La GAFA vs el futuro de la prensa libre

La popularización de Internet ha desencadenado una reducción de plantillas, una devaluación salarial y una pérdida de calidad de contenidos en la prensa escrita

Desde el inicio de la edad contemporánea hasta finales del siglo XX se desarrolló un modelo de negocio de prensa escrita, basado en la imprenta de Gutenberg, que tenía tres fuentes de ingresos principales: publicidad, anuncios clasificados, y suscripciones. Aun cuando la proporción de cada una de estas fuentes en el grueso de los ingresos de cada periódico variaba en función del contexto nacional o histórico, en lo fundamental todos los noticiarios ganaban más dinero en publicidad que vendiendo noticias, por lo que la estrategia comercial pasaba por maximizar la circulación para poder vender anuncios más caros.

La popularización de Internet a partir de 1995 cambión este estado de cosas, ya que la aparición de agregadores de contenidos, conocidos como GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), llevó al acaparamiento del mercado de los anuncios clasificados y absorbido de facto el grueso de la inversión publicitaria, llevando, por una lado, a la práctica desaparición de los diarios y revistas en papel, debido a que la producción de anuncios en este soporte es comparativamente mucho mayor que en formato digital, al tiempo que es menos rentable y escalable, ya que en el entorno digital la diferencia de coste entre producir un ejemplar o un millón es insignificante.

Esto ha llevado, por una lado, a que los periódicos hayan tratado -hasta ahora en vano- de competir con los agregadores digitales mediante una estrategia que combina dos acciones: reducción de plantillas y devaluación salarial, y reducción de calidad de contenidos, primando la publicación de titulares llamativos para acumular accesos al medio, con los que justificar los precios de la publicidad que se cobra a los anunciantes.

Los efectos colaterales de esta estrategia han sido el deterioro general de la calidad periodística, por un lado, y la tendencia hacía el amarillismo para atraer tráfico de Internet, por otro, lo que, a su vez, ha creado las condiciones para la eclosión de noticias premeditadamente falsas promovidas por grupos de interés de toda índole, dando lugar a un fenómeno que se ha dado a conocer como posverdad. La primera vez que se usó dicho término fue en 1992, a raíz del escándalo Irán-Contra.

La campaña de Donald Trump a la presidencia de los EEUU convirtió la expresión en un lugar común para hacer referencia al uso organizado de los medios de comunicación social en campañas propagandísticas de desinformación y engaño propagadas gracias a la ubicuidad de las nuevas tecnologías y la proliferación de medios de comunicación alternativos.

Donald Trump comparece ante los medios frente a la Casa Blanca

En esencia, este cinismo informativo, que ha sido lamentablemente aceptado como inevitable por números grupos mediáticos ‘clásicos’, que al combatir a los GAFA con sus mismas armas, se han convertido en aquello que busca su desaparición, acelerando así su propia destitución. Siendo esto grave en sí mismo, a causa de la destrucción del periodismo como profesión digna, supone además una enmienda a la totalidad del valor central que propició la imprenta de Gutenberg, el axioma, hasta hace poco incontestado, de que la verdad es independiente de la opinión.

Una vez que este principio se relativiza, como ha empezado a pasar desde hace al menos un lustro, se pone en tela de juicio el principio mismo de la democracia liberal, en el que la libertad política se apoya en el pilar de la libertad de expresión, que garantiza el intercambio franco de ideas, y el derecho a rebatir las opiniones contrarias.

Lo que esto significa, en la práctica, es que los agregadores de contenidos aprovechan su abrumadora predominancia económica y tecnológica para arrogarse prerrogativas democráticas, decidiendo unilateralmente, y al margen de los preceptos que recoge el artículo 20 de nuestra Constitución: los agregadores de noticias están no sólo ahogando financieramente a los grupos periodísticas al acaparar de facto las fuentes de ingresos de los medios tradicionales, sino que también usurpan esferas del equilibrio de poderes al proscribir motu proprio lo que les parece correcto que se difunda, y promoviendo aquello que les interesa divulgar.

Es imperativo que los grupos mediáticos repiensen su modus vivendi para garantizar el protagonismo que democráticamente pertenece a denominado cuarto poder. Pero esta es una tarea que transciende la responsabilidad del periodismo, y que atañe al conjunto de la sociedad. Por esto, es preciso crear complicidades con otros sectores, para buscar fórmulas socialmente aceptables, y mutuamente beneficiosas que garanticen la viabilidad de la prensa libre. Se trata, en definitiva, de facilitar la creación de lo que Frans Johansson denominó ‘el efecto Medici’, esto es, un ecosistema que permita la supervivencia de un periodismo caracterizado por la independencia, la creatividad, la excelencia, el librepensamiento, la diversidad y el pluralismo.

Por esto, la función del mecenazgo público y la filantropía privada son fundamentales. Esta es una conclusión a la que ya han llegado un buen número de fundaciones estadounidenses orientadas al periodismo, incluido el Fondo para la Democracia, la Iniciativa de Integridad de las Noticias y el Instituto Lenfest de Periodismo, que apuestan por que el modelo de futuro para la prensa es la filantropía, para lo que establecen coaliciones como la establecida con la Fundación Knight, que preside Alberto Ibargüen, o la fundación Guardian.org, que actúa como paraguas para aglutinar entidades comprometidas con “impulsar e informar el discurso público y la participación ciudadana en torno a los temas más urgentes de nuestro tiempo a través del apoyo del periodismo independiente”, articulando proyectos periodísticos partiendo de la base de que muchos de los beneficios que produce el periodismo de calidad no recaen en el periódico, sino que genera valor social; externalidades positivas que contribuyen a la buena salud de la democracia, dificultando tanto la arbitrariedad del poder como la corrupción organizada.