La “almirantofobia” de Ada Colau 

Es el calificativo “almirante” lo que le produce urticaria a nuestra primera edil

En medio de esta canícula horrorosa, y confirmando que las desgracias nunca vienen solas, me llega la noticia de la última colauada (perdón por el neologismo, pero me atrevo a predecir que, más tarde o más temprano, la RAE lo va a recoger, como descriptor de un personaje y de una época). Ni más, ni menos que se acabó la calle Almirante Churruca en la Barceloneta. Si no me he descontado, este es el tercer almirante que se pule nuestra alcaldesa (la misma que, en sus ratos libres, ejerce de suprema hacedora de ministros de universidades).

El primero en caer fue Pascual Cervera y Topete (1839-1909); la siguiente diana, Rafael Aixada (siglo XVI), y ahora le ha tocado el turno a Cosme Damián Churruca y Elorza (1761-1805). Por más que me he devanado los sesos, intentando encontrar una lógica en la furia iconoclasta de doña Ada (sin hache) contra estos tres personajes, me declaro desbordado.

No hay motivo cronológico, ni tampoco ideológico, en primera instancia. Sabemos, gracias a los “profundos” conocimientos culturales de Colau, que Cervera fue un “facha” (premonitorio, claro). La cosa se complica ya con Aixada; se me ocurre que puede ser culpable de islamofobia, ya que, leo, participó en el sitio de Argel en 1541. En cuanto a Churruca, ahí confieso que tiro la toalla, porque no se trata solo de un marino, sino de un importante científico de aquella breve, aunque intensa, etapa de la historia de España que protagonizó la Ilustración.

Para informarse sobre el tema, señora Colau, ya vale Wikipedia; se lo pongo en plan facilito. Podría ser este el problema, que se le pueda considerar un miembro de la élite (una de las cosas que más resquemor le despierta a la susodicha, junto a Ildefonso Cerdà). Pero también se podría pensar en el hecho que Churruca se enfrentó a Nelson, quien, en la actualidad, sería considerado un minusválido. Y ya sabemos de qué manera a ella, y a su muchachada, les gusta proyectar hacia el pasado los estándares actuales. Ante el intríngulis, me atrevo a formular una hipótesis global: es el calificativo “almirante” lo que le produce urticaria a nuestra primera edil, la causa última de la triple defenestración.  

No sé en estos momentos cuantos almirantes quedan todavía en nuestro callejero, pero es seguro que peligran

Pues bien, no sé en estos momentos cuantos almirantes quedan todavía en nuestro callejero, pero es seguro que peligran. Pensemos, por ejemplo, en la calle Almirante Oquendo. ¡Ay, ay, ay! Por supuesto que el gran trofeo, que permitiría completar la depuración, es Cristóbal Colón, que era nada menos que almirante “de la mar océano”. Ahí es nada, caza mayor. Pero la fruta no está lo suficiente madura. De momento pienso que puede peligrar también la vía dedicada a Federico Gravina (1756-1806) por su proximidad a Churruca, y que también hizo pinitos científicos (¡elitista!).  

La pregunta es si,agotados los almirantes, proseguirá con otros grados militares inferiores de la Armada, hasta llegar a grumete. No niego la posibilidad. ¿Origen de la fobia? Tal vez algún trauma infantil, relacionado con los uniformes de color blanco, que le recuerdan a su vestido de primera comunión; con una mala travesía en golondrina… Dejo abiertas otras posibilidades. 

Harina de otro costal son los sustitutivos de los depurados. Lo único que los une, a mi parecer, es su origen un tanto estrambótico. Cervera se convirtió en Pepe Rubianes, un histrión que debía hacer gracia a Colau y a cuatro como ella. Aixada en Emília Llorca Martín que, parece ser, era una figura comprometida con los derechos de los vecinos. No lo dudo, pero me pregunto cuántos personajes no habrá habido en Barcelona a los que se puede aplicar la misma definición y no han venido en reemplazar almirantes.

Y, finalmente (por el momento), Churruca es eliminado a favor  de un miliciano muerto en el frente de Aragón (como otros muchos, desgraciadamente) llamado Miquel Pedrola, del que también se sabe (releo) que participó en la puñalada trapera contra la II República que fue el 6 de octubre de 1934. Un tejerazo disfrazado de izquierdismo. Por no hablar de su militancia en el POUM, partido aventurista, culpable de desórdenes y desmanes en los primeros meses de la Guerra Civil; cuyos recuerdos fueron blanqueados por el estúpido asesinato de Nin o la ingenuidad (?) de Orwell. En fin, ¡menudo ejemplo de ciudadano! 

Hablando de Guerra Civil. Todos esos mencionados atropellos, digamos urbanísticos, en sentido laxo, quizá dignos complementos a la depredación del mismo tipo que significan las “superilles”, se cometen en la Barceloneta; es decir, probablemente el barrio barcelonés más castigado por los bombardeos en 1936-39 (memoria familiar; uno de mis tíos abuelos trabajaba en Vulcano) y ahora entregado por los Comunes a la barbarie del turismo de baja estofa. Sabemos que dicho barrio era el que registraba mayor concentración de vías dedicadas a marinos con graduación de almirante; terreno pues de caza para la fobia colauista. Ahora bien, me pregunto hasta qué punto no son serpientes de verano para desviar la atención de los importante: la permisividad en la degradación de nuestro antiguo enclave marinero

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