La educación es el primer problema cultural

La educación nos insta a participar en la cultura y nos ofrece bagaje para poder elegir qué nos interesa

¿Qué ocurre cuando 160.000 catalanes, mayoritariamente, compran una entrada para ver un espectáculo del Circ Du Soleil, 60.000 para escuchar un concierto de Guns and Roses o 100.000 para presenciar la exposición de David Bowie? A juicio de algunos responsables políticos de cultura eso es la expresión de un mercado cultural comercial.

¿Qué ocurre cuando 3.500 personas compran una entrada para el espectáculo que inaugura el Festival Grec, 200 personas para un concierto de música avanzada en Fabra i Coats o 120.000 acuden gratuitamente al Fórum para escuchar a Love and Lesbian en les Festes de la Mercè.

El éxito de un espectáculo es la expresión de una política cultural

A juicio de algunas de estas mismas personas es la expresión de una política cultural. Ya sé que no es tan sencillo y que expresada así la comparación tiene componentes demagógicos. Pero, a veces, hay que decirlo de claro para que la gente lo entienda.

¿Cuál es la diferencia? ¿La calidad de cada propuesta, el lugar y el momento en el que sucede, el propietario, el precio de la entrada, el organizador, el objetivo último que persigue cada actividad?

En realidad, Circ du Soleil es la consecuencia de una política pública original del Gobierno del Quebec. Triunfaron y ahora son propiedad de un fondo de inversión. Guns and Roses es un icono del rock de un país con escasa política cultural y con un gran mercado musical.

El ejemplo de falta de política cultural es la inauguración del Festival Grec, que ha sido producida por la propia organización

David Bowie es patrimonio de la música y de las tendencias estéticas de la última parte del siglo XX y la exposición se organizó en el Victoria and Albert Museum, sin duda el museo de artes decorativas más importante del mundo.

El espectáculo que inaugura el Grec, salvo este año que ha sido producción del propio Festival, a menudo se contrata bajo catálogo entre las propuestas disponibles con cierta intencionalidad “epatante”.

Todo es política cultural si un político lo decide

El concierto de música avanzada en Fabra i Coats es un lugar común para grupos minoritarios muy metidos “en la onda” y el concierto de Love and Lesbian podría ser intercambiable por otro de similares características sin merma alguna en su capacidad de convocatoria.

Nada distingue unas cosas de las otras. Todo es política cultural si un político lo decide y todo es mercado si hay un empresario capaz de convertirlo en negocio.

Esa es la realidad. La política cultural siempre se fundamenta en el mercado de la cultura aunque a veces, para desgracia del contenido, lo sustituya.

La política cultural es, sin duda, la más remilgada de todas las políticas. Cargada de prejuicios, intenta redimirlo todo asumiendo sus errores y los ajenos.

El papel de la educación en la cultura

Prueba de ello es la constante referencia a la educación, hasta el punto que parece toda una revolución programar una vez al año una película en catalán en el aula de una escuela.

El único objetivo verdadero de una política cultural es relacionar la producción de contenidos artísticos (en un sentido amplio) con las audiencias más amplias posibles.

Laura Borràs durante el mitin de JPC en Barcelona. Foto: EFE/SS

FALTA DE EDUCACIÓN CULTURAL

El sistema educativo de nuestro país no funciona, no instruye a los españoles en crear y apreciar espectáculos culturales

Lo que después elija cada uno es un acto de calidad que dependerá, evidentemente, de la educación y de la trayectoria personal. Por eso es importante la educación: porqué en primera instancia nos insta a participar y en segundo lugar nos permite elegir.

Digamos pues las cosas como son: culturalmente el sistema educativo de nuestro país no funciona, no que no funcione la ayuda a la cultura, sino que no la tiene en cuenta.

Cuando la cultura se convierte en dogma cuando considera que las audiencias son un hecho comercial 

Si alguna cosa hemos de hacer desde la política cultural es criticar a la escuela, exigirle responsabilidad, poner a debate su exceso de corporativismo y su fragilidad intelectual. Debemos colaborar con ella, por supuesto, pero no redimirla, por qué no podemos y por qué  no nos toca.

Cuando la política cultural se olvida de los contenidos o sólo se fija en aquellos que generan complicidad ideológica; cuando considera que las audiencias mayoritarias son un hecho comercial y se refugia en las pequeñas parroquias, se convierte en dogma. Y sin duda la cultura debería luchar contra los dogmas.

A uno le identifican algunas cosas en la vida y son imprevisibles. Lo que tiene poco sentido es negar que aquello que nos marcó durante la infancia, la juventud o la madurez no sea en sí mismo un hecho cultural. 

A veces la política cultural se empeña en negarlo, a no ser que algunos de sus responsables no tuvieran infancia, ni juventud, ni memoria. No hay nada más triste que justificar un concierto de Raphael y programarlo en el Liceo para que una pátina culturalista lo redima del olvido y lo ponga a la altura de los altares.