En qué momento se jodió la política y la democracia  

Manuel Cruz llega a preguntarse si lo que hoy predomina es el “individualismo tirano” de Éric Sadin

A principios del mes de noviembre del año 1989, el Muro cayó. Con él cayó un sistema políticamente autoritario, socialmente opresor, económicamente ineficiente y culturalmente represivo. La caída del Muro generó un par de figuras: la del perdedor y la del ganador. ¿El perdedor? La ideología y el régimen comunista -por aquel entonces denominado “socialismo real”- y, de rebote, también la ideología y el régimen socialista o socialdemócrata. ¿El ganador? El liberalismo, o el capitalismo liberal, con su libertad individual, su propiedad privada, su libre mercado y su dejar hacer y dejar pasar.  

Manuel Cruz -catedrático de Filosofía Contemporánea, ensayista, articulista, diputado socialista, senador por el PSC durante la presente legislatura, que presidió la Cámara Alta en la XIII Legislatura– sostiene que no hay ganador. El comunismo/socialismo y el liberalismo son perdedores: la crisis de la Modernidad; el fracaso de las ideologías emancipatorias falsadas por los acontecimientos; el no lugar de las grandes concepciones del mundo que nos servían valores y actitudes. Esa incertidumbre “consecuencia de la desaparición de los grandes paraguas ideológicos”.  

No saber con certeza a qué atenerse. No saber qué modelo -si los hay- escoger. No saber si apostar por quien defiende nuestros intereses inmediatos y nada más. Eso nos ha llevado a “vivir entre escombros”. Y es que el paraíso de la izquierda y su hombre nuevo no existen; aumenta la desconfianza en la economía liberal y su homo oeconomicus. A lo que debemos añadir -el autor critica sin ambages a la derecha y a la izquierda que “se dedica a hacer ruido”- la crisis de valores y el incumplimiento de los compromisos prometidos por parte de las fuerzas políticas con mando en plaza. A lo que debemos sumar también el egoísmo personal y el egoísmo de grupo fruto de la polarización.  

Manuel Cruz llega a preguntarse si lo que hoy predomina es el “individualismo tirano” de Éric Sadin: a medida que varía la posición social, varían nuestros intereses. Cosa que, advierte Manuel Cruz, puede “dar lugar a situaciones indeseables desde una perspectiva democrática”. De hecho, concluye que al “individualismo más desenfrenado no hay más que un paso, que se diría que ya estamos dando a cada momento”. La conclusión: “Una degradación de la política democrática” fruto de un “rumbo equivocado”.  

Foto: Freepik.
Foto: Freepik.

Llegados a este punto, a uno le vienen a la cabeza las manoseadas primeras líneas de Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, cuando un personaje de la novela se pregunta “en qué momento se había jodido el Perú”. Pues bien, de vuelta a la realidad de nuestro siglo XXI, la política y la democracia se jodieron -señala el filósofo- con la pérdida de la autoridad moral. Si así lo prefieren, de la confianza.  

Todo ello lo explica y razona nuestro autor en su último ensayo titulado Resabiados y resentidos. El eclipse de las ilusiones en el mundo actual (2025). El filósofo que pregunta y vuelve a preguntar una vez recibida la respuesta. Un trabajo que tiene la virtud de escapar al diseño y la prédica de utopías y el acierto de reivindicar horizontes para huir del “activismo desnortado” al que parece ser que estamos condenados. Horizontes, ¿para qué? Para rehuir los “nihilismos irracionales” y los “palos de ciego” de infausta memoria y de nulo futuro. Hay que superar el presente.  

Parece poco, parece fácil. Ahí reside su poder. El poder de abrir caminos posibles. Caminos -aires popperianos- que buscar. Otra virtud de un ensayo que se fundamenta en la investigación sin tropezar en el vicio de la “falsación” total, sin caer en el escepticismo y/o negacionismo propio de los resabiados y resentidos que titulan el libro.  

La política y la democracia se jodieron con la pérdida de la autoridad moral

Sí se puede transformar la realidad existente. Sin aventureros ni profetas. Cuidado con el populismo del salvapatrias que quiebra la “función mediadora que nuestra tradición democrática representativa atribuía a las organizaciones políticas clásicas, sustituyéndola por la relación directa del pueblo con el líder”. Efectivamente, cuidado con “el pueblo” y con “la gente” -tan resabiados y resentidos como el líder que los dirige- que abre la puerta a lo peor: el populismo. El “pueblo” o la “gente” no puede tener la última palabra. La democracia parlamentaria sí puede y sí debe.  

No todo está perdido y el autor nos brinda las tareas más urgentes -un auténtico decálogo para sobrevivir y convivir razonablemente- que están por hacer: aceptar que el mundo se nos ha ido de las manos por culpa del “amontonamiento de egoísmos”, recuperar el vínculo de la confianza, rescatar la ideología que sea capaz de concebir un futuro alternativo al oficial del poder, aunar posiciones, pensar y defender la democracia teniendo siempre en cuenta el pluralismo, evitar la sentimentalización y la fanatización de la vida pública que acaba anulando la dimensión deliberativa de la democracia, olvidar el deseo de eliminación del adversario, apostar por el diálogo y la cooperación, entender el progreso como la conversión en derechos de las aspiraciones inequívocamente justas del máximo número de personas.       

Una tarea -concluye el autor- ciertamente difícil que permitiría construir o reconstruir un Nosotros capaz de elaborar y defender una idea razonable de bien común. Manuel Cruz lo sintetiza en una sola frase: “Vamos a tener que aprender a vivir juntos de nuevo”.  

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