La banca, harta de pagar los platos rotos de las cajas

Lo que mal empieza, mal acaba y resolver una crisis financiera como la que ha estado a punto de llevarse por delante a este país, no resulta fácil y no está exento de injustos repartos de cargas y de decisiones claramente perjudiciales para las entidades financieras que hicieron los deberes y que son las que deben echar el resto para que las que originaron el caos puedan sacar la cabeza y volver, por qué no, a las andadas.

Este párrafo anterior podría escribirse de otra manera que se ajustaría más a lo sucedido y que vendría a decir que las cajas de ahorro, causantes de la crisis financiera que ha estado a punto de llevarse por delante a este país, están consiguiendo irse de rositas, mientras que la banca tradicional, que ha sufrido los efectos de la borrachera de estas entidades gobernadas por políticos, sindicalistas y curas párrocos, no solo han recibido los vómitos de los beodos, sino que han terminado por pagar la cuenta de la descomunal ingesta de alcohol.

Por ahora, la cuenta abonada por las entidades sanas y que han arreglado sus problemas sin recurrir al de la barra, supera los 7.000 millones de euros que han permitido salvar de la quiebra a unas entidades con unos balances que daban miedo, descargar a otras de ladrillo y facilitar liquidez a unos preferentistas que no son los suyos.

Los banqueros, siempre prudentes y dispuestos a colaborar con el gobierno de turno en cumplimiento estricto de la teoría del tú me das, yo te doy, ya han empezado a mostrar su desacuerdo con esta versión moderna de patio de monipodio, en el que se trafica con todo y en donde ha irrumpido la solución gubernamental. Y le ha tocado al presidente del Santander levantar la voz para decir que no está de acuerdo con que sean las entidades, a través del Fondo de Garantía de Depósitos (FGD), quiénes den liquidez a los propietarios de preferentes: “Cada uno debe pagar lo suyo. El Santander ha solucionado su tema perfectamente. El que no lo haya solucionado, que lo haga”, zanjaba Botín, recordando que tanto su banco como BBVA, Banesto, Popular o Bankinter, habían hecho sus deberes sin necesidad de dar cuentas al pregonero.

Había llegado el momento de recordar cómo, durante el mandato de Rodríguez Zapatero, se habían fusionado los tres fondos de garantía de depósitos –bancos, cajas y cooperativas de crédito– en una única bolsa, a pesar de las críticas de ciertas cajas que consideraron que la medida les perjudicaba dada su envidiable situación patrimonial. La medida costó a la banca tradicional, significativos incrementos anuales de fondos, a todas luces insuficientes, a la vista del nuevo Real Decreto Ley del gobierno que para dar una salida al problema de las preferentes establece una derrama extra de la banca al FGD del 3 por mil de los depósitos, cantidad con la que se conseguirá obtener cerca de 2.000 millones de euros.

Botín, ya puesto, dejaba claro que “ningún banco español ha necesitado ayudas”, a la vez que recordaba que aun así, las entidades están pagado una crisis que no han provocado. “Los bancos españoles lo han hecho muy bien”, mientras que las cajas han cometido terribles errores. Y no le falta razón.

Post-it

Cervantes en su novela Rinconcete y Cortadillo retrata con maestría el patio de Monipodio, jefe de la mafia sevillana de unos cuarenta y cinco años, el más rústico y incoherente bárbaro del mundo. Suministra y reparte el trabajo para su gente y además los oculta pero siempre quedando honrado y dejando una parte a vírgenes y santos.