La fiesta toca a su fin

Tras la detención de Puigdemont en Alemania, nadie debería pensar que el independentismo en Cataluña se ha agotado. Pero la fiesta sí llega a su fin

Si el 1-O podemos situarlo como el alfa del desafío secesionista catalán, la detención de Carles Puigdemont en Alemania supone probablemente el omega. La figura más simbólica de la rebelión, encerrado y a disposición de la justicia. El soberanismo exhala en la calle sus estertores.

La Europa que debía respaldar la ruptura unilateral de España ha coordinado sus policías para poner fin a la escapada del prófugo y consumar la euroorden de la justicia española. Las autoridades que debían apoyar al nuevo Estado mantuvieron el descanso dominical y se limitaron a dar cumplida cuenta de su actuación normativa.

Como todo el proceso en su parte final, la caída en manos de la justicia del prófugo Puigdemont ha estado exenta de cualquier épica.

El hombre que quería liderar los movimientos independentistas, antieuropeos en suma en su acepción actual, era detenido no de una manera gallarda en el aeropuerto en el que se le esperaba, no rodeado de fotógrafos a la puerta del gobierno finlandés, sino en un coche a la fuga intentando zafarse de la vigilancia policial.

La caída en manos de la justicia del prófugo Puigdemont ha estado exenta de cualquier épica

Esa falta de épica, de grandeza, y, por el contrario, ese derroche de cinismo e inmoralidad, son quizá una de las sorpresas más negativas que la naturaleza humana de los “héroes” del proceso nos ha deparado.

Frente a la sinceridad del compromiso exhibido por cientos de miles de personas, Puigdemont ha mentido tan frecuentemente que sería excesivo repetir aquí las numerosas ocasiones en que lo ha hecho.

Su comportamiento, como el de la mayoría de los dirigentes que le acompañaron y jalearon en la aventura, ha sido impropio de alguien que se propone tan ciclópeos objetivos. Aún hoy duelen, por ejemplo, las palabras de Clara Ponsatí desde su refugio escocés asegurando que desde el 1-O todo lo que se ha hecho ha sido un fracaso.

¿Y ella qué ha hecho para frenar la bola de nieve? Otro ejemplo: las declaraciones de Jordi Sánchez desde la cárcel.

Un día se preparaba para gobernar la Generalitat con un programa firmado por Junts per Catalunya y ERC en el que se proponía la constitución de un «Consejo de la República» en el extranjero pero, al día siguiente, decía al juez que si le liberaba dejaba la política. En fin, no vale la pena seguir.

Carles Puigdemont (centro) al lado de Marta Rovira en una manifestación independentista en Bruselas, el 7 de diciembre de 2017. Foto: EPA/EFE/SL

Uno de los últimos baños de masa de Puigdemont: la manifestación en Barcelona para exigir la liberación de «los Jordis». EFE

El soberanismo, descabezado

La escapada sin rumbo político de Puigdemont llegó este domingo a su final. Y con ello, seguramente, también lo hizo un soberanismo que en estos momentos aparece descabezado con la mayoría de sus líderes huidos (por ahora) o a disposición de la justicia.

Será difícil en estas condiciones mantener la velocidad de crucero que hasta ahora se había querido imponer.

Con esto nadie debería pensar que la fuerza del independentismo en Cataluña se ha agotado para siempre. Sería absurdo y poco inteligente.

En Cataluña hay miles, cientos de miles, de personas que desean la independencia, teniendo o no claro con exactitud qué puede significar ese estatus en el mundo actual. Muchos de ellos odian a España. Otros muchos no.

Será difícil que el soberanismo mantenga la velocidad de crucero que hasta ahora quería imponer

Pero para unos y para otros hay un marco ineludible, aunque no inamovible siempre que se atiendan sus propios procedimientos: la Constitución española y las leyes europeas.

Quizá en este sentido sea necesario recordar las palabras de John F. Kennedy en 1962, cuando se vio obligado a intervenir militarmente en el estado de Mississipi frente a la desobediencia del gobernador contra una ley del Supremo sobre integración racial:

“Los estadounidenses son libres, en resumen, de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por muy prominente o poderoso que sea, y ninguna turba por más rebelde o turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia”.

“Si este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres por la fuerza o la amenaza de la fuerza pudiera desafiar largamente los mandamientos de nuestra corte y nuestra constitución, entonces ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato, y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos”.

Pero, por ahora, ¡the party is over!

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