La corte de los milagros y el aplauso del imprudente

El Gobierno necesita renovar su catálogo de triles, juegos de manos y prestidigitaciones, porque de lo contrario sus votantes le sacarán de la Moncloa

Ya les advertí la semana pasada en las páginas virtuales de este mismo diario que me acoge sobre la imprudencia del aplauso orquestado en Moncloa a la llegada triunfante del presidente Pedro Sánchez a su particular corte de los milagros.

No me negarán que a pesar de los esfuerzos tanto del propio Sánchez como de sus juglares a sueldo de los presupuestos generales del estado de presentarse siempre ante nosotros, desvalidos vasallos, como si fuera un rey sobrio, justo y sabio de esos que gustaba pintar a Lope de Vega, lo cierto es que la imagen que compone muy a su pesar se asemeja bastante más a los monarcas esperpénticos que magistralmente describió Don Ramón María del Valle-Inclán tanto en La corte de los milagros como en Farsa y licencia de la reina castiza.

Porque, y dispensen el uso bastardo de la mayéutica del tito Sócrates (el filósofo, no el futbolista brasileiro): ¿A quien en sus santos cabales se le podía ocurrir en medio de una pandemia global que no logramos atajar, una crisis económica salvaje de la que solo hemos comenzado a ver sus primeros coletazos y una crisis política que amenaza con reventar todas las instituciones internacionales creadas tras el final de la segunda guerra mundial, montar tamaña función valleinclanesca?

Pues como no podía ser de otra forma, solo una semana después del festival de fuegos de artificiales y aplausos artificiosos de la corte milagrera que el rey Sánchez ha montado en su entorno, lo incontrolado de la crisis de Covid-19 y unas cifras de destrucción de empleo que cada vez son más complicadas de esconder debajo de la alfombra por muchos esfuerzos que haga el maestro de triles José Félix Tezanos para distraer la atención y animar a los propios, ya han puesto de manifiesto lo inapropiado del mismo.

Y no solo eso, sino que ha dejado por imprudentes a todos los ministros que se sumaron al mismo componiendo una figura que si hace una semana ya era arriesgada, hoy no podríamos colgarle otro adjetivo que no sea el de “esperpéntica”, chamuscando de forma permanente a la mayoría de ellos.

Pero vayamos al fondo de la cuestión: ¿Era necesario? ¿Estaba el gobierno tan desesperado? ¿Andaban sus huestes tan deprimidas?

El remedio ha sido peor que la enfermedad

Solamente si la respuesta a esas tres preguntas es enfáticamente afirmativa podría considerarse la posibilidad de organizar un acto de desagravio como el perpetrado en la Moncloa, y sinceramente creo que no era así.

No, no era necesario, ya que el remedio ha sido peor que la enfermedad.

No, el Gobierno no estaba desesperado (¿verdad?), sus apoyos parlamentarios —sorprendentemente— no han disminuido, y no se alcanza a ver una mayoría alternativa en el Congreso.

Y bueno, si los apoyos del Gobierno en calles, medios y redes descienden, bombardear con arcabuz toneladas de antidepresivos, disparando al cielo con la esperanza de que alguno de ellos acierte parece una solución con mayores probabilidades de éxito que el ridículo pasillo de aplausos coreografiados de la semana pasada.

Resumiendo: hoy, incluso el militante socialista/podemita más rocoso e inasequible al desaliento sabe dos cosas, la primera es que no conviene aplaudir hasta que se lance el último penalty, y la segunda que el Gobierno necesita renovar su catálogo de triles, juegos de manos y prestidigitaciones, porque si siguen cometiendo errores no forzados, y este lo ha sido, quien les van a sacar a gorrazos de la Moncloa no es la oposición, sino sus propios votantes.

Y la lástima es que ya no tengamos a Don Ramón María para contárnoslo.