La banca española, lejos de purgar los excesos
Pensaban los bancos españoles, o eso daban a entender de puertas hacia afuera, que después de haber purgado los excesos cometidos para inflar la burbuja inmobiliaria, con las decenas de miles de millones aportados para cubrir las minusvalías de los activos, todo volvería a su cauce. Y la mayoría ya estaban echando cuentas de los miles de millones que volverían a ganar y de los cuantiosos dividendos que iban a pagar a sus accionistas.
Pero lo cierto es que la realidad se empeña cada día en echar por tierra esas esperanzas. Si no es la troika, insinuando que los 41.000 millones tomados del rescate pueden resultar insuficientes por las escasas coberturas realizadas sobre los créditos refinanciados, son los tribunales de justicia, dentro y fuera de España, que no ven nada claro el uso, en ocasiones abusivo, que se ha hecho de la ley hipotecaria. Esto, que se sepa. Luego están las serias dudas existentes acerca de si la tasa de morosidad real es la que se dice o es notablemente superior.
Con este panorama, no es de extrañar que hace unos días algunos, en las altas esferas de las entidades financieras, esgrimieran una media sonrisa cuando el mismísimo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dejara caer, así sin más, que los bancos debían “estar a la altura de las circunstancias y dar crédito a los emprendedores que han hecho bien las cosas y han cumplido sus deberes”, y garantizaba –garantizar no significa financiar– el apoyo del Gobierno a las pymes y a los autónomos.
Tomaron nota, pero nada más. Porque la realidad es que, tal y como están las cosas, o se abre la mano del crédito a la economía productiva, o se sigue financiando la deuda pública. Para todos no hay. Y, al final, lo que priva es lo que priva, que para eso se cambió la Constitución en septiembre de 2011. Para que los intereses de los créditos otorgados para financiar la deuda pública tuvieran prelación sobre cualquier otro pago.
Es lo que hay. Tampoco se trata de demonizar a las entidades financieras porque sí. Por seguridad y solvencia deben mantener un determinado porcentaje de recursos propios en función de los activos según el riesgo asumido. Y el riesgo por la adquisición de deuda del Estado es el mejor de todos. Sencillamente, porque no existe.
Además, el dinero utilizado por los bancos que llega del Banco Central Europeo obliga a aquellos a otorgar una garantía como contrapartida. Y la del Estado no tiene competencia. Financiar al Estado no obliga a provisionar ni a considerar lo prestado de dudoso cobro.
Y no va a quedar otra que seguir financiando al Estado y, a manos llenas, con esos últimos datos conocidos sobre la evolución de esa deuda. Al cierre del primer trimestre, las Administraciones Públicas arrastraban un pasivo de casi 923.000 millones de euros.
Dato malo, malísimo. Pero no es lo peor. Lo peor es que son 190.000 millones más de los que se registraban hace justo un año, en marzo de 2012. Hasta el mismísimo ICO tuvo que arrimar el hombro, de manera excepcional, para pedir 20.000 millones al BCE y derivarlos después a cubrir agujeros de las distintas administraciones.
La última de estas purgas bancarias se relaciona con el reajuste a realizar por la eliminación de las cláusulas suelo de las hipotecas. Más de un exabrupto se oyó en las sedes de algunas entidades cuando el BBVA se apresuró a anunciar, tras recibir la aclaración del Supremo respecto a la sentencia del pasado 9 de mayo, que declaraba nulas las cláusulas de limitación de tipo de interés a la baja.
La entidad presidida por Francisco González entendió como asumibles los aproximadamente 400 millones de euros anuales que dejará de ingresar, y daba un golpe de efecto a nivel de reputación. Y lo mismo ha pensado NCG al estimar el impacto de la medida en unos 48 millones.
A las demás entidades, la maniobra del BBVA les ha cogido con el pie cambiado, y su respuesta requerirá de muchas cuentas. Las que, en algunos casos, determinarán dar beneficios o asumir pérdidas. La presión para que lo hagan va a resultar brutal. Veremos si son capaces de aguantar.