La apuesta de Sánchez en la ruleta del virus

La conducta de los políticos frente la pandemia no solo se medirá con un recuento de muertos. La capacidad de aparcar las diferencias influirá en las urnas

Casi todo lo que ocurre en la esfera pública española es política. Pura y simplemente, un juego de poder. Se trata de conservarlo, de aumentarlo o de erosionar el del rival. No es extraño, por tanto, que la gestión de la Covid-19 esté tan sometida a la política como debiera estarlo a la ciencia.

El tiempo dirá en qué medida la demora de Pedro Sánchez en tomar medidas se debió a la ignorancia o al cálculo. Lo primero es censurable en un gobernante; lo segundo no tendría perdón. No es descabellado aventurar que el recién estrenado Ejecutivo quiso aguantar hasta el 8 de marzo para mostrar su espíritu festivo, feminista e integrador en la cabecera de la manifestación. Y para que Podemos –‘Unidas’ Podemos, no se olvide— marcase de morado su parcela dentro de la coalición.

Pedro Sánchez aceptó esa apuesta y la perdió. ¿Cuánto influyeron las movilizaciones en disparar los contagios durante las semanas posteriores? Una perspectiva científica exigiría una batería de tests para hallar la respuesta. Y parte de la muestra habría que tomarla también entre los partidarios de Vox congregados en Vistalegre esos días. Pero en el plano político, da lo mismo: de ahí en adelante, cada acción del Gobierno está tiznada de sospecha, cuando no de ilegitimidad. Es la tara con que nació el Mando Único; su pecado original.

Cada decisión, cada comparecencia del presidente del Gobierno ante las cámaras de TV o ante la de diputados, se responde con un fuego graneado de críticas. Hasta le han acusado –concretamente Vox— de practicar la eutanasia a todos los abuelos muertos. ¿Excesivo? Insisto: da igual. Diciendo la más gorda es como se construye la estrategia para desalojar a Sánchez de La Moncloa cuanto antes. O, por lo menos, para obligar a que desahucie a Pablo Iglesias.     

Cara o cruz: la vuelta al trabajo

El presidente ha hecho ahora una nueva apuesta, tan arriesgada e incierta como la inicial. Si la reanudación de la construcción y la industria se refleja en un repunte de los muertos a finales de abril, el futuro de la coalición estará sellado; solo será cuestión de tiempo.

Pero si esto no ocurre, si la curva sigue en descenso, Sánchez habrá ganado argumentos suficientes para seguir aguantando. “Resistir” es el verbo operativo en el edificio de Presidencia. Y los sondeos que realiza el ‘centro de gobierno’ creado por Iván Redondo son el oxígeno que alimenta esa consigna.

Pese a todo, el retraso de Sánchez en implantar medidas severas, o la timidez de sus de sus asesores para exigirlas, difícilmente justifica que la oposición –mejor dicho, las diferentes oposiciones, porque cada una tiene una agenda distinta— hayan adoptado una postura tan ceñida a su propio interés político.

Es normal que a Santiago Abascal se le note la querencia autoritaria. Vox, a fin de cuentas, es un conglomerado ultra y populista cuya estrategia es dar cobijo a los mas cabreados; al español ‘emprenyat’. Pero que Pablo Casado adopte una actitud similar no lo es. El Partido Popular se define a sí mismo como partido de estado, con experiencia en el poder y ambición de ejercerlo otra vez.

Una democracia sana requiere una izquierda realista y madura, cosa que la pareja Iglesias-Montero no representa. Pero necesita también una derecha moderna, responsable y de amplio espectro, como el PP quiso ser una vez. Hasta Inés Arrimadas ha acabado por comprenderlo.

En medio de la tragedia que vivimos, el segundo de esos atributos –la responsabilidad— no es un lastre a futuro, sino un activo que un segmento amplio de votantes sabe siempre valorar. Así lo entendió Manuel Fraga en su día. Y es la fórmula que aplica con éxito Alberto Núñez Feijóo. Casado prefiere el papel de azote inmisericorde en lugar del de líder alternativo que le resultaría mucho más rentable a la larga.

Una tregua, por favor

La conducta de los políticos frente la pandemia no solo se medirá a la fúnebre sombra de los muertos. Son tiempos de angustia e incertidumbre que nadie va a olvidar. El esfuerzo común y la capacidad de aparcar las diferencias influirá en las urnas a la hora de juzgar a los actores principales. La percepción de competencia y aplomo será determinante. ¿Acaso las encuestas internas no alertan a los partidos de que la ciudadanía pide una tregua? La vecina del 5º no se abstiene de aplaudir a las ocho de la tarde porque el del vecino del  3º, de opiniones contrarias, lo haga también.

Casado tiene en su propia casa dos ejemplos contrapuestos en los que inspirar su apuesta de futuro. Antes del coronavirus, resultaba difícil distinguir entre Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida. Hoy quedan pocas dudas sobre quién tiene pasta de gobernante y quién protagoniza un ‘reality show’.

En cuanto abandonó la cuarentena impuesta por su positivo en Covid, a la presidenta le faltó el tiempo para correr a Barajas y fotografiarse con “su” avión. El acalde Almeida, por el contrario, ha ofrecido una dosis diaria de seguridad y consuelo a sus conciudadanos. Sin renunciar a la crítica (sólo demorarla) ha mostrado ser uno de los escasos políticos que ha crecido a ojos de propios y extraños. Y son los ‘extraños’ –los que no votan en virtud de siglas— los que ganan elecciones.

Un repaso a las apuestas de los políticos en la ruleta del coronavirus no puede ignorar la del jugador más estrafalario: Quim Torra. Usar la pandemia como palanca del independentismo más irredento revela una concepción tan disparatada de su ‘república’ que se inventa la ‘epidemiología de país’ y la presenta como estructura de estado.

El experto de cabecera de Torra, Oriol Mitjà, dice que el Gobierno de Madrid está rodeado de científicos mayores y anticuados; batas blancas y olor a naftalina. Según el nuevo ‘chico de oro’ del independentismo, la aproximación del Govern a la lucha contra el virus refleja una “brecha generacional” entre los gurús de cada lado. La última vez que la ciencia se sometió al servicio de una ideología todo acabó muy mal.   

 A la hora de votar, ¿qué recordarán los catalanes no infectados por el delirio del president? ¿Sus contrargumentos científicos o la fragilidad de la sanidad y los centros de mayores tras una década de ‘recortes de país’ practicados por su partido y por ERC? Una pregunta análoga se hará el resto de la ciudadanía. ¿Quién sumó y quien hizo solo ruido?