La alergia al trabajo de los jóvenes y la vuelta del artesanado

En una época caracterizada por el alto índice de desempleo y la consiguiente exigencia de paliar tal situación, algunos colectivos o individuos desertan del trabajo

En una época caracterizada por el alto índice de desempleo y la consiguiente exigencia de paliar tal situación, algunos colectivos o individuos desertan del trabajo. Al mismo tiempo, una parte de la sociedad apuesta por la vuelta del artesanado.

Nada nuevo. La historia se repite.  

La fábrica prisión y el mal de fábrica  

Hoy, como ocurrió hace unas décadas –pongamos los setenta y ochenta del XX-, cobran actualidad antiguos fenómenos como la disminución voluntaria del horario laboral y la productividad, el turn over, la autoencuesta sobre la nocividad del trabajo o el desinterés por el mismo. Tan es así, que por aquel entonces Jean Rosusselet –médico por más señas- hablaba de la “alergia al trabajo” (L´allergie au travail, 1974).  

Se trataba, de hecho, de una alergia a la “fabrica prisión” (André Gorz, Adiós al proletariado, 1979) que invitaba, por decirlo a la manera de los alternativos italianos de la época, a la “planificación del no trabajo” entendida como rechazo del trabajo capitalista y del “mal de fábrica” que –decían- producía fatiga endémica, trastornos digestivos, disfunciones sexuales y neurosis.  

En la actualidad, esta alergia al trabajo se percibe, sobre todo, en el colectivo de jóvenes entre los 15 y los 29 años. Al respecto, Diego Barceló Larran, analizando los datos de Eurostat, señala “la persistencia y la amplitud” del fenómeno: en España, 6 de cada 10 jóvenes de 15 a 29 años que no trabajan ni estudian, están buscando un empleo; pero, los 4 restantes ni trabajan ni buscan empleo y una parte significativa de los jóvenes no quiere trabajar.  

La cuestión –prosigue nuestro economista- “es si esto no es una señal de que el (mal llamado) Estado del Bienestar no ha ido demasiado lejos, llegando al punto de desincentivar la actividad en al menos una parte del grupo de personas que, por edad, deberían ser los más dinámicos construyendo su futuro (El estado del bienestar fabrica ninis por convicción: 281.500 jóvenes en España no quieren trabajar. 22/2/2020).  

El `prosumo´ y la vuelta del artesanado  

Las últimas décadas del XX y los primeros años del XXI, alumbraron una alternativa al trabajo asalariado y a la deserción del trabajo. Una nueva ola que Alvin y Heidi Toffler -muy conocidos entonces por trabajos como El shock del futuro, La tercera ola, El cambio del poder y La revolución de la riqueza– bautizaron como “prosumo”.

En síntesis: la producción al margen –relativamente al margen- del mercado –la reaparición de un artesanado moderno- de una amplia gama de mercancías de consumo. Una nueva ola que reestructura el trabajo, el tiempo y el espacio, que desmasifica la producción, que impulsa nuevos estilos y formas de vida.

Gente paseando por una calle comercial.

Una nueva ola que posibilita incluso una revolución susceptible de reducir la pobreza en el planeta. Una revolución que podría conducir a una nueva civilización no exenta de riesgos, pero llena de oportunidades.   

Hoy, renace un “prosumo” que se percibe –datos de un estudio de PwC- en los jóvenes preparados –nacidos después de 1985- que rehúyen las “jornadas laborales eternas y la dedicación plena a la empresa” y “no quieren replicar lo que hacían y hacen sus padres: pasar horas y horas en la oficina o anteponer el trabajo por encima de todas las cosas”. Objetivo: “priorizar la flexibilidad” para  “adaptar su carrera profesional a su forma de vida y no al revés” (Beatriz Iznaola, ¿A qué aspiran los jóvenes cuando buscan trabajo?, 8/8/2020) 

La teoría: la planificación del trabajo/no trabajo asociada a nuevas necesidades y formas de vida que conducen a una organización social y laboral no jerárquica

Un “prosumo” que hoy tiene su teoría y su práctica. Por mejor decir, sus prácticas.

En plural. La teoría: la planificación del trabajo/no trabajo asociada a nuevas necesidades y formas de vida que conducen a una organización social y laboral no jerárquica.

Frente al hombre desposeído, fascinado, deslumbrado e hipnotizado por el capital; frente a eso, se impone una nueva forma de producir, consumir y vivir autónomas. De ahí, la administración personal del tiempo y la producción limitada –a veces, autoproducción- en una sociedad del tiempo libre.  

La práctica: el pragmatismo (en el sentido filosófico del término definido por William James y John Dewey: lo bueno o lo verdadero se valora en función de la acción) y el progresismo (entendido aquí como alternativa a la organización laboral capitalista que aliena al trabajador sin ofrecerle, a cambio, la seguridad laboral y salarial de antaño).     

La pandemia acelerado la digitalización y el teletrabajo
Mujer trabajando.

Por un lado, el pragmatismo que “explora la habilidad, compromiso y juicio… el artesano hace bien su trabajo por el simple hecho de hacerlo bien” (Richard Sennett, El artesano, 2008), cosa que vale para un albañil, un cocinero, un peluquero, un informático, un diseñador o un arquitecto.  Por otro lado, el progresismo –inspirado en el Arts and Crafts de William Morris- que reivindica un trabajo bien hecho y una “lógica del trabajo [en el sentido artesano]… menos especialización, más movilidad, menos taylorismo, menos cadenas jerárquicas interminables para validar la menor decisión” (Laetitia Vitaud, Du labeur à l´ouvrage, 2019)       

Un artesanado –relación estrecha de mano y cerebro: en eso coinciden Richard Sennett y Laetitia Vitaud en la línea del pensamiento griego clásico- que, insistiendo en el tema, permitiría la autonomía de un individuo que podría administrar libremente tiempo y movilidad.     

Monstruos    

Si el cielo está empedrado de buenas intenciones, la mayoría de las propuestas alternativas al capitalismo de empresa también lo están. Dejando a un lado a los desertores del trabajo –ya se sabe que la pereza es uno de los pecados capitales implementados por el Estado del bienestar-, la pregunta es la siguiente: artesanado, ¿para qué?  

Nadie discute las virtudes de un artesanado que puede impulsar una sociedad del tiempo libre y legitimar el derecho a la autoproducción. Pero, todo tiene su límite. 

 Por decirlo en pocas palabras: sin despreciar nada ni a nadie, tanto “buenismo” –esa mezcla de angelismo, socialismo utópico, individualismo ranchero, ecologismo y empresa comunal- conmueve

Sí al artesanado y sí a la cultura de la empresa. Sin la cultura de la empresa, sin el afán de lucro capitalista, sin los modelos de financiación empresarial, sin los estados contables, sin la cuenta corriente de la empresa, sin la productividad y competitividad laboral y económica, sin la innovación tecnológica, sin la exportación a nuevos mercados y demás; sin todo eso, la economía no funciona.

O funciona a medias. Por decirlo en pocas palabras: sin despreciar nada ni a nadie, tanto “buenismo” –esa mezcla de angelismo, socialismo utópico, individualismo ranchero, ecologismo y empresa comunal- conmueve.

Pero, cuidado con el loable propósito de edificar una nueva y buena sociedad que, con frecuencia, genera incógnitas. Monstruos, a veces.