La ley Celaá y dónde dejo yo a mis niños

Más allá del sinsentido que supone aprobar una ley educativa en plena pandemia, dicho proyecto de ley destaca por su carácter retroprogresista

Toda crisis –la pandemia de la Covid-19 incluida– suele generar una serie de transformaciones que acaban resultando positivas al adaptar la sociedad a la nueva realidad. La destrucción creativa, diría Joseph Schumpeter. No siempre es sí. En los proyectos educativos de la post Covid-19, por ejemplo. Hablemos de la Administración y los padres y madres de los alumnos.

LOGSE, LOE, LOMLOE

En plena pandemia, el Gobierno de Pedro Sánchez se propone aprobar la Ley Orgánica de Modificación de la LOE (LOMLOE), conocida como ley Celaá, que derogará la LOMCE promovida por el ministro José Ignacio Wert (2013) y recuperará la LOE del gobierno de Rodríguez Zapatero (2006). Una manera –también– de rescatar, reparar y redimir la LOGSE socialista (1990). En cierta manera, la LOMLOE es una excrecencia de dicha ley.

Más allá del sinsentido que supone aprobar una ley educativa cuando no sabemos cuál será la situación a la que deberemos enfrentarnos una vez superada la pandemia, dicho proyecto de ley –una ley de Estado que el PSOE es incapaz de consensuar con la oposición– destaca por su carácter retroprogresista. Traducción: una marcha atrás. Una manera de ignorar el presente y el futuro.

Uno de los problemas de la educación en España proviene de la dichosa LOGSE y el progresismo “buenista” que incorpora: se relativizan contenidos, esfuerzo y autoridad, se desdibuja el valor del examen, promoción casi automática, descontrol de calidad, el igualitarismo gana la partida a la meritocracia, y mucha educación en valores –¿qué valores?– en unas aulas que se asemejan al falansterio de Fourier.

La ley Celaá es un secuela de la LOGSE y la LOE de infausta memoria. En la Exposición de Motivos de la novísima (!?) LOMLOE, reaparece la retórica retroprogresista (“construir personalidad”, “conformar identidad”, “dimensión afectiva”, “promover solidaridad”, “convivencia democrática”, “cohesión social”, “desarrollo sostenible”) que hermanan la escuela con la autoayuda. Que sí, que eso está muy bien. Pero, no basta.

¿Qué más establece la LOMLOE? Sigamos con la Exposición de Motivos:

La “responsabilidad del éxito escolar de todo el alumnado no solo recae sobre el esfuerzo del alumnado individualmente considerado, sino también sobre el de sus familias, el profesorado, los centros docentes, las Administraciones educativas y, en última instancia, sobre la implicación de la sociedad en su conjunto”. Concluye: “el esfuerzo compartido consiste en la necesidad de llevar a cabo una escolarización equitativa del alumnado”.

Esta es la concepción de la escuela como guardería o parking que permite que los progenitores acudan al trabajo

El texto tiene su miga. Reparen en las expresiones “todo el alumnado”, “esfuerzo compartido” y “escolarización equitativa del alumnado”. Traducción: un igualitarismo escolar que penaliza al alumno que se distingue por sus aptitudes y actitudes.

Adiós a la cultura del esfuerzo, la igualdad de oportunidades, la calidad y la excelencia. ¿Para qué, si la responsabilidad es de los demás y hay que igualar al alumnado por lo bajo? Una escuela que genera fracaso escolar y analfabetismo funcional o secundario. Una escuela post Codid-19 no competitiva en un mundo que se intuye altamente competitivo.

Vale decir que la LOMLOE es consecuente con semejante retroprogresismo al disponer que los alumnos de Secundaria “promocionarán de curso cuando hayan alcanzado los objetivos de las materias cursadas o tengan evaluación negativa en dos materias como máximo”.

Hay más: “excepcionalmente [con tres o más materias de “evaluación negativa”: el terror a decir “suspenso”] podrá autorizarse la promoción de un alumno o alumna cuando el equipo docente considere que la naturaleza de las materias no superadas le permita seguir con éxito el curso siguiente, se considere que tiene expectativas favorables de recuperación y que dicha promoción beneficiará su evolución académica”.

Por su parte, el título de Bachiller se podrá conceder “excepcionalmente” al alumnado “que haya superado todas las materias salvo una, siempre que se considere que ha alcanzado los objetivos vinculados a ese título”.

Un texto antológico que, sin duda –como señala la LOMLOE–, contribuirá a la “educación de calidad para todos”.

Padres y madres

Y el caso es que un número indeterminado de padres y madres del alumnado parece comulgar con la escuela de baja calidad cuando, ni corto ni perezoso, se queja de que “no tengo donde dejarlo” –se refiere al hijo en edad escolar– en caso de que el niño o la niña, o el aula, o la escuela, entre en cuarentena. O lo que es lo mismo, la concepción de la escuela como guardería o parking que permite que los progenitores acudan al trabajo.

Última hora

El Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática –según reza la nota informativa de Moncloa de 15/9/2020– contempla “acciones en el plano educativo actualizando los contenidos curriculares para ESO y Bachillerato… con el fin de fomentar, promover y garantizar en la ciudadanía el conocimiento de la historia democrática española y la lucha por los valores y libertades democráticas”.

Nota a la última hora. Si la señora Ministra y sus asesores se tomaran la molestia de hojear y ojear los libros de texto, verían que eso ya se hace desde hace cuatro décadas. Hipótesis: ¿acaso la Ley de Memoria Democrática pretende tipificar una suerte de postfranquismo tardío que se atribuiría a la derecha?

«Ganar la batalla cultural» para la izquierda es descalificar a la derecha liberal como sea

Posdata a la última hora. La LOMLOE y la Ley de Memoria Democrática esconden la vuelta a una suerte de guerracivilismo político e ideológico que tilda de franquista cualquier opinión que se aleje del catecismo oficial retroprogresista.

A eso, la izquierda llama “ganar la batalla cultural”. Es decir, descalificar a la derecha liberal como sea –un combinado de ocultación, tergiversación, manipulación y marketing– para recolectar votos y alcanzar y mantener el poder.