La democracia tiene el derecho a la legítima defensa

Rusia e Irán firman el alto el fuego en Siria. Rusia se asegura una salida al Mediterráneo y consolida su relación con China. Estados Unidos y Rusia quizá lleguen a una entente. Es posible que Estados Unidos levante algunas sanciones impuestas a Rusia. Estados Unidos puede apostar por el unilateralismo o revisar el pacto de no proliferación nuclear con Irán. Irán se fortalece. Turquía busca la hegemonía en la zona. China –enemistada con Estados Unidos- está en camino de ser la potencia hegemónica en Asia y, con el tiempo, quizá también en África.

Mientras, la Unión Europea tiene problemas para marcar la agenda en Ucrania y está prácticamente desaparecida en Siria y otros lugares en conflicto. A la Unión Europea le queda la OTAN. Y, como siempre, Estados Unidos.

Pero, Estados Unidos –que mira al Pacífico- exige que los europeos paguen la factura de seguridad y defensa de un continente rodeado de bases nucleares rusas. Gran Bretaña –que se inclina hacia Estados Unidos- sigue con su Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) y su Revisión Estratégica de Seguridad y Defensa (SDSR). Francia añora la force de frappe de Pierre Mendès France y Charles de Gaulle. Y en España, cuya inversión en defensa no llega al 1% del PIB siendo el cuarto país por la cola en la aportación a la OTAN, persiste la retórica de la Alianza de Civilizaciones de José Luis Rodríguez Zapatero.

Solo Angela Merkel ha sido capaz de hablar, en la cumbre de Bratislava de septiembre de 2016, de una Europa de la seguridad.

Pero, la Declaración de Bratislava no va más allá, en su capítulo de «seguridad exterior y defensa», de «reforzar la cooperación de la UE en materia de seguridad exterior y defensa», de «decidir sobre un plan de aplicación en materia de seguridad y defensa concreto y sobre el mejor modo de servirse de las opciones que brindan los Tratados» y de «la aplicación de los dispuesto en la declaración conjunta con la OTAN». Parole, parole, parole.

La Unión Europea sigue sin una política de seguridad y defensa propias. La Unión Europea, por decirlo a la manera de Robert Kagan (Poder y debilidad, 2003), sigue siendo la reencarnación de esa Venus que busca la felicidad, porque cuenta con el Marte de unos Estados Unidos que defienden los valores occidentales con su política hobbesiana.

Pero, ¿y si el amigo americano –al que muchos europeos desagradecidos tildan de belicista, imperialista y liberticida- nos abandona? ¿Qué será de la vulnerable y angelista Unión Europea sin la protección de los Estados Unidos? Maquiavelo, sí: «los profetas armados triunfan, mientras que los desarmados fracasan». Es duro, pero es así.

Y el caso es que la Unión Europea, así como sus antecedentes históricos, ha mostrado, en diversos documentos, su voluntad de dotarse de una política de seguridad y defensa.

¿Por qué no recuperar el espíritu de la Comunidad Europea de Defensa (1952) que, antes de la firma del Tratado de Roma, buscaba una colaboración interestatal en materia de defensa y presupuesto de defensa? Un espíritu que se encarnó en una Unión Europea Occidental (1955) que apostaba por la «autodefensa colectiva».

Más documentos: el Tratado de la Unión Europea (1991), que establece la Política Exterior y de Seguridad Común, habla de fomentar la cooperación internacional, mantener la paz, consolidar la democracia y los derechos humanos, y reforzar la seguridad de la Unión Europea. Pero, el Tratado –un embrollo de normas que dificulta la toma de decisiones– sigue siendo papel mojado.

Papel mojado también es el Tratado de Ámsterdam (1999) que recopila y simplifica la legislación de la Unión Europea en materia de seguridad y defensa para hacerla más «efectiva». Como lo son la Estrategia Europea de Seguridad (2003) y el Tratado de Lisboa (2007) que reafirma la política común de seguridad y defensa.

¿El problema de una defensa y seguridad europeas que nunca llegan a buen puerto? La falta de voluntad política y la escasez de recursos empleados. Parole, paraole, parole.

Si los Estados Unidos relajan el compromiso con la seguridad internacional, si la OTAN ve reducido su presupuesto, si Rusia e Irán están ahí. Si el terrorismo internacional actúa y acecha, si eso es lo que ocurre, ¿quién puede garantizar la seguridad de la Unión Europea? La propia Unión Europea. Para ello, la Unión Europea ha de cumplir lo escrito y acordado. Sin complejos. Sin reservas. ¿O es que la democracia no tiene el derecho a la legítima defensa?

Cumplir lo escrito y acordado, sí. Pero, hay más. La Unión Europea debe olvidarse del discurso de buenas intenciones que no sirve para hacer frente a situaciones graves como la amenaza terrorista o la emergencia de países peligrosamente armados que constituyen un riesgo para la seguridad mundial.

Hay que olvidar la ingenuidad de la cultura de la paz en beneficio del realismo de la cultura de la seguridad. Se trata de ser consciente del peligro existente, de darse cuenta de que nosotros también somos vulnerables y podemos ser el objetivo de agresiones y ataques, de entender que la seguridad y la paz no son gratuitas.

Ello implica –insisto- que la Unión Europea no debe confiar únicamente en el amigo americano. Ello implica que la Unión Europea ha de dotarse de una política, una ideología y un presupuesto de defensa. Y mientras el pilar de defensa europeo no llega, no queda otro remedio que el de protegerse bajo el paraguas de una disuasión norteameriacana que, a fin de cuentas –como ya sabemos-, es la que durante el siglo XX nos ha salvado de los totalitarismos nazi y comunista.

Y cuando la defensa europea llegue, el vínculo transatlántico de cooperación con los Estados Unidos debe reforzarse, porque de lo que se trata es de salvaguardar -otra vez- el mundo libre de los enemigos de la libertad.

Licenciado en Filosofía y Letras. Ensayista, articulista, columnista, comentarista y crítico de libros
Miquel Porta Perales