¿Es la IA el tutor que España necesita contra el fracaso escolar? 

La IA puede integrarse en el modelo educativo si se articula con el apoyo del profesorado y no contra él

España suspende en educación. El 28% de los alumnos no alcanza el nivel básico en matemáticas al terminar la ESO, según el último informe PISA de la OCDE. La tasa de abandono escolar temprano, aunque en descenso, sigue en el 13,6%, el doble que la media europea. A este escenario se suma una tendencia preocupante: el sistema educativo español no es capaz de compensar las desigualdades de origen. La probabilidad de suspender aumenta significativamente si vienes de un entorno socioeconómico desfavorecido. 

Ante este panorama, la inteligencia artificial (IA) se perfila como una herramienta con potencial transformador, especialmente en la personalización del aprendizaje. En países como Estados Unidos, Reino Unido o China, ya se están probando agentes conversacionales que ofrecen tutorías individualizadas a gran escala. En España, en cambio, apenas hemos empezado a explorar esta vía. 

Un buen ejemplo de lo que podría lograrse es el programa Menttores, una iniciativa de la Fundación Empieza por Educar y Esade EcPol, que ofreció tutorías de matemáticas a alumnos vulnerables durante el curso 2022-2023. Los resultados: un aumento del 17% en las calificaciones respecto al grupo control. El impacto equivale a seis meses adicionales de aprendizaje. Pese a ello, el programa no ha tenido continuidad ni ha servido de modelo para nuevas políticas públicas. 

Lo preocupante no es solo que falten este tipo de iniciativas, sino que, cuando existen, no se sistematizan ni escalan. España carece de una infraestructura institucional para evaluar qué funciona en educación. A diferencia de Estados Unidos, donde el Departamento de Educación mantiene la base de datos What Works Clearinghouse, o del Reino Unido, donde la Education Endowment Foundation publica evaluaciones y metaanálisis sobre decenas de intervenciones, en nuestro país las decisiones siguen basándose más en intuiciones que en evidencia. 

Inteligencia artificial./ Pixabay
Inteligencia artificial./ Pixabay

Esta carencia se refleja en errores del pasado. El programa Escuela 2.0, lanzado en 2010 con el objetivo de digitalizar las aulas, repartió más de 600.000 ordenadores personales. Pero, según diversos estudios, la iniciativa tuvo un impacto nulo —e incluso negativo— sobre los resultados académicos. ¿El motivo? Tecnología sin pedagogía. Los ordenadores se convirtieron en máquinas para ver vídeos o jugar en clase, en lugar de herramientas para aprender. 

La diferencia entre ese modelo y lo que hoy ofrece la IA generativa es radical. Un agente conversacional —como los que ya está desarrollando OpenAI junto a Learn.xyz o Khan Academy con Khanmigo— puede adaptar su contenido a cada alumno, responder preguntas en lenguaje natural, generar ejercicios, reforzar conceptos y mantener una interacción continua. Y todo ello, con un coste marginal próximo a cero una vez implementado. 

Además, la evidencia empieza a acumularse. Un ensayo aleatorizado publicado por el Banco Mundial (Kestin et al, 2025) demostró que un sistema de tutoría basado en IA superó a la enseñanza presencial activa en un curso universitario de introducción a la economía, tanto en aprendizaje como en eficiencia temporal. Los estudiantes con tutoría IA aprendieron más en menos tiempo y mostraron mayor motivación.

Otro estudio publicado en Electronics (Liu et al, 2024) analizó el uso del sistema “Socratic Playground” con tecnología GPT-4 en el aprendizaje del inglés como lengua extranjera: los participantes mejoraron en vocabulario, gramática y estructura de frases, destacando la capacidad del sistema para adaptarse al nivel del estudiante. 

El entusiasmo tecnológico no puede ocultar los retos pedagógicos y estructurales

Ahora bien, el entusiasmo tecnológico no puede ocultar los retos pedagógicos y estructurales. Los modelos de IA actuales son buenos generando explicaciones, pero aún carecen de un marco didáctico sólido alineado con los currículos escolares. ¿Cómo se aseguran que lo que enseñan refuerce habilidades clave y no simplemente ayude a aprobar exámenes? 

Además, el éxito de una intervención personalizada depende de un ecosistema escolar capaz de integrarla: profesores formados, infraestructuras digitales, coordinación curricular y tiempo suficiente. Sin esa arquitectura, la promesa de la IA se disuelve en prácticas fragmentadas o clases irrelevantes. No se trata solo de si la IA puede enseñar, sino de si el sistema puede aprender a usarla. 

La IA puede integrarse en el modelo educativo si se articula con el apoyo del profesorado y no contra él. La tecnología no sustituye al docente, pero puede multiplicar su capacidad de atención y personalización. La revolución educativa no llegará por arte de magia ni con titulares grandilocuentes sobre “robots en las aulas”. Llegará si se combina tecnología, evidencia y política educativa. Es decir, si se pasa del PowerPoint al pilotaje, del anuncio a la evaluación y de la anécdota a la escala. 

España tiene una oportunidad para abordar su fracaso escolar con inteligencia —artificial, sí, pero también política. Lo urgente es construir un sistema que aprenda de lo que funciona.  

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