La mirada europea, injusta y desigual

Los europeos tenemos una mirada eurocéntrica. Todo lo que pasa en nuestro reducido y pequeño continente parece que tiene más importancia que lo sucedido fuera de él.

A pesar de que no sea cierto, pensamos que somos el centro del mundo. Todo lo que nos pasa lo sobredimensionamos; mientras que lo ocurrido en otras partes, especialmente en países del tercer mundo, tiene una importancia cualitativamente menor.

Últimamente se habla mucho y se magnifica el peligro yihadista en Europa. Sólo hay que ver la repercusión y la atención mediática que el atentado en Charlie Hebdo tuvo en todo el mundo (y, en especial, en el mundo occidental). Y el número de dirigentes internacionales que asistieron a la marcha en París.

Si comparamos los efectos del terrorismo yihadista en Europa y en los países musulmanes (o de mayoría islámica), vemos las graves diferencias reales y la desigual repercusión política y mediática que en ambos casos tienen.

Si alguien está sufriendo de forma directa y constante la acción del terrorismo islamista radical son los países de mayoría musulmana. Iraq, Siria, Yemen, Kenia, Nigeria o Somalia son permanentemente golpeados por el terrorismo islamista y miles de personas han muerto o han sido heridas por sus atentados. A pesar de esto, su repercusión informativa es muy inferior para la ciudadanía europea.

El reciente atentado en Kenia ha provocado 147 estudiantes muertos. Pero la atención política e informativa internacional ha sido menor que la del atentado de París. No hace falta ni decir que, si los asesinatos y el rapto de muchachas en Nigeria por Boko Haram, hubieran tenido lugar en un país occidental, la repercusión habría sido mayor.

Se ve que para nuestras mentalidades eurocéntricas todavía hay muertos de primera y de segunda. El fallecimiento de africanos o árabes no tiene el mismo trato ni la misma repercusión que el de un occidental o europeo.

Incluso los genocidios tienen clases según donde ocurren. Todos recordamos cómo el mundo occidental se movilizó ante las matanzas en Kosovo. Mientras tanto, los millones de muertos en Ruanda o el Congo nunca han tenido una atención o actuación similar por parte de nuestro mundo civilizado.

Todo ello sin tener en cuenta que detrás de estas muertes de africanos o árabes hay, en muchos casos, responsabilidades e intereses occidentales (cuando no son resultado directo de acciones políticas o militares unilaterales de Occidente).

Lo mismo ocurre con el conflicto palestino-israelí. Parece que desde la opinión pública y los gobiernos occidentales se tiene una mirada más cercana y comprensiva con Israel -un estado que impone un apartheid y vulnera las resoluciones de la ONU de Israel. Y, por el contrario, una mirada más distante (o, en el mejor de los casos, benevolente) con los palestinos.

Esta forma de ver y afrontar los temas no se efectúa sólo en referencia a temas como el yihadismo o los genocidios.

Observemos, por un lado, la cuestión del ébola y la dedicación de los medios y las repercusiones políticas por el caso declarado en España. Y, por el otro, el escaso espacio que le dedicamos a la constante y persistente epidemia que continúa en África. O los pocos (o nulos) recursos dedicados por parte de los países ricos a combatir la epidemia en los países de origen. La lucha se ha dejado en manos de ONG como MSF o del contingente médico cubano. Y poco más.

Imaginémonos que el brote se diera en cualquier país occidental y pensemos los recursos que se habrían movilizado. Recordemos la actitud del gobierno español en el caso de la repatriación de misioneros españoles infectados y cómo se excluyó a la hermana Paciencia, porque no era española, a pesar de formar parte del mismo grupo. Y cómo fue la sangre de la misma hermana la que sirvió para vacunar a la enfermera española infectada. Posteriormente le ofrecieron la nacionalidad. ¿No parece todo muy fariseo y vergonzoso?

Parece que, en nuestros países desarrollados, continúa existiendo una mentalidad colonial donde nosotros somos el centro del mundo. Sin embargo, cada vez más, nuestra realidad es menos importante. Los hechos que pasan cerca de nuestras fronteras tendrán, tarde o temprano, repercusiones en nuestra casa. Y, las actuaciones y omisiones que cometemos, repercutirán también en la vida de nuestras sociedades.