le duelen prendas al hablar de la “soberbia occidental” que lleva a auspiciar cambios de régimen sin alternativas claras, “sin planes viables de reconstrucción”, dejando de lado cualquier reparo que tuviera en cuenta el aforismo Primum non nocere, o lo que es lo mismo, “lo primero es no hacer daño”.

Sinceramente, y dado el curriculum del autor del artículo, es de alabar que sea capaz de reconocer, de uno u otro modo, los errores cometidos que, quizá, él defendió o apoyó en su momento. Recordemos brevemente como se desarrollaron los precedentes que han conducido a la dramática situación que vive Libia.

Dicho país, al igual que Túnez, Egipto o Siria, fue sacudido por violentos disturbios enmarcados en dicha “primavera”. Entre paréntesis añadiré que siempre me ha llamado la atención que lo sucesos digamos “revolucionarios” acontecieran en países islámicos alejados o claramente contrarios al fundamentalismo. No creo que se pueda aducir las carencias democráticas que todos ellos tenían, en mayor o menor grado, ya que eran compartidas, o superadas, por otros estados de obediencia coránica estricta, en los que revueltas semejantes no tuvieron lugar.

La represión ejercida por el gobierno de Gadafi contra la agitación, llevó a que el Consejo de Seguridad, en marzo de 2011, decretara una zona de exclusión aérea. Cabe decir que el acuerdo fue posible porque los dos miembros permanentes que podían poner dificultades, China y Rusia, no lo hicieron. Prontamente la acción se convirtió en una intervención, que llevó a Moscú a sentirse engañado. No es comprensible su actitud ante la crisis siria si no se tiene en cuenta esa premisa.

El papel de España

España tomó parte en esa intervención atlantista, más o menos encubierta. Ocupaba el cargo de ministro de defensa, en el gobierno del partido del PSOE, presidido por José Luis Rodríguez Zapatero, Carmen Chacón. No voy a meterme con los fallecidos, pero sí que quiero resaltar quién era el presidente del gobierno, dada su deriva posterior hacia posiciones muy de “izquierdas”.

El cuadro lo completaba el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez. Este general, posteriormente jubilado, ha protagonizado otra deriva “progre” que eclipsa la de Zapatero, ya que ahora lo encontramos como jefe de gabinete del vicepresidente Pablo Iglesias. Una verdadera conversión a lo Saulo (simplemente que en lugar de en la puerta de Damasco, debió ser por la de Alcalá) que, sin embargo, no lo ha llevado en ningún momento, que yo sepa, a plantearse una autocrítica como la de Solana. Por supuesto que el antiguo JEMAD siempre podría aducir lo de la obediencia debida, pero todos sabemos lo desprestigiado que quedó dicho argumento después de lo sucedido en Argentina.

En definitiva, propongo al lector expresar su opinión: ¿A quién ve en este cuento como miembro de la “casta”? ¿A Solana o a Rodríguez? Y dejo al otro Rodríguez, sin connotaciones vacacionales, el Zapatero, para cuando la ocasión se tercie.