La mano de Artur Mas y los pies de Quim Torra

Ni el loco de Puigdemont ni el corto de Torra han arreglado nada. Bien al contrario: han hundido la sanidad pública catalana

La sanidad pública catalana se encuentra patas arriba por el Covid-19. Le falta de todo excepto la heroicidad de sus médicos, enfermeros, analistas, camilleros, administrativos, conductores y personal de ambulancias. Quien lo dice en masculino, lo dice en femenino. Tanto da.

El recurso de la hemeroteca nos muestra que, durante los años del gobierno de Artur Mas, “arturito” en el argot familiar, y siendo consejero Boí Ruiz, la sanidad pública en Cataluña perdió 2.400 sanitarios y más de 1.100 camas. No hablemos de cómo quedaron los quirófanos y las UCI.

El Astuto, como le vienen nombrando los flappers de JxCat, se erigió en el gobernante más aplicado en materia de recortes en sanidad, en escuelas e institutos, y en todo aquello que suponía gasto social.

En esto, lideró España e incluso Europa entera. Puso las tijeras al servicio de su delirante viaje hacia Ítaca. Todo por el procés y nada para los ciudadanos. Al final, como un Luis XVI cualquiera, les cortaron la cabeza. Qué menos.

De aquellos polvos, estos lodos, porque con el sarao de la independencia, ni el loco de Carles Puigdemont ni el corto de Quim Torra han arreglado nada. Bien al contrario. Han hundido la sanidad pública catalana en la miseria más miserable de los últimos treinta años.

Ahí está la realidad: una consejera de Sanidad a la que se le incendia su propia ciudad natal, Igualada, tras un viaje de sus gentes en peregrinación a Perpiñán para ver al que todo lo puede en doce autobuses visionarios, o un consejero de Interior que dice disparates a mansalva mientras nada soluciona y encima da miedo viéndole por el televisor.

Lo de Torra no tiene remedio

Un personal sanitario sin protección alguna ni medios suficientes para atajar el coronavirus, pero que saca fuerza del juramento hipocrático; o una policía autonómica, los Mossos, literalmente atropellada en su misión de proteger la convivencia y controlar las carreteras.

Unos hospitales y otros centros de asistencia sanitaria vacíos de equipaje para realizar su misión de manera eficiente; unos geriátricos convertidos en rateras para ancianos; o un inepto consejero de Economía que desea implantar la Renta Básica antes de que el BCE lo contemple pero que es incapaz de frenar el déficit público catalán, el cual lo ha elevado casi seis veces más por encima del límite acordado, pero, eso sí, cargando el mochuelo al Estado.

También, unos bomberos que van con alpargatas; y un vicario general, el tal Torra, proclamando que Cataluña debe encerrarse en sí misma para no perecer.

Lo de Torra no tiene remedio. A su conocida razzia antiespañola, le suma una ignorancia enciclopédica. Su propuesta no solamente es un acto de insolidaridad, sino un no saberse el Estatuto.

¿Cómo puede, el gobierno de la Generalitat, aislar Cataluña de España –más allá de sus sueños frustrados–, si no tiene competencias en materia de fronteras terrestres, marítimas y aéreas?

¿Cómo puede hacerlo si no tiene potestad alguna sobre trenes, aeropuertos, carreteras nacionales, la autopista AP-7 y los puertos de Barcelona y Tarragona? ¿Cómo puede cerrarse ensimismada si no puede ni tan siquiera abrir o clausurar los accesos a las comunidades valenciana y aragonesa? Torra es una simbiosis de El Quijote y Sancho Panza, pero sin la cultura de Cervantes.

Los que se alzaron contra el Estado son unos cutres de cuidado

Pero todo esto, más el “no queremos el Ejército”, no es otra cosa que una nueva comedia, trágicodramàtica para los infectados y los muertos, con el fin de vitaminar el relato victimista del cual viven los independentistas.

Un subirse y bajarse los pantalones como ejercicio para muscular y seguir cobrando inmerecidamente de la nómina pública. Y lo de Oriol Junqueras y Raül Romeva, mendigando quedarse en casa confinados para no hacerlo en la cárcel, es para nota.

El cum lauden de verdad está en los presos que están confeccionando 32.000 uniformes para proveer a los hospitales y a sus profesionales. Definitivo: los que se alzaron contra el Estado son unos cutres de cuidado.